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Cuenta Itziar Zubizarreta que los niños entran con asombro a su granja en Galdames, que cada generación que pasa va desconectándose de ese pasado que compartimos casi todos y que se sustenta en la relación con la tierra, con el ganado. La leche sale ... de los envases de plástico, las verduras crecen en los lineales y la carne aparece por arte de magia en el mostradores del charcutero. No hay trabajo de sol a sol, ni animales sacrificados, ni hortalizas que se cosechan en una parcela donde meses antes no había nada; todo es aséptico, limpio y funcional en este mundo nuestro tan moderno. Pero como dice Itziar en el obrador donde elaboran sus yogures, a un paso de donde descansan las vacas que suministran la leche, «alguien tiene que encargarse de alimentar a los demás».
Y ese alguien son, en este caso, esta mujer que desde joven soñó con ser veterinaria –aunque se quedó como auxiliar de veterinaria– y su pareja, Miguel Gómez, biólogo, que heredó y amplió la actividad ganadera que puso en marcha Juan, su padre, en un paraje llamado Murrieta, en la vecina Abanto Zierbena. Él compaginó la tarea con otros oficios, mientras que ella cursó estudios en la escuela agraria de Arkaute y más tarde se especializó en la elaboración de lácteos en Cantabria. En esa fase de formación terminó haciendo prácticas en Murrieta, conoció a Miguel… y hasta hoy. Y si Juan empezó con una cabaña de siete vacas, la pareja se las tiene que ver ahora con 180 animales, entre ellas, 65-70 cabezas de ordeño. El resto atraviesa una fase 'seca' o son terneras para la recría.
La vida de estas reses no se parece en nada a la que tenían en los viejos caseríos: robots de ordeño, camas de arena, suelos de goma, ventiladores contra el estrés calórico… Cierto, pero el oficio no ha cambiado tanto, pues requiere una atención constante y fuertes gastos. «El robot lo compramos en 2013 y fue una inversión pensada en el bienestar animal, ya que son ellas las que deciden cuándo van a ser ordeñadas y pasan tres o cuatro veces al día; no depende de los horarios de quienes las atienden», explica Itziar. En esos pasos por la máquina cada vaca deja unos 40 litros diarios y, a cambio, recibe una ración de pienso adecuada a sus necesidades.
Y ya que mencionamos el pienso, es imposible no hablar de los altos costes de todo lo que tiene que ver con la alimentación del ganado. El género que comemos se ha encarecido, pero no alcanza los precios, por ejemplo, del maíz, «que se ha triplicado en un año», o del pienso, por el que se pagan importes que Itziar define con una frase lapidaria: «podría cotizar en bolsa». La leche de Granja Murrieta va casi en su totalidad a Kaiku a unos precios que ponen en riesgo la propia existencia de la explotación.
Podrían ahorrar en la alimentación del ganado, cierto, si no fuera porque por fin han dado con la receta de sus yogures, con los que piensan abrir una vía que les saque del atolladero. Pero no pueden, «porque la alimentación influye en el sabor del yogur; si la cambias, cambia el sabor», explica la ganadera. Y es un producto bueno, porque en la feria Esneki –cita en torno a los productos lácteos celebrada en Tolosa a comienzos de noviembre– el yogur natural Murrieta obtuvo el segundo premio en una cita con participación de 40 ganaderos. Ya antes había triunfado en Galdames con un yogur con sabor a castaña, uno de los seis que elaboran: natural, azucarado, fresa, frutas del bosque y mandarina y que se venden en la misma explotación y en ferias.
Y todo esto, tanto trabajo, tanto problema, con las puertas abiertas a todo aquel que desee conocer qué es una granja, cómo se cuida y se alimenta al ganado, cómo nacen y crecen… «Estamos muy contentos con las visitas y con la acogida de los yogures». Durante esos recorridos por la cuadra, flanqueados por las altas vacas frisonas, los asistentes pueden catar el género mientras se ponen al día de aquello que parece haber desaparecido de nuestras vidas. «Es que las generaciones de hoy sólo ven vacas por youtube, y no siempre es veraz; teníamos que hacer algo para dar a conocer la realidad».
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