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El bodeguero Juan Jesús Valdelana y su hijo Juan, enólogo e ingeniero agrícola, bajo el arco desde el que se contempla el meandro del Ebro, en Elciego (Rioja Alavesa).
El bodeguero Juan Jesús Valdelana y su hijo Juan, enólogo e ingeniero agrícola, bajo el arco desde el que se contempla el meandro del Ebro, en Elciego (Rioja Alavesa). Igor Martín

El vino de Elciego que se paladea mientras se habla de estrellas, mostos y uvas

Viernes, 18 de octubre 2024, 18:52

Algunos días de verano, desde esta bodega de Valdelana, en Elciego, llaman al aeropuerto de Agoncillo para solicitar un permiso especial. Cuando el Sol se ponga, Juanje Valdelana (61) encenderá un espectacular láser capaz de trazar una línea azul de más de 14 kilómetros sobre el cielo y señalar las estrellas desde las viñas. Un rayo así podría cegar a los pilotos. Con Arcturus, una titilante estrella relativamente joven y la tercera que más brilla allá arriba, los asistentes paladearán un vino semidulce de la familia mientras el patriarca de los Valdelana les habla de estrellas, mostos y uvas. Seguirán más constelaciones, más vinos, más música, más palabras en la noche estelada o bajo las carpas beduinas.

Valdelana

  • Dirección Puente Barrihuelo, 67-69 (Elciego. Álava)

  • Teléfonos 620 217411 y 945 606055.

  • Web bodegasvaldelana.com

Eso sucede aquí mismo, en este Jardín de las Variedades, al borde de un barranco sobre el hermoso meandro del Ebro al que llaman Matalobos o El Espuro. El lugar está marcado por una hilera de cipreses y una enorme cruz de vigas H con los nombres de los antepasados. Detrás, el columpio más fotografiado de Rioja Alavesa y, en la finca, unos arcos metafísicos que enmarcan el paisaje como en una escena de Kubrick. En una de sus jambas aparece una plateada mezuzá con un par de versículos de la Torá colocada allí por el arqueólogo israelí Avi Gopher. Juan Valdelana Villuendas (31), enólogo e ingeniero agrícola, me muestra este paisaje de otoño, donde explotan los colores bajo la ventisca del viento solano, los cinco árboles de la vida, las piedras de la almazara o trujal, las muelas del molino de harina y el lagar rupestre excavado en la piedra rosácea.

Juan Valdelana en el columpio más fotografiado de Rioja Alavesa con vistas al Ebro. Fotos: Igor Martín

Llega Juan con las manos negras, las mismas de sus ancestros en vendimias, y el corazón y la cabeza cargados de anhelos. A Juan le conocí este verano en Samaniego, acompañado de otros viñerones entusiastas y jóvenes como Jon Cañas, Alain Quintana y Berta Valgañón. Aquel día Valdelana me habló de Tronco Negro, uno de los cinco vinos de Viñedos Singulares (la familia posee once del centenar de estos pagos aprobados por la DOCa y el ministerio en la senda de los Grands Crus) que elabora. Un blanco emocionante, mineral y complejo, fuera de normas.

Aquel día supe que Juan Valdelana, al que llaman El Pequeño, había trabajado en Borgoña, colaboró en la recuperación de especies perdidas con Juan Jesús Méndez de Viñátigo, en Tenerife, y que había trabajado dos años en Ernst & Julio Gallo Winery, de California. Hablamos de la mayor bodega del mundo, con 8.000 empleados, que cuenta con su propio hospital, produce algunos de los vinos más top de Sonoma, Napa y Central Valley y mantiene un ejército de masters of wine viajando por el mundo para captar tendencias de consumo vinícola y localizar las nuevas etiquetas top para replicarlas.

Padre e hijo comporten una copa de vino entre viñas.

Aquel día Juan, modesto, no me contó que había formado parte del núcleo duro del equipo de Gianna Gallo, la heredera del emporio, y que había vivido en su casa, con su familia, por uno de esos guiños que el universo reserva a los audaces. «Para trabajar allí pasamos análisis de sangre, nos tomaron muestras de pelo, nos hicieron tests para descartar drogas... Pero después de tantas pruebas, a mí me eligieron por un detalle. Por el modo de subir una escalera». ¿Cómo? «Fuí el único aspirante que las subió de dos en dos», sonríe. «¡Pero es que siempre subo las escaleras de dos en dos o de tres en tres!», se excusa. Debe ser el mismo ímpetu que Juan pone en sus cosas.

El licántropo gay

«Allí me explotó la cabeza; aquello era como la Disneylandia del vino. Desde botellas a un dólar, en bric o en lata, estilo Bigfoot, a otras que valen miles de dólares. Tienen hasta su propia fábrica de vidrio para las botellas. Aprendí técnicas, herramientas, modos de elaboración, prefermentaciones», suspira. «Pero sabía que iba a volver a casa, donde quiero estar. Ahora trato de poner en práctica lo aprendido».

Isidoro Valdelana junto a su hijo Juan Jesús en la entrada de la bodega, con calados que se remontan al siglo XV y que hoy es museo, tienda y alojamiento rural. F. V.

