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«Ahora mismín» se pueden poner en el plato alimentos tan ricos, tan especiales, como los maganos de guadañeta, ese calamar pequeñito que se pesca de forma artesanal en la bahía de Santander. Es tan artesanal la cosa que llegan a tierra firme, a los alrededores, muy pocos, porque puede pasar que entre las cuatro de la madrugada y las diez de la mañana, horas a las que hay que intentar la faena, solo se atrapen 18 calamarcitos o así.
Ricardo Tricio, del chiringuito El Puntal de Tricio, tiene la suerte de que hay un señor que le sirve su captura casi todas las mañanas. Acaban convertidos en unas cuantas raciones a la plancha con un fondo de cebollita caramelizada. 18 calamares dan exactamente para cuatro raciones. Contada aquí la historia de este platillo tan local y tan exquisito, tal vez la próxima vez que algún comensal pida los maganos de Guadañeta en El Puntal no haga falta salir a explicarle las características del bocado... y su precio, a 28 euros por ración. Que no será la primera vez que Ricardo tenga que defender la calidad del producto. Nada de calamares congelados de vaya a saber usted dónde.
Si no está el bolsillo para tal gasto cuando se va uno a comer en un día de playa, en El Puntal tienen muchas más opciones. «Yo empezaría por un poco de jamón de bellota cortado a cuchillo, que lo corto yo», presume Ricardo. Para seguir, unas anchoas de Cantabria –las del salazón– o unos bocartes al estilo cántabro –rebozados– y un rodaballo, «lo que más vendemos», a la plancha con acompañamiento de patatas panadera. «Si vienes de Bilbao, luego igual hay que poner el chuletón», bromea el jefe. O no tanto, que hace poco unos clientes ya le pidieron la carne después de todo lo demás. Con un albariño o similar, una pareja puede comer aquí por entre 50 y 60 euros. Y a pasear o a la siesta para volver al agua de nuevo.
En La Maloka, en la playa de La Arena, tienen como plato estrella la ración de nachos con todo, esto es, queso cheddar, guacamole, crema agria (nata limón), salsa ranchera y pulled pork o carne de cerdo mechada cocinada a baja temperatura; es una de las recetas que más les piden quienes saltan de la orilla del agua a este local situado justo encima del arenal y con unas vistas inmejorables de la zona gracias a su amplísima cristalera.
Después de la pandemia, explica Yoli, la dueña, rehicieron la carta para ofrecer una variedad enorme de raciones de picoteo, pintxos, platos combinados, arroces y hasta los famosos poke bowls (esos platos típicos de la cocina hawaiana que incluyen pescado, verduras, arroz o quinoa, salsas y son como un menú entero servido en un solo recipiente). La Maloka tiene algo para todos los públicos.
«Tenemos todas las opciones. Si eres vegano, sin problema». Para ejemplo, los nachos otra vez, pero en su versión solo cien por cien vegetal: totopos caseros de maíz, chili vegano, bechamel mejicana, queso y salsa ranchera. La cocina está abierta hasta las seis de la tarde... y empiezan temprano, porque si se va a desayunar, el mostrador de las tortillas tampoco se queda cojo. A media tarde toca ya relajarse con un cóctel, un batido o una cerveza fría mientras la hora dorada incide en el comedor.
En la playa de Laida presume como siempre de barra de pintxos, a partir de las nueve de la mañana, el Atxarre. Aquí se ven la ría de Urdaibai y el Cantábrico con sus formas cambiantes. A mediodía se puede optar por comer de raciones elaboradas, en la medida de lo posible, con productos de la zona y de temporada. Por ejemplo, una buena ensalada con tomates, lechuga y conservas de toda la vida y pulpo a la brasa, menú para dos, por 30 euros.
En una zona más urbana, en el Tamarises en Getxo, se puede optar por la carta más formalita, la del restaurante, o quedarse con el plan de menú del día o de picoteo en el bistrot con terraza frente al mar. La carta de raciones es larga, pero hay un rey: sale muchísimo el tartar de atún ligeramente picante con yema de huevo marinada, seguido por la muy clásica ensaladilla rusa, el pulpo a la gallega o el pulpo a la brasa con cremoso de boniato y patatas, los mejillones con tomate casero y calamares. Es salir de la playa y darse de bruces con la variedad.
¿Algo más? Sartenekos y paellas. Buen vino. «Vistas espectaculares, no hay mejores», vende Jose, el encargado. Y un buen invento para los sábados y los domingos: salir sin desayunar de casa, darse un chapuzón y sentarse al brunch que se sirve, de 10.30 a 13.00, con dulces y salados, zumos y lácteos, por 17 euros por persona. «Mejor reservar», avisan.
A Casa de Marinos (Plentzia) se va a comer bien y encima divirtiéndose; en este local es más cierto que en otros eso de que la comida entra por el ojo , sin duda, y lo de disfrutar de la comida tiene aquí un doble significado, porque al producto de primera se suma una elaboración juguetona, con muchos trampantojos, sorprendente. Lo dicen Miren y Juanma y lo muestran las fotos de los platos, desde el principio (el colorido ceviche de corvina, la falsa fresa rellena de txangurro tierra de txipiron, remolacha y yogurt especiado y las piruletas de pulpo, por citar solo tres muy marineros) hasta los postres.
Y estos últimos merecen especial atención. «Brutales, todos caseros y muy chulos, divertidísimos. Hay que dejar siempre sitio para el postre», animan en la casa. Por ejemplo, para el tiramisú, que se presenta como un hongo silvestre plantadito en el plato, y para el falso huevo de chocolate con jengibre, tierra de mango y nido crujiente de pasta katafi.
Estéticamente es una monada y la mezcla de sabores (con el mango, el chocolate blanco, la mousse de jengibre) no deja a nadie indiferente. Para algo más clásico, la paella de bogavante de Casa de Marinos tiene «bastante éxito» –eso es modestia–. Y lo mejor es reservar en cualquier caso, no vaya a ser que nos quedemos sin sitio.
En El Peñón (Sopela), otro clásico de la costa vizcaína, también se puede elegir entre el restaurante más formal (con recetas «mucho más elaboradas», con carnes y pescados de altura, explica Seli Gabantxo) y la de bar, en la parte inferior. Lo bueno es que tienes, te pongas donde te pongas, «vistas, todas; al lado del agua estamos». En el listado de raciones hay rabas, croquetas de pulpo, tacos de cochinita pibil, nachos y hummus, platos pensados para compartir con los colegas y la familia. Dos personas pueden comer aquí por poco más de 20 euros. Hasta el dos de octubre estarán abiertos todos los días desde las doce, a partir de esa fecha y hasta abril, solo los fines de semana.
En el interior, después del chapuzón en las piscinas fluviales de Fresnedo –en aguas del río Ega, a un kilómetro de Santa Cruz de Campezo–, hay un chiringuito que no tiene permiso para cocinar pero que sí puede saciar la sed y de paso el hambre con un puñado de raciones. La de jamón de bellota sale por 3 €; la de jamón, queso y chorizo por seis y una completa –lo anterior más salchichón y lomo– son 12 €. Si no hace mucho calor y no se ha llenado el área recreativa, se puede oír caer el agua por las piedras y el viento en las copas de los árboles. Ni tan mal.
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