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Tres y pico de la tarde en un comedor hasta la bandera, el camarero sale de la cocina con dos platos en la mano, escucha ... con terror la campanilla de la puerta y se queda petrificado en el umbral. Su cabeza seguramente piensa 'más gente no, por favor', pero su boca no es capaz de articular palabra. Emito un tímido 'hola' y él pregunta inquisitivo: «¿Tienes reserva?». Por suerte, la tengo. Resopla y me acomoda a regañadientes en un rincón cerca de los baños. Se olvida de darme la carta y corre de nuevo hacia el office; me armo de paciencia. El menú resultó ser fantástico, pero hizo falta buena voluntad para darle la vuelta a una entrada tan descorazonadora.

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