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¿Compensa hacer el viaje de ida y vuelta desde San Sebastián hasta Bilbao sólo para cenar en un restaurante? Pues sí, compensa. Pero sólo cuando ese restaurante es de la categoría de Azurmendi. Como saben, la semana pasada se celebró Gastronómika en la ... capital guipuzcoana, una edición dedicada a los reencuentros. Y como broche final, la organización nos ofreció a un reducido número de periodistas la posibilidad de cenar en el restaurante de Eneko Atxa. Entenderán que no lo dudara ni un segundo. Como dice Michelin de aquellos sitios a los que les concede las tres estrellas, «una cocina única, justifica el viaje». Y Azurmendi vaya que lo justifica. Así que tras los emotivos reencuentros que se sucedieron en el Kursaal donostiarra, llegó otro, este con Eneko y su cocina.
Atxa es un gran perfeccionista que cada año da nuevas vueltas de tuerca a sus platos, a esos productos con los que siempre le gusta trabajar, mejorando aún si cabe la estética de las presentaciones y el sabor de las elaboraciones a través, sobre todo, de esos fondos únicos que trabaja. Una cocina actual que gusta a todo el mundo, que engancha por la pasión que trasmite. Como engancha su forma de ser. Porque Eneko es, por encima de todo, buena gente. Siempre con una humildad que no le vendría mal a otros triestrellados.
Uno de los momentos de esta cena fue cuando Atxa se dirigió a la mesa que compartíamos mi vecino de página, Benjamín Lana (buen libro el suyo), y yo junto a Aitor Arregi, el genio de las brasas marinas en Elkano. Con una pequeña parrilla de mesa y un soplete preparó unos filetes de rodaballo 'a la brasa' en homenaje al de Getaria. Un gesto de hospitalidad. La cena fue excelente desde el principio hasta el final, como lo fue el servicio de sala, que en Azurmendi alcanza cotas muy altas.
La mesa de la trufa, con esa yema trufada que ya forma parte de la historia de esa casa, el juego de las quisquillas con el tomate, la tarta de bacalao con su zurrukutuna, el bogavante asado sobre jugo de pimientos a la brasa, el estofado de salazones o la fantástica castañeta de cerdo ibérico en duxelle son algunos de los platos que provocan en el comensal un estado de felicidad difícil de encontrar en otros restaurantes.
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