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Maite Bartolomé
La granja de Miren Ardeo en Gatika donde las vacas lecheras descansan en colchones de látex

La granja de Miren Ardeo en Gatika donde las vacas lecheras descansan en colchones de látex

La ganadera Miren Ardeo y su familia manejan una granja con más de 240 vacas en Gatika. Su explotación es un ejemplo de la modernización que vive el sector para salir adelante

Miércoles, 2 de junio 2021, 23:53

«Yo era una señorita en Caracas y aquí mi vida cambió totalmente». Con estas palabras se presenta Miren Ardeo, ganadera que junto a su marido y sus hijos regenta una granja de vacas lecheras en Gatika. Su historia es digna de ser contada antes de entrar en los pormenores de la explotación. Ardeo es hija de Jon, natural de Urduliz, que emigró a Venezuela, donde oficiaba de pastelero, y de una vecina de Santiago de Compostela. A Jon, por lo visto, ni el Caribe ni su profesión le llenaban demasiado, de modo que, aprovechando unas vacaciones, adquirió unas tierras en las proximidades del castillo de Butrón con la idea de regresar y dedicarse a la agricultura.

Su biografía sugiere también algunos detalles del mundo rural vasco, pues nació en un caserío situado en el camino de la iglesia que en los últimos años ha caído bajo las excavadoras para dar paso a un nuevo barrio. A él, dice Miren, «le gustaba el mundo rural», de modo que probó con los frutales y con el ganado para carne, hasta que comprobó que le iría mejor con la venta de leche.

Miren tenía ocho años cuando vinieron y le chocó toparse «con gente tan seria», bastante diferente por lo visto a lo que conoció en sus primeros años. Junto a él dio, mientras estudiaba, sus primeros pasos como ganadera a través de la venta directa: «Empezamos con 17 litros diarios y llegamos hasta los 1.500, repartidos entre empresas, pastelerías y colegios», explica.

Los hijos se quedan

Hoy, Miren, su marido Luis Mari Etxebarrieta y sus hijos Erlantz, Endika y Lander facturan unos 4.500 litros diarios a través de SAT Valle de Karrantza, que agrupa a más de 30 pequeñas explotaciones, tras pasar por varias empresas del ramo. Sus hijos, de entre 30 y 37 años, se formaron para el oficio en la escuela agraria de Fraisoro (Zizurkil) y hoy atienden la granja, en la que hay unas 240 vacas, de ellas 125 productoras de leche. Hay además decenas de terneras que, con el tiempo, sustituirán a sus madres. Y por mucha robotización y avances que se incorporen, siempre habrá trabajo, pues almacenar hierba y maíz para alimentar a tanto ganado requiere una dedicación continua.

Un ejemplo: la familia cultiva unas 35 hectáreas de cereal y muchas más de pasto, bien alquiladas o cedidas por el banco de tierras de la Diputación. «Es raro que los tres hijos de un caserío se queden en casa, pero nos arreglamos para disponer de días libres y de vacaciones», advierte Miren Ardeo. La granja, rodeada de parcelas roturadas, prados y bosquecillos, se compone de tres pabellones. En el más antiguo descansan las terneras de recría; el más extenso es el de las vacas y el ordeño y anexo él está lo que Miren llama la enfermería y el paritorio.

La parte más llamativa es, obviamente, el sector dedicado a las reses lecheras, un lugar espacioso, aireado y dotado de ventiladores que se activan cuando la temperatura sube de los 21 grados. Allí es donde actúan las máquinas. Una proporciona la hierba a las vacas y se asegura de que la tienen siempre a su alcance para que no tengan que esforzarse para consumirla. Detrás de ellas, queda una amplia superficie que se limpia varias veces al día.

Bienestar animal

Y lo más sorprendente para el urbanita o para el que conoció los antiguos caseríos, donde las viejas ordeñadoras sustituyeron a las manos y al cubo: el robot que trabaja las 24 horas del día. Lejos quedan los tiempos en los que los baserritarras extraían la leche de madrugada y al anochecer. Hoy, una artilugio conectado a ordenadores y teléfonos móviles se ocupa del asunto, y consiste en dos pequeñas zonas valladas a las que las vacas entran de una en una atraídas por un pienso más dulce que el consumen normalmente.

Al acceder a la jaula, la máquina localiza la ubre y coloca automáticamente las pezoneras. Al mismo tiempo, que extrae la leche y la envía al depósito, aporta información sobre las veces que la res ha pasado por allí, su estado de salud o si se encuentra en periodo fértil. Las vacas portan un collar con un dispositivo que las identifica y si, por gula, alguna quiere repetir el pienso de inmediato, le cierra el paso.

El ganado descansa sobre colchones de látex de seis centímetros recubiertos por caucho flexible. «El bienestar de los animales es fundamental; cuanto mejor esté el ganado, mejor estaremos nosotros, porque te devolverán en forma de carne o de leche aquello que les des».

Mejora genética

En esa mezcla de tradición y modernidad que es hoy una explotación ganadera llaman la atención los cambios destinados a la mejora genética del ganado, que va desde la adquisición de ejemplares ganadores de concursos hasta el 'control' de la natalidad en forma de embriones destinados a traer al mundo hembras, y no machos. Aunque el porcentaje de acierto de la implantación de embriones nunca es del 100%. Ginecólogos, veterinarios y podólogos visitan con frecuencia la granja de Miren Ardeo para detectar y resolver los incidentes que la sabiduría de la familia no localiza. Otro aspecto sustancial de una cuadra como la de Gatika es la eliminación de los purines que el ganado produce en cantidades industriales. Mientras que el sólido se dedica a abono, el líquido es tratado de manera que se elimina hasta el 70% del nitrógeno. «Lo que queda es agua con la que incluso se pueden regar las calles», asegura Miren Ardeo.

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