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Fernando Enales Hernández mantiene hoy, con 58 tacos cumplidos, la misma pasión por crear formas y volúmenes con el rotulador en la mano que cuando dibujaba monigotes en un cuaderno camuflado sobre el pupitre de Escolapios, el mismo entusiasmo con que perfilaba los rasgos de los personajes de los primeros cómics y fanzines de la Villa.
Sobre la mesa de su despacho, un espacio colonizado por telas, maderas, bocetos y camisetas de ciclistas del Astana enmarcadas, un grueso cuaderno de dibujo, de tapas negras y anillas, acoge los diseños, con perspectivas perfectas y muebles y personas a escala, que Enales bosqueja con rotulador mientras atiende al teléfono o alumbra un proyecto. «Durante la creación juego como si fuese un niño. ¿Ha oído hablar del estado de flujo? Yo entro en estado de flujo cuando desarrollo una idea», sonríe este hombre de espíritu y ademanes juveniles.
Tal vez el nombre de Fernando Enales no les diga demasiado si no forman parte del mundo de la hostelería, el interiorismo o la restauración. Pero si les cuento que la consultoría de diseño Verno está detrás, entre otras, de las tiendas de Arrese, de los pulpos buzo y los peces globo que decoran el Mugarra, de los neones de Lula y sus natxos texmex o del azul Bilbao del Bistró Salitre donde el bueno de Jose te sirve los potes con tino y mimo extraordinarios, empezarán a entender algunas cosas.
Verno diseñó también el Perretxico vitoriano, y está en el origen del aroma a turba y algas del Sumerian, del multicultural Bascook, de La Despensa de Etxanobe, del Mume y del Bakea de Mungia, del gimnasio Metropolitan o del Molinillo, el San Gotardo, el Mugarra o el Serantes. Si saben que del cuaderno de Enales en Verno han salido esos decorados, seguro que a sus ojos se asoman escenas y escenarios bien conocidos. A qué engañarnos, todos hemos pasado mucho más tiempo en esos garitos que en el Guggenheim o en el Bellas Artes.
Dirán que la comparación es exagerada, pero piensen en el uso y el impacto de esos trabajos para la vida de todos nosotros, clientes efectivos o potenciales.
Durante la entrevista que mantuvimos en el estudio Verno (donde trabajan una docena de personas con vistas sobre la trinchera donde se excava «con exquisito cuidado hacia los vecinos» pese a las microvoladuras y los percutores, el nuevo párking del Ensanche), la palabra más empleada por Enales fue «luz».
Fernando Enales
«La iluminación es una materia compleja», señala. «Alguna luz se ve, otras se intuyen y las hay que se notan aunque no se vean. Para nosotros, lo estético responde siempre a una función. Por eso valoramos tanto el confort acústico, la insonorización. Vamos a locales donde te sientes a gusto, donde puedes escuchar al otro, donde no hay reverberaciones. Nos gustan las formas orgánicas –asegura Enales– porque la vista se para, se detiene en los ángulos. Creamos atmósferas y tenemos en cuenta los cinco sentidos. Los materiales deben ser pagables, limpiables y que tengan sentido. Nuestros proyectos tienen que ser amortizados», insiste. «Lo más importante es el promotor. Siempre que ha habido una buena obra es porque ha habido un gran promotor detrás».
Y, frente a quienes les critican diciendo que sus locales, en el fondo, se parecen, Enales replica asegurando que la suya es «una profesión iceberg». «Sólo se ve el 10% de nuestro trabajo. No hay ego. Tampoco tenemos un estilo. Intentamos que los proyectos perduren en el tiempo, que no estén sometidos a modas y que, algún día, tal vez se conviertan en clásicos», suspira Fernando Enales.
«Intentamos que los locales que diseñamos sean futuros clásicos, pero, realmente, quienes los convierten en referentes son las personas que los atienden y los disfrutan. Diseñamos por y para las personas. No es una frase hecha. Es la realidad. Nosotros proponemos y la ciudad, sus ciudadanos y visitantes, deciden».
–¿Y qué piensa del precipitado adiós de tantos negocios históricos?
–Desaparecen los dueños y no hay continuidad. Yo los echo de menos porque su ausencia destruye la identidad de una ciudad. El Casco Viejo que era un espacio vivo, un lugar de trabajo, se ha convertido hoy en un parque temático, como buena parte de Occidente, por cierto, que las grandes cadenas han hecho suyo. ¿Cómo gestionamos la turistización? No tengo la solución. Me encantaría que en esos espacios surgieran artesanos con sus creaciones antes de que se colonizaran esos locales», suspira.
«Añoro los locales históricos de Bilbao porque, en el fondo, somos hijos del contexto. Los clientes que van hoy a Lula a tomar sus natxos viven ya en una nueva realidad. Hoy han cambiado las costumbres, el ocio. Ya no hay txikiteros. Sabemos los beneficios del cuidarse, de estar sano. Pienso que La Granja de hace un siglo es el Metropolitan de hoy», reflexiona este «orgulloso» hijo de Rekaldeberri acostumbrado a resucitar y crear espacios de ocio desde los escombros.
Fernando Enales, que asistía de chaval a «veladas de boxeo» y al que uno de sus abuelos instruía y acompañaba a los toros en Vista Alegre, se presenta como un interiorista educado en Escolapios, formado en IADE (Escuela de Diseño) y que tuvo que superar una reválida en la Escuela de Artes Aplicadas de Logroño. Abrió su estudio en 1990 junto a Javier Fernández y Xavier Arruza tras haber trabajado con Isidro García Quevedo. Su primer gran proyecto lo firmó en 1995, para Ostegasa (en Bilbondo). «Fue un golpe de suerte», sonríe. Le fichó Eroski.
Recuerda con afecto el pub Aritza de Llodio, «cuyos promotores siguen siendo nuestros clientes», y alaba de aquellos años iniciáticos y románticos la innovación que Roberto Ercilla llevó a cabo en el 4 Azules de Vitoria: «era un lugar que debería haberse protegido», cabecea. «Los locales, los hosteleros y restauradores son los verdaderos anfitriones, quienes acogen a sus conciudadanos y a los foráneos. La primera recepción al visitante la dan esos espacios que ayudan a configurar un cosmos propio en cada ciudad», resalta el actual propietario único de Verno. La palabra proviene del griego y significa germinar. «De ahí in-verno, sin germinación. Prima-vera, primera germinación», me instruye.
Asegura también Enales que la inspiración le puede llegar en cualquier momento, que todos los referentes que le rodean son aprovechables y que su epifanía tuvo lugar en el lobby del Palace de Barcelona, «aquel espacio me dejó loquísimo». «Noté que aquello era distinto a cuanto había visto antes».
Uno de sus hitos más recientes ha sido la reforma del Café Boulevard, hoy Aitaren. La intervención propuesta por Verno fue aprobada por unanimidad del «comité de sabios de patrimonio» (expertos del Ayuntamiento de Bilbao, Diputación de Bizkaia y Colegio de Arquitectos) al remitir el diseño al art déco que deslumbró en París al arquitecto Luis Bilbao en 1925.
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