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Las vacas y los terneros pacen al sol apacible del mediodía en Dudagoitia, el barrio de Amorebieta donde se alza Billene Baserria. El toro, en cambio, prefiere sestear a la sombra de un árbol. En este lugar elevado sobre el valle del Ibaizabal deslumbran las vistas sobre el Mugarra o el Anboto, que se alzan enfrente, y chocan con la herida que está dejando y que quedará del tendido del tren de alta velocidad y con la silueta de los polígonos que jalonan la Nacional 634. Pero en los alrededores de este hermoso caserío recubierto de piedra dorada y situado al final de una carretera estrecha, poco importan esos brochazos de modernidad. Si no te asomas a la colina donde pasta el ganado, ni la ves ni la oyes. De alguna forma, y valga el tópico, el tiempo se ha parado allí.
Y si no se ha detenido es porque quizá ha vuelto atrás. Por esas cosas de la vida y de las crisis (que uno tiene la sensación que se encadenan una con otra), Saioa Mantzisidor tuvo que dejar el empleo en una tienda de material agrícola para regresar al oficio de sus mayores y ahora cría 30 vacas, cuyos terneros vende para carne. Antes, su pareja y ella compraron una vaca para explorar cómo era aquello a lo que se dedicaron sus padres, pero cuando Saioa quedó en paro creyeron que era el momento de dar otro paso.
En 2013 puso en marcha la explotación agraria con 15 vacas y la intención de comercializar la carne de sus terneros directamente, sin intermediarios, con el riesgo que supone empezar de cero y el añadido de que, si funciona, será trabajo extra: al cuidado del ganado se suman las tareas administrativas, la atención de la web y las redes sociales y el reparto. «Los días que tengo que llevar los lotes de carne ya saben que hasta las nueve de la noche no estaré de vuelta», explica. Pero eso parece no importarle, sino que se siente feliz en sus nuevas tareas. «Lo que más me gusta es que cada día es diferente y que hago de todo», añade.
Mantzisidor y su familia optaron por vacas de raza asturiana de los valles, un ganado cuya apariencia recuerda a las de la variedad pirenaica, por su pelaje rubio y sus astas afiladas como cuchillos, aunque de un tamaño menor. También crían cabras cuyos cabritos venden para carne. Además de los piensos naturales con los que se ceba a los terneros, el ganado pasta o come la hierba segada en 40 hectáreas de terreno repartidas por el Duranguesado.
Saioa entrega dos terneros al mes al matadero de Zestoa, lo que les obliga a realizar trayectos de dos horas ante la inexistencia de un equipamiento así en Bizkaia. La carne la venden de forma directa y casi toda en la comarca, en lotes de 3 y 5 kilos, que incluyen filetes, chuletas, carne para guisar o hamburguesas, aunque hay familias que prefieren comprar el canal entero. «Nos gusta la carne de esta variedad asturiana», explica acerca de unas reses que pasan nueve meses al año al aire libre, quedando estabuladas sólo durante los meses más fríos.
La presencia del género de Billene Baserria en algunas ferias y el boca a boca han propiciado que «las ventas funcionen bastante bien. Claro que el trabajo es muy atado; siempre es así si tienes ganado, porque es necesario que alguien esté pendiente de las vacas, por más que en algunas cosas, como la previsión de los partos, nos ayuden la tecnología». Se refiere a un aparato que se coloca en el rabo de las hembras preñadas e informa a través de los móviles de que la res está a punto de traer al mundo un ternero.
¿Y qué fue de aquella primera vaca? «Pues sigue con nosotros después de 20 años. A menudo pensamos que la tendríamos que quitar, pero mira, pese a que solemos retirarlas hacia los 15 años, creemos que ahora mismo está preñada».
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