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Miguel Ángel López de Vicuña ha llevado su tractor a una finca próxima a Matauko, la aldea vecina de Vitoria a la que vive. Va a trabajar en una parcela colindante a la colina donde se alza el santuario de Estibaliz y ha añadido a la máquina unas largas barras de donde sobresalen unas cuchillas en forma de hélice. Su objetivo, cortar los cardos que sobresalen sobre el cultivo de cebada destinada bien a la alimentación de ganado, bien a la elaboración de malta para las cervezas.
El profano reconoce entonces la razón de su trabajo: no hay cardos ni malas hierbas a la vista en los sembrados vecinos, tratados con productos químicos. Pero López de Vicuña optó hace 15 años por la agricultura ecológica y esa apuesta conlleva tareas añadidas como la de desmochar, en este caso, los cardos. «Estaba harto de tragar química», asegura, aunque esa palabra se camufle con adjetivos aparentemente más inocuos, como fitosanitarios.
«Así suena bien, pero en la agricultura convencional se emplean productos más agresivos para eliminar las hierbas. Y a la gente no le gusta ver esas plantas en sus fincas». A él tampoco, claro, pero para ello prescinde de compuestos de dudosa acción sobre la tierra y los manantiales y recurre a máquinas como las cuchillas antes mencionadas, rastrillos o descortezadoras y, si hace falta, al trabajo manual.
El agricultor de Matauko siempre quiso trabajar con máquinas y probó durante unos años como mecánico de coches, pero fue una ocupación que arrinconó por su deseo de regresar al trabajo de sus padres y abuelos. Y la pregunta es obvia, si se arrepiente de haber renunciado a una paga fija, horarios estables, vacaciones... Se ríe. «Ya, a veces pienso en lo bien que estaba trabajando ocho horas... los días más duros trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche, pero es que nos liamos solos, ya sabes», admite.
Pero estamos en verano, tiempo de máxima actividad para los agricultores, y estamos en la Llanada Alavesa, un territorio de cereales, patatas y legumbres; los primeros se están agostando ya y lucen amarillas, las patatas, en cambio, relucen verdes y ya asoma la flor que anuncia la cercanía de la cosecha. López de Vicuña trabaja sobre 80 hectáreas (la mitad en ecológico) situadas en los alrededores de Matauko, terrenos propios, de familiares y arrendados, en los que dominan los cultivos clásicos de la comarca, la patata y el cereal, aunque en los últimos años ha ido incorporando productos como la lenteja (4 hectáreas, una planta que apenas se siembra en el territorio), garbanzo (1,25), alubia (4,5), alfalfa (5,5 hectáreas «para limpiar fincas muy sucias») o remolacha (ahora en fase de prueba).
Esta variedad de productos le lleva a proteger la tierra mediante rotaciones que eviten el crecimiento de las malas hierbas o las plagas como la del gusano alfilerillo, los escarabajos..., y así el terreno dedicado un año a la patata se destina durante los tres siguientes a otros cultivos. Y mientras, se las ve y se las desea para eliminar la alfalfa tardía, un invitado «que antes no había por aquí y llena de semillas» los sembrados de cereal.
En cualquier caso, es su oficio, a los que por voluntad propia ha sumado la de administrativo y comercial, ya que trabaja al margen de empresas y se encarga de vender lo que dan su sembrados. «Mando patatas en palés de mil kilos a toda España», asegura. Es, por lo visto, el género con más garantías de éxito, pues «la legumbre es más aventurera, da muchos problemas porque aparecen la mosca del maíz o las malas hierbas y siempre toca resembrar algunas parcelas».
El agricultor alavés lamenta que no haya muchos más colegas volcados en las técnicas ecológicas en la Llanada, compañeros con los que compartir conocimientos, sí, pero también la maquinaria. Gente que afronte plagas como los cardos o la avena loca próximos a Estibaliz con las cuchillas o con las manos, y no con pesticidas. «La gente va lo fácil y no se complica la vida, pero a mí me gusta meterme en fregados», resume.
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