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Si quieres hacer bien las cosas, en este trabajo es siempre lunes». Vaya. Menuda frase sale a la luz mientras visitamos los invernaderos y paseamos entre tomates, pimientos y lechugas hermosísimas, y mientras van apareciendo por aquí y por allá unas alcachofas crecidas, una planta de cardo que parece ella sola un jardín y el verde de las cebolletas. «Si quieres hacer bien las cosas» es algo que durante la conversación con Begoña Lumbreras, de Momoitio Baserria de Berango, va a salir varias veces. Es la razón, esa búsqueda de la excelencia, por la que lleva ya cuarenta años en el sector y por la que le dieron en la última edición de los premios Lorra Laboral Kutxa el Premio Honorífico Ekinaren Ekinez a la Trayectoria Profesional de una persona agricultora o ganadera.
Ganado no hay ya en los terrenos de Momoitio, el que fue el caserío familiar del marido de Begoña, José Miguel Landaluze. Allí vivían los padres y los hijos, en una edificación en la que había también otra vivienda pegada, habitada por otra familia. Por entonces sí había ganado, las vacas que tenían los padres del marido. También se cultivaba la huerta, por supuesto. Y José Miguel, como cualquiera de su generación y origen, echaba una mano en el baserri, pero en realidad su vida laboral la hizo fuera. No fue hasta poco después de haberse casado con Begoña que empezaron a cultivar y a crecer hasta producir para fuera de casa, digamos que en serio, muy serio. Y eso que ella venía de asfalto y trabajaba en un comercio.
Begoña es de Leioa. Su conexión con la tierra y las verduras, hortalizas y demás productos básicos era la de casi todas: en la mesa. «Tuve que empezar de cero». Se casó, se mudó a una casa recién construida cerca del baserri que da nombre a la explotación y… de repente le cambió la vida: se encontró atravesando una época muy mala de salud. Cuando por fin salió de aquella convalecencia, lo hizo preguntándose qué iba a hacer a partir de entonces con su vida. Como la casa estaba rodeada de tierra y en la familia ya sabían algo de plantar y cuidar lo plantado, empezó cultivando unos metros cuadrados.
«Qué cosa tan bonita, pensaba yo». Y así luego vinieron otros metros y luego algunos más. «Te tiene que gustar lo que haces», afirma. Ella se dio cuenta de que aquello le gustaba y le hacía sentir bien, y de ahí ya solo le quedó ir construyendo un negocio familiar –suyo, del marido y al que echa una mano con las cuentas la hija, que se dedica a otra cosa– que ahora tiene dos grandes invernaderos, uno de 1.500 metros cuadrados en Berango y otro de 2.500 en Gatika, para tomates y pimientos, otros más pequeños que suman 2.000 metros más y además 9.000 metros cuadrados al aire libre. En Gatika tienen también unas docenas de gallinas.
El resto, plantas. Que ya requieren esfuerzo. Todos los días lunes. «Siempre hay algo. Todo el día implicada, todos los días. Mira, el sábado pasado no regaba bien un cabezal de uno de los invernaderos y tienes que pensar qué pasa y cómo vas a solucionarlo, porque menos riego es menos producción». No se queja, solo está explicando cómo funciona Momoitio Baserria. Que sirva de aviso a aficionados a la agricultura a pequeña escala, que luego hay quien quiere tener un huerto urbano y se llama a engaño, como si no necesitara supervisión continua.
A veces salen a comer, un domingo, por ejemplo, y si sopla mucho el viento ya están con la mosca detrás de la oreja –ya han pasado por eso de ver volar la estructura del invernadero y menudo disgusto–. Vacaciones, alguna pero nunca en verano. «Nuestra hija ya sabe lo que es esto y normal que quiera otra cosa», reconoce la madre. Porque en verano hay empresas que cierran, pero en ésta los tomates aprovechan para venir al mundo sin medida. También es verdad que es un éxito seguro. «El tomate es el rey. La gente ya está preguntando por él y a partir de finales de mayo, cuando ya los llevemos a la plaza, se venderán todos».
