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«Fue el 31 de diciembre de 2010», explica Jonathan Txertudi. Y si recuerda tan bien la fecha es porque supuso un cambio radical en su trabajo. Ese último día del año 2010 entró en funcionamiento el robot de ordeño de Santanako Esnekiak, con el ... que dio un vuelco al viejo oficio de extraer la leche, «una mejora brutal», en sus propias palabras. Acabó el tiempo en el que había que conectar una a una la ordeñadora a las ubres de las vacas y la explotación entró definitivamente en la modernidad; con esas máquinas que en otro tiempo habían parecido del diablo, es la res la que elige el momento en el que desea que su ubre sea vaciada y la tecnología hace el resto, incluido controlar qué animal ha pasado por allí y cuánta leche ha dejado en el depósito. Se entiende que Txertudi se acuerde tan bien.
Pero con robot o sin él, el oficio sigue siendo el mismo, alimentar a los demás, con todo lo que lleva aparejado: muchas horas de trabajo todos los días, cuidado máximo de las vacas y del entorno y jornadas interminables durante los meses en los que hay que sembrar y cosechar los cereales o la hierba con la que se alimenta al ganado.
Y hablamos de muchas cabezas: 65 madres en ordeño y otros tantas terneras para la recría. Jonathan Txertudi supo a los 18 años dónde se metía; lo llevaba de hecho en la sangre. Su padre emigró para emplearse como pastor en Estados Unidos y al regresar compró una docena de vacas para empezar la actividad. Jacqueline, la hermana de Jonathan, nació al otro lado del Atlántico y hoy es una de las más conocidas baserritarras de Bizkaia por su producción de alubia de Gernika; Jonathan, en cambio, nació aquí.
No le iban los estudios y sí el trabajo en la cuadra, porque en su opinión, «la ganadería, el caserío, es una forma de vida, no es algo que hagas como un oficio». Tiene que ser algo vocacional cuando el calendario no incluye días libres, porque los animales «comen 365 días al año, enferman cualquier día y todas las semanas hay algún parto». Las hermosas, grandes y limpias frisonas tienen una vida útil que ronda los siete años, en los que paren una media de cinco terneros. Sus productos llevan el sello de bienestar animal: pasillos de goma para proteger las patas y camas recubiertas con serrín y lechos de carbonato cálcico, que seca y desinfecta el suelo para mantener las ubres secas y evitar infecciones.
Y a la hora de comer, «una alimentación exquisita» a base de piensos seleccionados y forraje y maíz que cultiva en las 112 hectáreas propias y arrendadas que maneja en el área de Urdaibai y convenientemente abonadas con los purines que genera la explotación. De marzo a septiembre, cuando el ganadero es además agricultor, «es una época bastante agobiante», de aquí para allá con el tractor. «Lo que más jode es ver las tierras sucias, llenas de zarzas», asegura. «Por suerte», y pese a la imparable colonización de chalets, «en Urdaibai sigue habiendo terreno para usos agrícolas», admite.
Todo ese trabajo se traduce en leche que se lleva la cooperativa Kaiku, de la que son socios, pero Santanako Esneak dispone además de un pequeño obrador en el que pasteurizan leche para la venta directa, el mismo destino de sus quesos y yogures de sabores, un derivado cremoso y muy rico, damos fe de ello.
Situado en una ladera, justo sobre el pueblo de Kortezubi, uno se pregunta cómo es la convivencia con los vecinos de las casas cercanas y, en general, con una sociedad que aspira a comer género bueno producido, a poder ser lejos de sus viviendas. «Este ha sido un trabajo mal visto durante años», concluye.
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