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Lo primero que llama la atención al foráneo que se acerca a Heredia es su descomunal iglesia, situada en un otero y rematada con una torre de aspecto militar que vigila los campos de la Llanada Alavesa. Luego, el croar de sapos y ranas de una charca cercana, que rompen el silencio de esta aldea próxima a Salvatierra. Y finalmente, el ruido del tractor de Juan Carlos Villar, que regresa a su casa tras realizar la faena. Aprieta el calor y se agradece la charla a la sombra del árbol situado frente a la vivienda. Es la casa familiar de Juan Carlos, productor de alubia y patata que probó suerte en una empresa química de Vinaroz y en una pirotecnia alavesa antes de regresar a las labores del campo.
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Dice Villar que a veces puede echar de menos una jornada de ocho horas, los sueldos estables, las vacaciones, pero que no se arrepiente de haber regresado a la agricultura, tal y como durante generaciones han hecho sus padres, abuelos y demás. «Todo tiene sus pros y sus contras, pero este trabajo me gusta aunque es muy aventurero; vives a merced del tiempo, pendiente de si llueve mucho o poco, de si sopla el viento sur, de si un granizo en agosto te va a arruinar la cosecha». Y el clima, como bien sabemos, es hoy errático como por lo visto antes no era.
Él lo sabe porque lo ha visto: cuando era un niño había nevadas que cubrían hasta la rodilla de un adulto y no desaparecían en semanas, mientras que hoy la nieve se disuelve en días. Y eso, por ejemplo, tiene consecuencias, asegura. Su principal enemigo en el campo es el escarabajo patatero, que con los fríos severos de antaño se reproducía en menor medida que hoy.
Y eso, las plagas, las malas hierbas, son un problema serio cuando uno apuesta por la agricultura ecológica. «La única opción es cuidar bien la tierra: quitar las malas hierbas bien con el tractor, bien a mano, y abonarlas con compost», un producto que se obtiene de las heces del ganado a las que se quita el líquido sobrante, y que él tiene que comprar.
Las fincas que recurren a los métodos convencionales –«con mucha química», matiza– dan más y más rápido, pero no cuadran en un mundo en el que se extiende el respeto al medio ambiente. «Podría obtener más echando más abono, pero eso requeriría más inversión y tampoco quiero empobrecer la tierra», añade.
Villar anda estos días sembrando alubias y patatas en las seis hectáreas que gestiona en los alrededores de Heredia; para el verano quedarán las interminables tareas de cuidado y regadío bajo el tórrido sol de la Llanada y para el otoño, la cosecha. Juan Carlos realiza estos trabajos en solitario, aunque cuando es preciso su hermano Santiago, también agricultor, y él se ayudan mutuamente.
El agricultor alavés cultiva dos tipos de alubias (la arrocina local, blanca y suave, y la negra de la variedad basaburua, ambas exquisitas) y las comercializa en el puesto del mercado de abastos de Vitoria, donde acude los jueves y los sábados, aunque también las vende algunas tardes de cada semana en su casa. En el mercado, además de sus patatas, ofrece género de otros productores vinculados a la producción ecológica, así como plantas.
«Cada vez hay más gente que pone su huerto, hasta en los balcones, aunque de ahí, claro, no se puede sacar gran cosa. Yo les animo para que cultiven aromáticas, pero...». La venta directa, es a su juicio, «la única forma de sacar valor a lo que ofreces, porque si recurres a una comercializadora te impondrá un precio». A Juan Carlos le gusta el trato con el cliente, un perfil de personas implicadas en el cuidado de la tierra que, por ello, dispuestos a pagar precios más altos.
«De vez en cuando aparece alguno que te dice que es caro, que en otros puestos tienen género a tal o cual precio, pero son los menos. Además, las grandes marcas suben o bajan los precios según sus necesidades, mientras que yo los mantengo estables. A veces veo patatas a 1,50 o 2 euros el kilo… y me pregunto si serán mejores que las mías», concluye.
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