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Gaia por su hija, 'berry' por el nombre en inglés de la baya en la que sustentan una nueva vida. De ahí surge Gaiaberry, la marca de su empresa. Aislados en la remota Carranza, el italiano de Venecia Massimo Grani y Yuhua Han, natural ... de Guangdong (China) han encontrado su espacio tras mucho viajar por el mundo, donde él ejerció su primera profesión de ingeniero de Minas. Estuvo en Brasil y el sur de África antes de aprender en carne propia la crudeza del oficio bajo tierra. «Había muchos riesgos laborales en las minas del tercer mundo, mucha explotación», explica. Luego se asentaron en Granada, donde abrió una agencia de publicidad que, por lo que dice, marchaba muy bien.
Hasta que en unas vacaciones por el norte de España, con una revista de National Geographic en la mano, les llamaron la atención los verdes paisajes del País Vasco. «Yo conocí esta tierra de niño, viajando con mi padre, y era todo negro y gris, con aquella niebla del humo de la industria». Y del País Vasco, la remota Carranza, el municipio más grande de Bizkaia en los límites con Cantabria, entre bosques, pastos y cuadras.
Llegaron hace cinco años y adquirieron una parcela de una hectárea y media de superficie junto a la iglesia de San Esteban, a unos minutos del núcleo de Concha. Es un terreno en leve pendiente expuesto al sol donde construyen su casa y donde, en estas fechas, están en plena cosecha de arándanos.
El fruto de este arbusto es uno de esos superalimentos de los que todo el mundo habla por sus bondades: es sabroso, rico en antioxidantes, retrasa el envejecimiento y, por su sabor dulzón, opuesto a la acidez o amargor de otras variedades hermanas, «se puede comer como una golosina», añade Massimo.
«Los médicos lo prescriben por sus beneficios cardiovasculares o el cuidado del tracto urinario y la vista. Sus virtudes no dejan de sorprendernos», admite. Massimo y Yuhua recurrieron a productores del fruto en Cantabria para arrancar con su plantación; de ellos aprendieron a preparar el suelo, un antiguo terreno de pastos, y dotarle de la acidez precisa, a instalar los sistemas de regadío y a cuidar sus cultivos.
En su explotación hay unas 3.500 plantas de las variedades Sky Blue y Centra, que en condiciones normales rendirán durante 20-30 años, y que ofrecen su fruto desde verano hasta octubre, frente a las que se plantan en Huelva, donde la cosecha acaba antes y, por lo visto, la rentable baya está sustituyendo a los campos de fresas.
Este año cosecharán varios cientos de kilos, que ya han vendido casi en su totalidad a una empresa del sector, aunque se han quedado con una pequeña cantidad para vender a los vecinos o por Internet: ahora mismo hay personas de Barcelona, Madrid, Almería o Gipuzkoa comiendo arándanos de Carranza. En los próximos años, cuando las plantas alcancen su madurez la cosecha se medirá en toneladas y el trabajo, que ahora les obliga a recolectar agachados, será más sencillo, pues las podas reconducirán el arbusto hasta una altura adecuada.
La plantación, cultivada según normas de la agricultura ecológica, no corre aún demasiados riesgos por parte de la fauna local. Los corzos degustaron algunas plantas, las babosas no se resisten a la tentación y no ha aparecido el gran enemigo de la baya, la mosca blanca, habitual en territorios de muchos frutales. «Los pájaros no conocen el arándano todavía y no les tienta», dice Massimo.
–¿Y cuáles son vuestros objetivos tras un cambio tan radical de vida?
–Ser autosuficientes, cultivar otros productos, tener una casa en la plantación y generar energía con placas solares –responde Yuhua, que se ha reunido con su marido y quien firma esto después de andar cosechando y llega acalorada.
El arándano necesita frío en invierno y calor en verano, «pero sin llegar a las puntas de estos meses; pensábamos que la fruta se caería del arbusto antes de madurar», resume Massimo.
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