¿A quién no le gusta la trufa negra? Sobre todo su variedad más cotizada, la túber melanospórum, ese hongo de perfume intenso y peculiar textura tan apreciada desde hace siglos en la alta cocina. Si son aficionados, ya sabrán que estos días está en ... su mejor momento. Personalmente la prefiero, de largo, a la trufa blanca. Nuestro país es el mayor productor mundial de lo que Julio Camba llamaba «el producto más misterioso y prodigioso de la tierra». Tenemos la suerte de que cerca del 45% de las que se consumen en el mundo se recogen aquí, principalmente en Teruel, pero también en Soria, Huesca o Castellón, provincias de la llamada España vaciada donde esta trufa supone un importante apoyo económico.
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En los últimos años se ha podido controlar en buena parte su producción mediante la truficultura. Los especialistas aseguran que no hay diferencia alguna entre cultivadas y silvestres. Doy fe de que resulta muy difícil distinguirlas. Lo importante es que se trate de auténtica melanosporum, porque hay otras variedades inferiores, más baratas, pero de peor calidad. Las genuinas se llegan a pagar en algunos momentos a 1.500 euros el kilo. Me cuentan que está siendo un buen año y hay bastantes, por lo que en las últimas semanas su cotización ronda entre 500 y 800 euros, según las zonas.
Soria es una de las provincias donde mejores trufas negras se encuentran. Lo sabe bien, y se aprovecha de ello, Óscar García Marina, propietario y cocinero de Baluarte, uno de los grandes restaurantes de Castilla y León. Cuando llega la temporada, su menú en torno a la melanospórum es un imprescindible. Trufa soriana que aparece en todos los platos en mayor o menor medida, aportando su especial toque. Dentro del gran nivel general, brilla sobre todo en el consomé que abre la comida, en los ravioli de arroz rellenos de foie gras y boniato, en las alcachofas de Tudela marinadas con una salsa de caza menor y lentejas, en la sopa de ajo, sobre el guiso de oreja ibérica, o acompañando a un pichón de las tierras altas de Soria. Incluso en el postre, con una panna cotta trufada. Un menú al razonable precio de 70 euros en el que Óscar García demuestra técnica y refinamiento. Si les gusta la trufa negra, están a tiempo de disfrutarlo.
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