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A la modesta alubia se le achacan una larga lista de inconvenientes, como que es un alimento rústico, de otra época, las digestiones pesadas, los molestos gases... pero son muchos los ojos que se vuelven hacia esta legumbre como una de las tablas de salvación ... de una sociedad que cocina rápido (si es que se pone ante los fogones) y come mal. Son tantas sus virtudes y tan resolubles sus perjuicios que haremos bien si la colocamos muy arriba en la lista de productos imprescindibles, pues es, junto a la patata, el alimento con más valor nutricional de entre los que vinieron de América. Y porque, afortunados nosotros, hay variedades autóctonas que esgrimen como bandera las '3 S' de las que hablan los nutricionistas: saludable, sabroso y sostenible.
Son la pinta alavesa, la de Gernika y la de Tolosa (no confundir con la tolosana, parecida a la de Gernika), diferentes entre sí pero delicadas y contundentes en un plato: saben a gloria y quitan el hambre. ¿Se puede pedir algo más? Sí, que contribuyen al cuidado de la tierra. Ahora no se estila tanto, pero es tradición cultivar la alubia junto al maíz, de modo que la planta de la legumbre se enrosca en el tallo del cereal en busca del sol y su crecimiento enriquece la tierra para nuevas cosechas.
«Hay que preservar estas variedades aunque en la tienda nos cuesten un poco más –explica el nutricionista Javier Aranceta–; de lo contrario, la industria importará especies parecidas que ni son iguales ni resultan sostenibles. Ahí está el ejemplo de Castilla-León, la comunidad con más variedades, pero muchas de las cuales se perderán porque las cultivan a pequeña escala campesinos generalmente de edad avanzada. Son sabores que no se pueden sustituir y las semillas están en bancos de germoplasma, no en las cocinas».
Tres son las variedades clásicas de esta legumbre en Euskadi: la de Tolosa (babarruna), Gernika (indaba) y la pinta alavesa. Las dos primeras pertenecen al grupo de plantas altas, antaño ligadas al crecimiento junto al maíz, por cuya planta trepaban. La primera es de forma ovoidea y color entre morado y casi negro y dos tamaños: entre 0,5 y 1 centímetro y hasta 1,5 centímetros. La de Gernika, más alargada, oscila entre el granate y el crema. La pinta alavesa crece a ras de suelo, motivo por el que es más sencillo recurrir a maquinaria, oscila entre 0,5 a 1,5 centímetros y unos colores parecidos a la de Gernika.
Jon Atiega es un joven campesino de Adana (a unos 20 kilómetros de Vitoria) que decidió seguir los pasos de sus padres en el cuidado de la tierra y las cosechas. Produce garbanzos, lentejas, cereal y alubia de las variedades pinta alavesa y arrocina. Pese a su juventud, recurre a los términos empleados por generaciones anteriores para fijar las fechas y la alubia se siembra el día de San Isidro (el 15 de mayo). «Es una planta muy delicada, le sienta mal todo», asegura. Lo ideal es plantarla «en tierra caliente», y aún así, los golpes de agua, la piedra y los cambios bruscos de temperatura paran su crecimiento.
Una vez más, es posible encontrar el futuro en el pasado, y la modesta alubia, como otras legumbres, está reencontrado su lugar en un mundo que clama por alimentos saludables, sabrosos, cercanos y sostenibles. Así lo piensa el nutricionista Javier Aranceta, para quien este producto «cobra relevancia porque es una alternativa a la proteína animal. Su valor nutricional se asemeja al de la carne, con un 20% de proteínas, y no llega al 1% de materia grasa. Además tiene mucha fibra soluble que incide en la reducción del colesterol».
Y de regreso a la cultura tradicional, opina el presidente del comité científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria que la «sabiduría popular» ha sabido suplir la carencia de aminoácidos esenciales de la carne con el añadido de la hoja verde de puerros y berzas y de los sacramentos «que no sólo dan sabor». Como otras legumbres, están contraindicadas para personas con enfermedades digestivas crónicas, pero se toleran mejor en purés y van mezcladas con verduras.
Aporta Aranceta una batería de consejos (que las abuelas ya conocían) para favorecer la digestión o para evitar los molestos gases. «Hay que tirar el agua de remojo, desespumar las alubias y cocer a fuego lento». Y añade trucos como añadir una bolsita de comino o hinojo durante la cocción, pues esas potentes hierbas evitan la formación de gases.
