Borrar
Jade Gross (34), licenciada en Políticas por la NY University, jefa de cocina e I+D en Mugaritz, cooperante en India y que ahora hace vino en Rioja, en el dolmen de la Hechicera. Rafa Gutiérrez
Jade Gross, la nómada del vino que descubrió Rioja: de Hong Kong a Labastida

Jade Gross, la nómada del vino que descubrió Rioja: de Hong Kong a Labastida

Creció en Hong Kong, ha visitado 50 países, habla 6 idiomas y cocinó con Aduriz, Ducasse y los Roca. Escuchar la vida de esta mujer que ha comprado una viña en Labastida, da vértigo. «Mugaritz me empujó a arriesgarme»

Viernes, 4 de febrero 2022, 01:15

«No sé a dónde quiero llegar, pero estoy segura de dónde no quiero estar». Jade Gross (Hong Kong, 1987) repite la frase que le escuchó tantas veces a Andoni Luis Aduriz en la cocina de Mugaritz, donde pasó siete intensos años de su vida. Condensar la existencia de esta ciudadana estadounidense, una nómada que conoce 50 países y se ha asentado entre Labastida y San Vicente de la Sonsierra para hacer vinos singulares con las uvas que cultiva en sus parcelas de Las Canteras y La Piñuela, da vértigo. «Yo quiero crear algo de la nada», sonríe sentada en la terraza del Jai-Alai, en Labastida, con una copa de Tierra blanco en las manos.

Nació en la antigua colonia británica hace 34 años. Su madre, Ella, natural de Sanghai, conoció a su padre, Danny Gross, haciendo footing en Nueva York. Se instalaron en Hong Kong, donde montaron una empresa de cosmética y tuvieron a Jade. «Viví 18 años en aquella jungla de cemento. Estudié en el Liceo Francés Victor Segalen, aunque la primera opción de mis padres fue el Colegio Alemán. Allí jugué rugby a 7 con mi equipo, Les Diables. Nos entrenaba un profesor neozelandés y yo era scrum-half, la medio melée... Llegué a la selección Sub-19. Conservo unas cuantas cicatrices de aquella época», ríe. También aprendió a tocar el piano («de los 3 a los 18 años: me gustaba improvisar, el jazz»), chino («hablo cantonés y chino mandarín») y a comer rico.

«Me encanta la gastronomía y los vinos: creo que elijo los lugares donde vivo por la comida, es una gran manera de entender la cultura del lugar», apunta. «Y aunque no soy de esos cocineros que dicen que aprendieron con sus abuelas, lo cierto es que yo cocinaba por hobby con la mía, Wang Jiujie, 'Ah Bo'. ¿Cuándo probé el vino? Con 13 años. A mis padres les gusta y me daban un sorbito. ¿Lo primero? Un Burdeos. Un Grand Cru de Saint- Émilion. Me encanta el vino, las garnachas del Ródano, una zona que quiero visitar pronto», dice.

Jade contempla desde un otero el mar de viñas de Rioja. Rafa Gutiérrez

Con 18 nos encontramos a Jade Gross estudiando Políticas e Italiano en la New York University. «NY es como Hong Kong, una ciudad muy rápida, donde la gente vive deprisa y va a lo suyo. Recalar en San Vicente de la Sonsierra, comprar mi viña en Labastida (una hectárea de Tempranillo en el paraje de San Ginés), me ha permitido disfrutar del silencio y de un paisaje diverso y natural. Vivo debajo de las montañas de la sierra y con gente que se preocupa por ti... Antes de ser Jade, yo era en Labastida la 'china'. Ahora soy 'esa chiguita', je, je... Aquí la gente es mucho más cariñosa que en otros lugares donde he vivido. Elegí Rioja por su diversidad y por el potencial de sus viñas. Rioja vive un tiempo espectacular y yo quiero formar parte de esto. Aún sigo siendo una forastera, pero espero formar parte de esta sociedad», asegura en perfecto castellano.

A los 20 la descubrimos en Florida, con sus abuelos paternos. De allí se marcha a Praga, «a estudiar políticas del Este: estudié ruso dos años. Hice un máster en Derechos Humanos en la London School of Economics para contentar a mi madre. Trabajé luego en la Corte Penal Internacional, con sede en Nueva York. Todo, con idea de sumar puntos para cumplir mi sueño de ingresar en Naciones Unidas. Soñaba, con toda la inocencia de la juventud, que podía salvar el mundo», suspira.

