«El primer vino que probé no fue ni un Rioja ni un txakoli... Fue un vino de Toro que me dio a beber mi tío Mario en Vezbemarbán, Zamora. Nunca me olvidé de aquel olor a violetas». Oxer Bastegieta Zenigaonaindia (Gernika, 46 años) ... mira la lluvia mansa que empapa las viñas en Laguardia mientras revive en su memoria el instante mágico en que acercó el líquido morado y oloroso a sus labios.
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Aquella libación fraternal y voluptuosa fue su bautizo, su ingreso en una cofradía ancestral que nos conecta con la tierra y con nuestro pasado a través de las viñas y de sus frutos. Para Oxer, las raíces de la auténtica religión. «Qué bonito era ser pagano», sonríe el viñador vizcaíno.
Oxer viene de linaje de gentiles e idolatra a la tierra. «Como escribió Mikel Laboa en Izarren Hautsa, creo que somos polvo de estrellas; extraterrestres. Sólo eso explicaría nuestra desconexión con el planeta. Existe un lenguaje secreto de las plantas y hay estudios que lo confirman: oyen, escuchan, sienten y se comunican entre ellas. A veces pienso que existe un complot de las plantas para acabar con nosotros», advierte. A él le toca la tarea de cortar el fruto de tanta vitalidad y transformarla en un filtro embriagador.
«Los vinos son mágicos, nos regalan recuerdos. El 80% de un vino es aroma que debe expresarse en la boca. La raíz pivotante de una viña puede perforar la roca hasta 40-50 metros... La mineralidad no se huele, pero se siente cuando bebes. Por eso respeto tanto las levaduras autóctonas que crecen en la piel de mis uvas, a las que les gusta la luz. Por el contrario, el vino ama la oscuridad y la tranquilidad. No le gustan los ruidos», señala el viticultor.
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«Al final, yo no dejo de ser un asistente de la Naturaleza que trata de entender la microbiología del suelo. Lo que tú le das a la tierra, ella te lo devuelve por diez. La Naturaleza es mucho más agradecida que los humanos. Trabajo en biológico, en biodinámico, cuido las cubiertas vegetales, no labro y todas las tareas se realizan a mano en las 17 parcelas que manejo para hacer 60.000 botellas que vendo en 30 países. Yo he aprendido con mis viñas, hermanas pequeñas de los árboles. Ya no soy el mismo que empezó a elaborar y sacó la primera añada en 2009. Hoy me aburren los vinos que hice durante mi aprendizaje. Ahora todo es más placentero, noto que estoy en la senda... Los vinos, por fin, tienen esa luz, esa energía que tanto he buscado. Los bebes y te hacen sonreír; expresan el paisaje y todo cuanto me rodea».
– ¿Se atreve a explicarlos con palabras?
– Son vinos terrenales, vinos muy terrosos, herbáceos, hay hinojo, tomillo... Con ellos recuerdo el olor a la tierra húmeda de los bosques de Kortezubi, la hojarasca que pisaba cuando salía a buscar rúsulas y gibelurdiñas, la compota que hacía mi abuela... El vino (Oxer habla con el convencimiento de que es un ser vivo) ha ido pagando las viñas y, ahora, financia la bodega de 200 años que reconstruyo en Lapuebla de Labarca con el arquitecto y enólogo Javier Arizcuren, de Quel. Es un lugar silencioso. Siento su karma. Es como el duende de Lorca, una magia inexplicable que yo puedo sentir allí. Involuciono para evolucionar. No quiero perder el contacto con el mundo viejo, con la mitología...
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–Le gusta acariciar las viñas, hablar con ellas, conversar con los pájaros...
–Soy un pagano. Los árboles son los hermanos mayores de las viñas. Para mí, las mejores plantas son las más feas, las más raquíticas. Vides resistentes, resilientes. La uva se da siempre en sitios pobres. Tengo 17 parcelas, pero sólo hago un vino parcelario, Tartalo, que lleva el nombre de nuestro cíclope (suena el vals de Amélie en su móvil). No hago vinos para la gente. Me tienen que gustar a mí... Soy un poco solitario. Los días que llueve, que hace frío, cuando sé que no va a haber nadie, me voy al dolmen de La Hechicera, en Elvillar, a pensar en mis cosas junto a ese trikuharria que es un homenaje a la otra vida. Allí hay un roble plantado, cuidando de esos muertos. Leer, pasear, me hace mucho bien.
