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gaizka olea
Viernes, 24 de enero 2020
Emeteri, que heredó el nombre de su abuela, tiene un apellido que de alguna forma la condenaba a relacionarse con la gastronomía: Berasategi. La vida, en cambio, iba por otro lado. Esta mujer nacida en Alonsotegi, en la entrada de las Encartaciones, pegadito a Bilbao, ... era decoradora y se ganaba la vida haciendo más agradables los hogares ajenos hasta que la crisis dijo su última palabra. Entonces, de acuerdo con su pareja, Raúl Otaola, decidió regresar al caserío familiar, situado al final de una empinada ladera del valle para abrirse un nuevo camino. Alguien le recomendó que aprovechara el terreno para dedicarse a la agricultura y un ingeniero agrónomo la orientó para diseñar lo que hoy es Ekosumendi, una explotación situada al final de un estrecho y empinadísimo camino de hormigón.
Eso sucedió hace ocho años y ahora es feliz con su quehacer. «Mi salud ha mejorado desde que no me dedico a un trabajo sedentario», explica Berasategi. Su familia siempre tuvo huerta cerca del pueblo, pero sus conocimientos para poner en marcha un negocio y sacar rentabilidad a un oficio tan complicado eran limitados, de modo que pidió consejo a un amigo con invernaderos, participó en algunos cursos y se lanzó a la aventura. Porque no deja de ser una aventura creer que es posible sacarse un jornal en un sector que sólo conoce cierres, jubilaciones de los baserritarras de más edad y el desplome de los caseríos.
Pero lo consiguió. Hoy abastece semanalmente a unas 50 familias gracias al boca a boca y al uso de las redes sociales. Ella misma se encarga de mantener activa la web, en la que además de información variada y algunas recetas, figuran los lugares donde deja sus cestas de verduras. Además del género propio, enriquece la oferta con patatas y fruta de productores cercanos. «Conseguir clientes no es complicado, pero conservarlos sí. Cada semana paso una lista del género del que dispongo para que la gente elija».
En los dos invernaderos y al aire libre diseminados en un terreno en leve pendiente de unos 4.000 metros cuadrados (algo menos que un campo de fútbol), Emeteri Berasategi cultiva lo que se espera de un baserritarra vizcaíno: puerros, lechugas, cebollas, cebolletas, tomates, pimientos, berenjenas, tirabeques, guisantes o habas, buena parte de ellos en sus diversas variedades, pero también col china, pak choi o kale, para seguir la corriente dominante que tanto mira a las verduras llegadas de Asia, pero que ya son nuestras también.
Tiene también frutales y gallinas en un espacio con unas vistas excepcionales sobre el Ganekogorta, el valle o alguna casa en la ladera de enfrente. Nada, salvo el viento que agita los árboles o los pájaros rompe el silencio en el barrio de Zamundi, un remanso de paz... que pondría de nervios a un urbanita o a alguien al que se le ha averiado el coche y tiene que bajar y subir la rampa de hormigón.
Allí arriba, donde el sol pega desde el amanecer hasta la tarde, el único enemigo es la naturaleza, con las incursiones de corzos o jabalíes deseosos de cambiar la dieta por verduras jugosas o el viento, que a raíz de la ciclogénesis de 2014 (el año que de verdad y para siempre aprendimos qué significa esa palabra; antes nos bastaba con huracán) se llevó los invernaderos. «A mí me parece que en los últimos años el viento sopla más fuerte y más días entre diciembre y febrero», aclara Berasategi, que se ha visto obligada a reforzar un lado de los invernaderos con travesaños metálicos.
Pero a todo se puede hacer frente con buena voluntad, piensa esta mujer que sonríe al recordar que hace un par de semanas la llamaron para ofrecerle un trabajo de aquello a lo que se dedicaba. Tiene que ser una tentación: trabajar a cubierto, salario fijo, vacaciones, fines de semana libres... pero no; seguirá tirando de la azada, abonando la tierra con humus de lombrices, atendiendo las redes sociales y la web, manejando el tractor y desoyendo los cantos de sirena que le animan a dejar el monte y bajar al valle. «No, me quedo, hemos invertido mucho en este proyecto y me gusta lo que hago. Y para quitar el gusanillo de la decoración, echo una mano a la familia: no hace tanto decoré la casa de mi sobrina».
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