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La primera sensación del lego cuando entra en una granja de gallinas es la aprensión: nada te prepara para ponerte cara a cara con 6.000 aves. No hay un olor especial, ni demasiado ruido, ni mucho movimiento; simplemente animales que aguardan a que su dueño abra las portillas que las conducirán a la inmensa campa donde podrán correr, alimentarse y tomar el aire. Esa es la primera impresión de la visita a Errotaetxe, la granja que el joven Sergio Ramos construyó en Txintxetru, aldea de una treintena de vecinos perteneciente a San Millán, a unos kilómetros de Salvatierra.
Ramos, como tantos que han pasado por esta sección, no estaba ligado a la tierra o la agricultura, pero dio el paso para dedicarse profesionalmente a ello, primero como agricultor (cultiva maíz, trigo, cebada y avena), luego como criador de gallinas ponedoras. «No sabía nada, pero asistí a un curso en la granja de Arkaute y desde la cooperativa Euskaber me ayudaron en todo, desde el diseño de las instalaciones hasta el manejo de los animales», explica.
Euskaber agrupa a una treintena de criadores bajo estrictas normas destinadas a garantizar el bienestar de las aves; a cambio, se encarga de la reposición de las gallinas cuando han terminado su ciclo productivo, el suministro de los piensos, la recogida dos veces a la semana de los huevos y su comercialización. Es un producto con sellos Eusko Label y ANDA, que reconocen a lo mejor en su sector.
Y son un montón de huevos cada día, porque las gallinas no descansan y si se les enseña bien (hace falta un par de semanas para que aprendan a poner en los nidales) siguen su ritmo: hacia el mediodía la mayoría ha cumplido su función y los huevos avanzan lentamente por una cinta transportadora hasta la sala en la que se colocan en hueveras.
De todo eso se encarga Ramos, que compró el terreno a un familiar y en el que, además de las impolutas instalaciones, destaca la enorme pradera en la que las gallinas hacen su vida. Son 24.000 metros cuadrados de campa llana (un campo de fútbol no llega a 8.000) en la que crecen algunos árboles. Parece un buen sitio (sí al menos para una piscina o un campo de juegos) pero las aves, por lo visto, prefieren espacios más irregulares, con rocas, árboles más grandes... Cada cual con sus gustos.
Las aves, adquiridas a una empresa de Zaragoza, llegan a las granjas de Euskaber con 17 semanas y permanecen allí 12 o 13 meses, antes de ser sustituidas. La cooperativa ha emprendido ahora una campaña para criar sus propias gallinas, que suelen ser de las razas Isa Brown o Lohmann Brown, buenas ponedoras.
En cualquier caso, cabe esperar que estén ansiosas por regresar a la pradera, después de que una alarma de gripe aviar las haya tenido confinadas (sí, ellas también) hasta que ha terminado la temporada de migración de las aves, para evitar riesgos de contagio. En esa campa vallada se encuentran a salvo de depredadores, aunque siempre existe la posibilidad de que una rapaz quiera comer pollo. «No es frecuente, tiene que estar muy necesitado –explica Sergio Ramos–, aunque el estrés que causa a la manada (ellos llaman así al grupo) puede afectar a la producción de huevos». Cuando empieza a oscurecer, las aves vuelven paulatinamente a la seguridad del pabellón, a salvo de raposos, perros, gatos y demás carnívoros.
Con la sustitución de las aves por otras más jóvenes, la granja queda vacía durante un mes para una completa limpieza y desinfección, un periodo de relativa paz para un trabajo diario y reiterativo. «Esto te tiene que gustar, porque todos los días tienes que venir a recoger los huevos, controlar la alimentación, ver si las gallinas están bien... Ya lo sabía, pero es lo que quería hacer desde que era un chaval». Y como Sergio repite un par de veces durante la charla, «quería vivir del pueblo».
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