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Como se ve, Oxer es una persona fuera de normas. Una suerte de «elfo optimista», un genio o espíritu que ha tomado cuerpo entre viñas y lagares rupestres, entre majuelos y chozos, para alegrarnos la vida embotellando horizontes y memoria.
Estaba Bastegieta en Boston sacándose el toefl (acreditación de nivel de idioma) para estudiar Biología en la universidad de Florida cuando recibió una llamada del padre ('Marko', el alcalde que colocó a Kortezubi en el mapa con sus concursos) para que volviera a casa. Le tocaba ocuparse de la hectárea de txakoli que había plantado José Antonio Bastegieta en el valle de Terlegiz. Ese día comenzó su nueva vida. En 1999 hicieron el primer txakoli para el restaurante que regentaba su madre. Había clientes que se lo llevaban por cajas. Entre 2005 y 2007 estudió un máster de dos años en Viticultura y Enología, en Laguardia. Y sintió la poderosa llamada de la tierra riojana. «El vino nos da sobre todo recuerdos, nos conecta con el mundo y con la gente».
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Se abren las nubes y asoma un cielo de un conmovedor azul cerúleo, cargado de presagios. Pienso que uno llega a los vinos de Oxer Bastegieta desde el trampolín de sus etiquetas. Oníricas, complejas, artísticas, cargadas de arcanos, de símbolos ocultos... «En esas etiquetas está mi vida. Encriptada. Tomo notas de mis sueños: es muy cansado. Entro en fase REM muy rápido y no paro de soñar, de ver imágenes que luego anoto junto a poemas, letras de canciones, frases de libros de Camus, Nietzsche, Murakami, Poe... Todo eso lo comparto con el equipo creativo de Calcco, les doy mucha tarea. Me gustan las etiquetas rugosas, soy una persona muy de tacto... En Tartalo se ve a nuestro cíclope saliendo del agua, como la espada Excálibur. Detrás asoman las ovejas que se va a comer... Es mi mundo. De Kixmi siempre dicen que es un juego de palabras: kiss me. No. Kixmi es el nombre que le daban los vascos a dios. De Suzanne me comentan que es un vino más femenino. No, no, no... Nunca he entendido esas cosas. En el euskera no hay género. Eso lo dice todo. ¿Más floral? No asocio las flores a lo femenino. Al contrario. El nombre tampoco remite a Leonard Cohen. No. Tiene más que ver con el cuadro Susana y los viejos, de Rubens, que aparece en Psicosis de Hitchcock... Tengo una mente muy plástica. Izena duen guztia omen da. Todo lo que tiene nombre existe», dice.
Bajamos a la bodega de Lapuebla de Labarca con sus húmedas paredes terrosas cubiertas de mohos, hacemos fotos bajo la bóveda, en lo que parece una cripta. El viñador de cósmicas conexiones está feliz aquí. Volvemos a hablar de árboles, del roble tutelar, de las raíces que se entrelazan bajo la tierra. «Una vez estuve en la cueva de Santimamiñe con nativos de Dakota del Norte. Participé con ellos en un rito de reencuentro. Hicimos un fuego delante de un roble. Habían venido a Santimamiñe porque sabían que allí estaba el punto de conexión con el otro lado del mundo», nos dice.
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Hablamos del último de los 14 vinos que elabora este viticultor en Toro y que cierra aquel círculo de tiza violeta del tío Mario. Se llama Kuusu (Premio Vino Revelación de la Guía Peñín 2023) y tiene también su historia. Como la tiene el encuentro con la hija de Mikel Laboa, el regalo de una botella de Marko, la emoción del cantautor y el tornaviaje con nuevas letras de Laboa en un CD que sólo tiene la familia... el embrión, seguro, de un nuevo vino pagano de Oxer.
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