Hablamos en el porche de la bodega, en el centro de Elciego, donde en un rato tomará asiento el abuelo Isidoro. Juan se levanta y trae un par de botellas de Lobis Home. «De Romasanta. El único caso de licantropía de hombre lobo gay. Leer esa historia me erizó la piel. Hago apenas 2.800 botellas en un cañón del Sil. Vendimiamos algunas viñas llegando en barca porque desde tierra no se puede», me dice y me muestra unas etiquetas diseñadas por el padre con un licántropo pelirrojo y desnudo, mordiendo en la boca, en un escorzo mortal y bajo la Luna llena, a un sorprendido efebo. «La muerte es quien da sentido a la vida», se lee en la etiqueta. «Galicia es sudor y acero. Tenemos viñas atravesadas por una cascada como en la finca As Covas, donde nace el Miño», suspira viajando con la imaginación a los paisajes imposibles de donde salen vinos de personalidad magnética.

Suena Galicia caníbal (Fai un sol de carallo). Resumen atlántico del cambio climático. Con unos colegas de Azpeitia, Zarautz y Viana participa Juan en un grupo que se llama Kometa. '¿Qué tocas?', le pregunto. «¡Nada! El bajo», me dice. «De joven estaba en Eskroto Roto, ya se puede imaginar qué música tocábamos». Hoy es otro. «Para hacer un vino bueno, con tacto de cirujano, hay que estar muy, muy bien. Tener tranquilidad. Huyo de los vinos sin alma», explica.

«El valor de un vino está en las personas que lo hacen. Lo más importante es que haya origen, pueblo, familia»

Juan Valdelana

En la finca que llaman Senda las Damas (plantada en 1930) compruebo con Juan que la viticultura heroica también es cosa de Rioja Alavesa. Aquí sudaron hombres que barrenaron la roca con picas de hierro, que rellenaron los boquetes con tierra y regaron los brotes con agua traída en machos para que las rocas alumbraran unas viñas retorcidas y tan supervivientes como ellos mismos. «El valor de un vino está en las personas que lo hacen. Lo más importante es que haya origen, pueblo, familia. Esa energía se nota, está presente en los vinos. Lo sé porque a mí sólo me emocionan botellas que tienen a alguien especial detrás. Me gusta trabajar con una dimensión humana, más purista. No quiero competir en volumen ni en los lineales. Quiero que a la gente que beba mi vino le llegue un poquito de mí, una esencia intangible e inimitable», suspira Juan que sale corriendo a la bodega. Son las horas críticas que siguen a la vendimia. Sus etiquetas están ya en Arzak, Berasategui, Akelarre o DiverXO.

Juan Valdelana, que trabajó en Tenerife, Borgoña y California, y al que llaman El Pequeño, firma los nuevos vinos de la familia, apenas 300-1.800 botellas de Viñedos Singulares como La Medika, La Pared de los Curas, Senda Las Damas, Tronco Negro y Santa Cruz.

Juanje, atento a las 128 hectáreas que mantiene en plena producción, toma el testigo y me enseña unas etiquetas aromáticas (que rasco con el dedo) y que despliegan olores de los territorios del País Vasco. Eder de Valdelana, dice, «para los restaurantes vascos del mundo: olor a hierro y a salitre, a cantos rodados y espliego, a viñedos». Hay algo místico en todo esto, fruto, intuyo, de su estancia de años en el monasterio de San Millán de la Cogolla, del estudio, los breviarios, el frío y las penitencias de los monjes agustinos recoletos, custodios del códice 60 donde aparecen las primeras palabras escritas en romance y euskera.

Juan y Juanje Valdelana en la bodega con añadas históricas, frente a un altar de Mari Plaza, el nombre de la abuela que sobrevivió al bombardeo de Gernika.

«Mi paraje favorito es San Roque; con San Vicente y Santa Cruz, una de las tres ermitas de Elciego. Tiene su necrópolis, con su lavanda, su tomillo y su romero que nacen sobre una tierra de 32 millones de años, donde antiguamente estuvo el Mediterráneo. Recuerdo estar allí y ver a los abuelos y a los padres cuando venían de las viñas después de trabajar de sol a sol con los aperos cargados en una mula enorme. Aquellos olores a cuero, a las alfombras de lavanda seca del suelo, son aromas que salen en nuestras botellas. El vino es un mundo pasional, que se hereda, diría que hasta es algo genético», añade.

«En vino hay olor, aroma, fragancia y perfume... lo que más importa es la compañía»

Juanje Valdelana

«Lo cierto –dice Juanje– es que no entendemos de casi nada, todo está en nuestro inconsciente, en nuestro estado anímico. Nuestro cerebro crece hasta los siete años y esa primera información que se almacena es fundamental. El ser humano maneja unos 10.000 registros olfativos. Pasa con el vino; hay olor, aroma, fragancia y perfume. Pero, al final, ¿qué es lo verdaderamente importante en el momento de abrir una botella? La compañía». Y, claro, hay que darle la razón.

Del tractor VI-VE al arte sacro del vino y de la vida

La familia Valdelana, además de sus vinos (con nada menos que cinco etiquetas procedentes de los Viñedos Singulares que trabaja con nuevos criterios Juan Valdelana) posee una de las propuestas enoturísticas más premiadas. Así, junto a las catas y las experiencias sensoriales, propone una visita a su bodega, en el centro de Elciego, que supone un instructivo paseo por la geología, la prehistoria y la historia, ligada al vino, al arte y a la cultura de las cepas de esta singular comarca alavesa. En la puerta, un viejo tractor rojo Hanomag Barreiros R335S con la matrícula VI-VE (Vitoria-Vehículo Especial), que debían lucir de forma obligatoria.

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