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Un zumbido amenazador llena el aire según nos aproximamos a la parcela. Cientos de abejas inquietas merodean el colmenar de Igor Merino en Unbe, cerca del santuario donde se supone que la Virgen se apareció por primera vez a Felisa Sistiaga en marzo de 1941. Embutidos en las protecciones blancas (capa y sombrero con rejilla), sentimos cómo los insectos chocan contra nosotros. Igor habla de su trabajo y posa para la fotógrafa con un sosiego que uno no termina de entender; un colmenar es cualquier cosa menos un lugar tranquilo.
Web azoka.bbk.eus
Son los años de experiencia de este joven apicultor que se aficionó al oficio y persistió hasta convertirlo en su profesión acompañando a su aita, un aficionado al cuidado de las abejas y la obtención de miel. «Al final, el hobby se ha convertido en mi trabajo», explica. Porque Merino vive de esta peculiarísima labor desde 2004, cuando fundó Eztizen. Empezó con unas 300 colmenas (50 de ellas cedidas por su padre) y ahora 'pastorea' unas 600, ubicadas en las Encartaciones (Galdames, Sopuerta y Muskiz) y Unbe.
Son terrenos cedidos por la Diputación, que presta el espacio a los apicultores por un periodo de cinco años renovable a demanda del profesional. «En eso la Diputación se porta bien con nosotros», admite, aunque a cambio consigue que las incansables abejas desarrollen su otra función, la de polinizar plantas y flores.
Con la miel que obtiene en Bizkaia elabora del tipo 'mil flores' y eucalipto, aunque en julio traslada las colmenas a Burgos y 'cosecha' miel de brezo. La primera se produce desde mediados de junio; la segunda, en septiembre y octubre. Un año ordinario, cada colmena de Igor produce entre 10 y 12 kilos de miel que es tratada en Eztikidetza (Galdames), la cooperativa que agrupa a una decena de apicultores profesionales vizcaínos. Allí se extrae, reposa y embota la producción, que luego comercializa en ferias y tiendas.
El cierre de los mercados agrícolas a causa de la pandemia lastra la comercialización de la miel e Igor Merino sostiene que habría que habilitar los mecanismos para que la actividad, fundamental para los productores, se reanude cuando antes. «Las ferias se celebran al aire libre y, de acuerdo, quizá habría que recortar el número de puestos, pero es necesario que se organicen. Pienso en la gente que cultiva productos perecederos, como hortalizas, y me da pena; al menos, la miel se puede conservar», asegura.
Más le preocupa a Igor la expansión de las avispas asiáticas, una de cuyas enormes colmenas es visible al lado de la carretera que conduce al lugar donde trabajan sus abejas. Ahora el nido está vacío, pues la reina se ha ocultado bajo tierra para evitar el frío, pero cuando vuelva el calor buscará un cobijo nuevo. Una botella-trampa cuelga de un árbol cerca del colmenar de Merino a la espera de que estos agresivos insectos caigan en ella, pero la situación es preocupante.
«Aquí, en Unbe, es más lógico encontrarlas, porque no estamos a mucha altura, pero este año estamos localizándolas en las Encartaciones, a 200-300 metros. Incluso en Burgos, a 700 metros, se ven nidos. Este año ha sido muy malo, porque se están amoldando al frío y porque el clima les ha beneficiado: el otoño ha sido caluroso y la reina ha invernado más tarde».
Para un oficio tan vinculado con la naturaleza como la apicultura, el clima es también importante para la producción de miel, y por eso Igor prefiere «que las estaciones sean como tienen que ser». Ya lo hemos oído a algunos baserritarras que han aparecido antes en esta sección, el tiempo ha reducido las diferencias y ahora vivimos veranos e inviernos largos que difuminan la primavera y el otoño. «Para mí, lo ideal sería una primavera lluviosa y cálida. Y si llueve por la noche, mejor», bromea el apicultor.
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