Atiega dedica a la pinta alavesa unas 15 hectáreas (algo impensable en Bizkaia y Gipuzkoa) y puede por tanto emplear arrancadoras que extraen la planta y la depositan en la misma finca para que se seque: «dos o tres días para un lado, dos o tres más para otro». La trilladora separa posteriormente las vainas del grano, que se almacena en un congelador unas 48 horas para eliminar bichos y parásitos. El campesino se encarga del envasado y de la comercialización.
Uno de los principales productores de alubia de Gernika es Nanike (Kortezubi), la marca con la que Fermín Urizar y Jacqueline Txertudi comercializan legumbres, verduras y carne. Txertudi, cuyo padre trabajó de pastor en Estados Unidos, donde se casó, dedica unas cuatro hectáreas al cultivo de la 'indaba' y ha sustituido el maíz por varillas para facilitar la recolección: la baserritarra coloca unas 40.000 guías para que trepen.
La siembra tiene lugar en mayo y junio y la recolección –«el ordeño», lo llama Jaqueline–, tres meses después... aunque, como es bien sabido, pocas cosas se ajustan a las matemáticas en la agricultura tradicional. «Es una planta muy delicada y una producción muy costosa, muy condicionada por el tiempo y el clima está más variable que nunca: noviembre de 2020 fue primaveral y un año antes llovió mucho».
Depende también de que sople el cálido viento sur de septiembre para el secado, antes de que los granos pasen al congelador para evitar que salga el gorgojo. Txertudi y Urizar recurren a la venta directa, tanto en su caserío, como en tiendas o Mercabilbao, e incluso envían el género a cualquier punto de la península.
«Siempre hay gente que te dice que en la tienda encuentras alubias a dos euros», suspira la baserritarra vizcaína, y no, eso no puede ser, porque como ella, hay centenares de productores que desarrollan una actividad que ya no se estila, en terrenos diminutos y a menudo en fuerte pendiente, con una planta «fuera del tiempo», en palabras de Xabier Goikoetxea, que cultiva alubia de Tolosa en Albistur.
«Hace unos 20 años, un experto sudamericano, director de un centro de recogida de semillas, nos auguraba que íbamos a desaparecer», explica en referencia a la imposibilidad de modernizar las técnicas de producción de un género que alcanza volúmenes irrisorios en comparación con la gran industria alimentaria.
Goikoetxea forma parte de la Asociación de Productores de Alubia de Tolosa, que agrupa a 37 baserritarras cuya actividad se desarrolla en terrenos cuya extensión media es de 4.000 metros cuadrados. «Algunos tienen 1.000 y hay uno con 30.000». Para los menos duchos en matemáticas, aclaramos que 30.000 metros cuadrados son tres hectáreas, para facilitar la comparación con las superficies que se manejan, por ejemplo, en Álava.
En la comarca de Tolosa se siembra entre finales de mayo y mediados de junio, según la climatología, y se está extendiendo el uso de mallas para favorecer que la planta crezca, frente a las guías que emplea Jaqueline Txertudi en Kortezubi. A diferencia de sus colegas vizcaínos, los productores guipuzcoanos disponen de una asociación que se ocupa de las tareas de desgranado, selección y envasado, y es la misma asociación la que se encarga de suministrar la semilla.
El simpar cocinero Prado-Egia'tar Julen ( Arandia de Julen , en el barrio bilbaíno de Atxuri) nos cuenta su receta de alubias con sacramentos, elaboradas a la antigua usanza: sin prisas y con buen género.
Ingredientes. Alubias de Orexa de la variedad tolosana (roja y con motitas; la de Tolosa es casi negra), morcilla de verdura de Abadiño, morcilla de arroz, tocino de Orozko, chorizo, berza, piparras y guindilla riojana.
Elaboración. Julen pone las alubias a fuego bajo a las 9.30 horas junto a una guindilla riojana que finalmente retirará. Las 'asusta' 4 o 5 veces con un chorro de agua para frenar el hervor. Cuando están casi hechas, retira las que están rotas con una espumadera para tamizarlas en el colador, de forma que queda una crema suave que se añade a la cocción. Con sus años en el oficio, sabe que a las 14.30 horas están listas. «La alubia pinta de Orexa, parecida a la tolosana que se cultiva en Gernika o Mungia, es más suave y liviana, puedes comer más cantidad», explica. La morcilla de arroz se pasa por la plancha y queda crujiente por fuera y un poco crudita por dentro; la de verdura se cuece a fuego lento durante dos horas. «La de arroz gusta a todo el mundo, la de verdura no». Remata el plato una ración de piparras y guindilla riojana en tiritas.
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