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gaizka olea
Viernes, 17 de enero 2020, 11:56
Jon Bikandi soñó de joven con ser ciclista hasta que después de sufrir un accidente admitió que sobre las dos ruedas no llegaría muy lejos; entró a trabajar en una inmobiliaria y estuvo unos 20 años comprando y vendiendo pisos, pero llegó un día en que dejó el oficio para dedicarse a aquello que durante tanto tiempo fue un entretenimiento: la ganadería. En esta sección hemos visto que la vida da muchas vueltas y que muchos de los productores han terminado regresando a aquel trabajo que conocieron de niños y que, aparentemente había quedado atrás. Hoy, Bikandi es uno de los principales ganaderos de raza pirenaica del país, ganador de múltiples concursos, y los pasos que ha dado en los últimos años le convencen de que tomó el camino correcto cuando abandonó el asunto de los pisos, las tasaciones, las negociaciones y las visitas a las notarías. Admite que ha ganado calma y ya no necesita un Almax antes de dormir. El estómago suele ser el mejor termómetro de la calidad de vida.
«Y mira que tratar con la gente me gustaba, las cuestiones administrativas ya no tanto», asegura mientras se acerca al caserío en el que reside junto a su familia en una ladera sobre Iurreta. Mientras conduce, señala con el dedo las campas en las que pasta su ganado o donde siega la hierba para que a las reses no les falte alimento». Bikandi maneja unas 100 hectáreas de terreno, parcelas que debe de cuidar para que las vacas y los terneros disfruten de hierba de calidad.
Cuenta que, después de nacer su primer hijo, él y su mujer tuvieron que decidir cuál de ellos renunciaba a su trabajo para acompañar al niño durante sus primeros años. Le tocó a él, que arrancó con una veintena de cabezas y fue engordando la cabaña hasta llegar a las 70-80 vacas en edad de parir. Aunque tiene también algunas cabezas de la especie terreña y unos cuantos potros que le ayudan a mantener limpias las campas, su especialidad, la que le ha dado a conocer en el mundo de la ganadería, es la pirenaica, una raza autóctona, de porte elegante, pelaje blanco y una imponente cornamenta. Este último motivo es uno de los que convencieron a Jon Bikandi para dedicarse a este tipo de reses: «me gusta su cabeza, y además es una raza de aquí».
Son animales fuertes, que resisten bien el clima y no dan demasiados problemas a la hora del parto, uno de los momentos más delicados en la vida de las vacas. Bikandi deja a las que están a punto de parir la posibilidad de que den a luz en las campas, para evitar problemas, y un 90% de los terneros llegan al mundo de forma natural. Los cinco o seis toros de su propiedad garantizan la calidad genética de la cabaña y evitan los riesgos de consanguinidad.
En el mundo de la ganadería, tan desconocido para la gente de ciudad, los concursos son una forma de exhibir las reses, que en los casos de animales notables alcanzan en vivo precios más elevados que cuando se venden para carne. Bikandi vende novillos a otros ganaderos, como él los compra a sus colegas para la crianza, y dedica un 40% a carne a través de carnicerías o cooperativas.
El ciclo de concursos le obliga a moverse permanentemente por toda la península, al margen de las citas más importantes del calendario local, que se celebran en Gernika y Elizondo. Salamanca, Teruel, Cáceres o León han sido testigos de las negociaciones y los éxitos del ganadero vizcaíno. Tres meses antes de la fecha, Bikandi selecciona a las cabezas que llevará y enriquece su alimentación con forraje y beza para que ganen peso y mejoren su estampa. Antes, bromea, hay que enseñar a las reses a caminar con la cabeza alta para que exhiban sus condiciones.
Y deben de hacerlo bien, como prueban los innumerables premios recibidos por la ganadería, acreditados por las escarapelas que cuelgan de las paredes de la cuadra (galardonada en 13 ocasiones como la mejor en la feria de Gernika), y por el reciente reconocimiento como el mejor criador de Bizkaia por Lorra, la cooperativa que agrupa a los baserritarras de la provincia.
«A mí –resume– esto me gusta, aunque sea duro, aunque en verano te den las tres de la mañana haciendo fardos. Vale, ganas dinero, pero tienes que invertir mucho en maquinaria, en el cuidado de las campas, en tiempo...».
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