El Cantábrico en estado puro. El Real Balneario de Salinas es uno de los grandes restaurantes de producto de España. Por la variedad de su oferta y, sobre todo, por la calidad del género que manejan. La familia Loya consiguió convertirlo en referente de la ... mejor cocina del mar de Asturias y de todo el país. Ahora es Isaac Loya el que ondea, con acierto, la bandera de este centenario balneario playero. Platos modernos, muy sensatos, en los que los mejores pescados y mariscos del Cantábrico son tratados con mimo y acierto para darles el protagonismo que merecen.
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A esa calidad en la materia prima y a ese tratamiento impecable hay que unir otro aspecto que invita a visitarlo: su espectacular emplazamiento, en la misma playa de Salinas, con grandes ventanales sobre el Cantábrico. Especialmente fuera de la temporada de baños, cuando la playa está vacía de gente. Y a ser posible en la pleamar, cuando las olas llegan hasta la base de los ventanales y, sentados en una mesa de la galería, tenemos la sensación de estar navegando. Al mejor producto hay que unir una oferta de vinos que es probablemente la mejor de Asturias, y una de las más completas de España.
En la carta del Real Balneario se mantienen clásicos como la fabada, los callos, el arroz con leche o el tocinillo de cielo, pero la apuesta fundamental se centra en los pescados y mariscos, siempre de una extraordinaria calidad. En la pecera que hay al fondo de la galería podemos ver unas langostas, cuyo tamaño nos hace pensar en piezas prehistóricas, alternando con centollas enormes y bogavantes que no tienen nada que envidiarles. Animales vivos que han sido capturados en aguas del Cantábrico, casi todos en la costa asturiana, tan poco conocida a la hora de hablar de marisco y de pescado. Materia prima que se ofrece en distintas elaboraciones, siempre en su punto perfecto, casi siempre con algún toque cítrico que la potencia y la respeta.
Eso sí, un producto de lujo como el que se maneja en esta casa hay que pagarlo. Es, creo, el restaurante más caro de Asturias. Isaac no lo niega. Pero vale lo que cuesta. Unos percebes espectaculares procedentes del vecino Cabo de Peñas, el tartar cítrico de lubina, el juego con las almejas (ligeramente pasadas unas por la brasa, otras confitadas en un pilpil), los lomos de sardina confitados, el jugoso salmonete, el mero perfecto de punto del que luego se sirve la cabeza, bien despiezados todos sus elementos en la sala… Genuino homenaje a la riqueza de ese mar que se extiende delante de nuestros ojos.
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