Y están los pimientos. Y está todo lo demás. Aquí se cultiva de todo porque «a la gente le gusta ver variedad, poder elegir, y que sea de cercanía». Guisantes, alubias, cebolletas, calabacines, lechugas, vainas, berenjenas, habas, hasta kale, ese superalimento que se introdujo en nuestra dieta hace unos años. «Un poco de todo, viendo la demanda, como siempre».
Su mantra es que «las cosas hay que hacerlas cada vez mejor, ver que haces más o menos bien y mejorar. Producir es fácil: hacerlo bien es más complicado», resume Begoña mientras va mostrando los rincones de Momoitio. Para hacerlo bien, en algún momento han tenido que decidir no crecer ya más. Es una decisión difícil pero necesaria. «Hay que pensar que es mejor un poco bien que mucho que no». En la gestión se incluye preparar la tierra, el semillero, la plantación, el cuidado durante el crecimiento (en el invernadero de los tomates, cada mañana hay que medir la conductividad y el agua que 'beben' y que 'sueltan' las plantas «como si fueras una enfermera»), la recogida, la selección del producto, que hace fundamentalmente ella cada mañana, el reparto (es ella la que lleva por las mañanas el género al Eroski de Berango, por ejemplo), la venta en plaza (los sábados en El Arenal)… y claro, parte de la cosa económica y los imprevistos varios.
Desde hace unos años, en Momoitio tienen tres personas trabajando todo el año, porque ya se dieron cuenta de que semejante producción no podía mantenerse con trabajadores esporádicos o solo en determinados momentos. Ahora mismo recogen pimientos de las «dos mil y algo plantas» que hay el invernadero. «Vas ordeñando. La misma planta hasta final de temporada. Con el tomate, son dos ciclos», explica esta agricultora que comenzó vendiendo sus verduras y hortalizas en la plaza de Portugalete y que cuando tuvo a su hija se decidió por Mercabilbao porque, como madre, podía estar más tiempo en casa. «Para ir a Portu tenía que salir muy temprano para estar allí a las seis de la mañana varias veces por semana. Luego solo había que llevar los productos y volver» y de eso ya se encargaba el marido.
Pero resulta que ella se pasó años sin querer abrir el sobre con el que José Miguel volvía de Basauri. Es que se ponía de malas, ya sabía que lo que había dentro no le iba a parecer justo para el volumen de trabajo realizado y la calidad del género. «Trabajamos por el dinero, como todos. Y nunca había un precio al que te pudieras agarrar. Yo así no trabajo, le decía, no sigo, hasta aquí. Y a partir de entonces buscamos nosotros a los clientes para poder negociar los precios».
Dicho y hecho. A partir de ese momento, los de Momoitio han ido mucho de feria y su producto ha sido reconocido con muchos premios. Ahora vende directamente en El Arenal, directamente al Eroski de Berango y directamente a la cervecera Santa Ana, que está al lado de su casa y que en temporada alta le pide bien de pimientos, tomates, lechugas y cebolletas. Eso sí que es producto de proximidad. «En Berango solo quedo yo. No va a haber relevo».
–Va bien y además la premian por hacerlo bien. ¿Algún miedo, Begoña?
–El miedo… Hemos conocido esos años de temperaturas tan altas. Teníamos los guisantes y las habas preciosos y con 30º se quedaron sin flor, y sin flor no hay fruto. Pero bueno, todos los años empiezas con mucha ilusión y luego cambia el tiempo.
6.000 metros cuadrados de invernaderos y más de 9.000 metros cuadrados al aire libre en Berango y Gatika. Cada semana están en El Arenal, además de vender su producto al Eroski y la cervecera de Berango y acudir a ferias y mercados de Bizkaia a lo largo del año. Momoitio Baserria (Berango). Dirección: Abarotxu Bidea 1, Barrio Santa Ana. Teléfono: 686 95 88 82. Mail: momoitiobaserria@gmail.com
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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