Pero Jade Gross se dio de bruces con la vida en Goa, una antigua colonia portuguesa en India. Fue allí de cooperante con su novio, a enseñar inglés y matemáticas a los niños de un poblado pesquero. «Intentamos hacer las cosas bien. Pero la escuela estaba encima del basurero donde tiraban la basura de todo el pueblo. Había ratas, los niños al salir de la clase se hundían en la basura. Ahí vi que no podía ir contra el mundo», dice mientras se le apaga el brillo de la cara.

La viñadora fotografía unas cepas en un majuelo cercano a Labastida. Rafa Gutiérrez

Aquella náusea le llevó a contactar con la fundación Scape the City y, contra la opinión de su madre, decide ponerse a estudiar cocina, «algo que me hiciera feliz». ¿Dónde? Nada menos que en la Grande École Ferrandi-París, de donde han salido buena parte de los MOF (Mejor Obrero Francés, la elite de la profesión).

Aquel año becada desemboca en un trabajo en el tres estrellas Alain Ducasse au Plaza Athenée. «Allí lloré todos los días. La exigencia era brutal. Quería marcharme, pero mi madre me recordó que hay que acabar lo que uno empieza. Salí para hacer prácticas en Mugaritz. En Rentería me empujaron a arriesgarme, a vivir, y a pensar que no es malo si te caes. Con Aduriz empecé a trabajar con 24 años. Muy tarde. Y no hablaba castellano. Pero con 26 ya era jefa de cocina. Trabajé codo con codo con Llorenç Sagarra (ahora en Nublo). Salí para ir al Celler de Can Roca y, con 27, volví a Mugaritz. Me llamó Dani Lasa, el cerebro, y entré en el equipo de I+D donde pasé tres años junto a Lasa, Vergara y Perisé pensando y ayudando a crear platos. Allí conocí a Abel Mendoza. No soy ninguna crack, no. Lo mío es pura supervivencia...», dice.

Paseo por una calle de Labastida. Rafa Gutiérrez

Ejem. Algo más habrá: acaba de sacarse el nivel 4 del WSET en Burdeos (sólo hay 11.000 personas en el mundo con ese título) y ya piensa en el Master of Wine (apenas cuatro en España).

El francés Nico Boise (ahora en Elkano) le llevó a conocer Rioja y le inoculó el veneno de los majuelos, las viñas y los chozos. Visitó a Abel Mendoza y a Maite Fernández en San Vicente. Las dos primeras veces, recuerda el viticultor, Jade no dijo ni mú. Estuvo en absoluto silencio. Cavilando su futuro. Al poco, compró una hectárea de Tempranillo y se puso a espergurar, desnietar, deshojar, a podar en verde...

«Aplico mi intuición y, si fallo, fallo. Al vino aplico esa misma filosofía. Hasta que no lo haga no voy a acabar de entender cómo se hace.Tengo que probar a hacer vino con raspón, despalillado, con distintas crianzas... Por eso tengo que pedir paciencia a los que consumen mi vino. Debo seguir aprendiendo. Empecé en 2019. Llevo tres cosechas. Ha sido interesante. ¿Lo mejor? He aprendido a detenerme, a tener paciencia conmigo», confía.

Jade sostiene una tortuga de jade oriental.

Es curioso, esa vida intensa, agitada de Jane Gross, se remansa en su vino, que es tranquilo y calmo y con el rompedor diseño de imagen y etiquetas de Javier Aramburu.

«Jade es un auténtico unicornio. Una mujer que quiere entender Rioja y que ya lo expresa en su vino», apunta Andrés Conde Laya (de la 'parroquia' La Cigaleña y Premio Nacional de Gastronomía 2021). Jade vende en www.unicornwines sus escasísimas botellas: de su primer vino, en 2019, apenas salieron 888. En 2020 sacó otras pocas de Peace&Love&Garnacha y de su Viura 100% llamado Chiguita. En abril, nueva añada. 4.000 botellas de uvas de San Ginés.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Jade Gross, la nómada del vino que descubrió Rioja: de Hong Kong a Labastida