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En pocos lugares se aprecia de forma más evidente la diferencia entre los viejos tiempos de los caseríos, el ganado y las huertas, aquellos ritmos lentos de la naturaleza, y el presente acelerado de industrias, asfalto y bloques de pisos que desde las empinadas laderas ... donde se asientan los caseríos de las barriadas de Oleta o Motxotekale, en Llodio. El aire limpio y el susurro de los bosques frente a las chimeneas humeantes y el trajín del tráfico.
Allí ha vuelto para buscarse una nueva vida un hombre que un día fue niño de caserío, alguien que probó esa otra existencia que bullía al fondo del valle y que por circunstancias diversas ha regresado al pasado. Por más que el presente le persiga, como a todos, en forma de burocracia, reuniones, enojosos tramites fiscales y, con frecuencia, demasiada incomprensión. Josemi Atxa, del caserío Kasille, estudió Delinación aunque nunca se ganó la vida con el tiralíneas, tuvo con varios socios un negocio de ferretería en Arrigorriaga y ejerció empleos diversos hasta que la crisis de finales de la década pasada le dejó en la tesitura de elegir: asfalto o tierra.
Tenía lo preciso: terrenos de la familia, el conocimiento necesario para cultivar hortalizas y hacer pan... y un acuífero cuyo uso legalizó para regar su huerta. Son unos 8.000 metros cuadrados en leve pendiente (algo milagroso para el lugar donde se encuentran) desde donde es posible distinguir la cruz del Gorbea. Allí tiene ahora unas berzas descomunales y unos fragantes puerros, estrellas de la agricultura de otoño-invierno. En verano cultiva lechugas, cebollas, tomates, calabazas o pimientos, además de variedades exóticas como el kale.
«Hago lo que aprendí en el caserío al lado de mis padres y lo que me han enseñado en cursillos y talleres. El sector requiere de gente bien formada si quiere salir adelante», asegura Atxa. Con eso, más los panes elaborados con tipos diversos de harina –pero siempre de acuerdo a técnicas ecológicas– y magdalenas, baja cada jueves al mercado de Llodio para ofrecer su género, al tiempo que mantiene una cartera de clientes en Arrigorriaga y acuerdos con un par de tiendas.
Los ingresos le dan para pagar el contrato a media jornada de un trabajador, pero para poco más. La vida está muy achuchada y la materia prima y la luz, por las nubes. «He tenido que subir tres veces el precio del pan este último año; si tienes en cuenta la cantidad de horas que metes, los líos del papeleo, el asesor... te das cuenta de que esto no es rentable. Es así: hay trabajo pero te preguntas cómo sacarle rentabilidad».
Y mientras todo el mundo se quejaba de la falta de lluvias, de la sequía y el calor, que ha secado los bosques que rodean las huertas de Atxa como una yesca, siempre a un paso de un incendio «porque el campo está sucio, descuidado», el agricultor de Llodio ha podido comprobar que la sequedad del ambiente ha tenido su cara buena: la humedad es el mejor hábitat para las plagas. Ni Botrytis (un hongo), ni roña, ni orugas. «La sequía de alguna forma me ha ayudado porque, al ejercer una agricultura ecológica, tengo menos medios para combatir esas plagas. Y las hortalizas necesitan sol, que ha habido un montón, y agua del acuífero. Así que me ha ido bien», reconoce.
Lejos, o eso parece, han quedado los tiempos de la pandemia y el confinamiento, cuando las llamadas de los clientes le obligaban «a ir puerta a puerta para llevar el género. La gente parecía muy concienciada pero, una vez pasada aquella situación... entran en el mercado y van siempre al mismo puesto, sin mirar qué tienen los demás compañeros», concluye.
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