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La lluvia caída la noche anterior ha refrescado en parte la tierra en Aritzikerreta, la parcela que Joseba Agirre y Edurne Generoso trabajan en Gatika. Falta hacía después de los calores tremendos. Allí, protegidos por los robles que dan nombre al lugar, no se ... oye más ruido que el piar de los pájaros; ni siquiera es uno consciente de que a unos pocos metros se alza una enorme planta de distribución de electricidad del tamaño de un campo de fútbol. En Aritzikerreta no hay más ritmos que los que marcan el crecimiento de las hortalizas y la hora de llevarlas a la plaza de Portugalete.
Es una vida radicalmente diferente a la que ambos llevaban antes de dedicarse a la agricultura: Joseba era carpintero y trabajaba en obras hasta que una lesión en un ojo le convenció de que había llegado la hora de dar un giro; Edurne se desempeñaba como ingeniera en una empresa dedicada a la automoción y tras una mala racha de Ertes y demás decidió sumarse al proyecto de Joseba.
«No había entrado en un invernadero en la vida», admite este hombre nacido en Ortuella, que explica con crudeza su voluntad de cambio: «Tienes tres opciones: robar, traficar o autoemplearte». Y eso hizo. Buscó tierras y las obtuvo de una allegada (parte de su familia procede de Gatika). Hace seis años acotó el terreno, lo desbrozó, tiró algunos árboles que le incomodaban y montó los invernaderos. Así, sin mirar atrás ni preguntar demasiado.
Mientras ponía en marcha la explotación cogió diversos oficios –fue, por ejemplo, vendimiador– para darse de alta como autónomo (requisito indispensable para acceder a las ayudas) y siguió así, ya con la ayuda de la eibartarra Edurne, alternando trabajos, hasta el año pasado: ya son sólo agricultores. Sin demasiada formación, admiten que «cometieron numerosos errores, errores de tonto, como cuando pensamos que, «cuanto más grandes las guindillas, mejor. Y claro, tenían 'gabardina', la piel dura, y no valen gran cosa». Y ambos se ríen.
En sus invernaderos crecen tomates, pimientos, colinabos, colirrábanos, kale, pepinos, calabazas, melones y mucho más, como diversos tipos de lechuga. En la plaza de Portugalete, templo ancestral de vendejeras, puedes adquirir un lote con hojas variadas (rúcula, mizuna, hoja de mostaza...) para elaborar tu propia ensalada. Y todo, de acuerdo a técnicas de producción ecológica, aprovechando que la naturaleza es más sabia que nosotros.
«Plantamos flores para atraer a los insectos que ejercen de depredadores de las plagas; cuando más variada es la plantación menos daños sufrirán las hortalizas; es como construir casas para los insectos», explican. Ahora, cada semana hay un par de días en los que están en marcha a las cuatro de la madrugada para recoger la cosecha y que llegue brillante y apetecible a sus clientes en Portugalete.
Dicen que les va bien, que están contentos, que se les haría «muy cuesta arriba volver a nuestros antiguos trabajos. Tenemos un compromiso con los clientes para llevarles género fresco, primicias, y no con una empresa a la que hay que prometer cantidades en tal momento».
Mientras tanto, piensan en gallinas, frutales y flores, esas mismas flores en las que atraen a los insectos para venderlas como ramos o centros de mesa y, si se tercia, añadir las hermosas e ignoradas flores que crecen en algunas hortalizas cuando 'crecen' –cuando están a punto de dejar de ser comestibles–. «Esto es duro, pero es lo que queremos, y el trato con la gente es muy gratificante».
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