Cuántas veces puede resistir el oído humano los gorgoritos de David Bisbal entonando 'El Burrito Sabanero'? ¿Dejará secuelas neurológicas el centelleo azul Bilbao que recorre la Gran Vía? ¿Se divisa el árbol de Navidad de la plaza de Moyua desde el espacio exterior? ¿En qué ... momento una fiesta religiosa que invita al recogimiento se convirtió en un akelarre de luces LED? Y sobre todo, ¿quién nos ha convencido para alargar este espectáculo durante más de dos meses al año?
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Desde primeros de noviembre el mundo se transforma en un gran recinto ferial tirando a hortera. Fachadas históricas irreconocibles, árboles zarandeados por kilómetros de cables, las mismas tonadillas bobaliconas repitiéndose machaconamente por doquier y un ambiente que oscila entre la nostalgia y la alegría forzada, con el principal objetivo de aflojarnos la cartera.
Los bares y restaurantes no parecen poder abstraerse a este furor decorativo de 'todo a cien' y si hace algo más de un mes se veían empujados a embadurnar sus establecimientos con tela de araña acrílica y calabazas de plástico, ahora es el turno del espumillón, las luces de feria y los papanoeles desastrados. Habrá quién disfrute de la temporada navideña como un chiquillo, algunos la aborrecen con virulencia y otros tantos la toleramos, al menos durante el ratito que pasamos acodados en la barra del bar o en el centro comercial.
Pero imaginen por un momento lo que significa vivir ocho horas diarias –si no cae alguna más, «que para eso son unas fechas tan señaladas»– rodeado de semejante despliegue audiovisual hasta primeros de enero. Añadan al jaleo habitual de cualquier negocio de hostelería un puñado de cuadrillas ruidosas poniéndose al día a voces, tres o cuatro cenas de empresa que a la mañana siguiente no sabrán como mirarse a la cara y unas cuantas familias con los chiquillos correteando por el establecimiento en pleno subidón de azúcar.
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Detrás de la barra, el camarero bizquea, cegado por las lucecitas de colores y esboza una sonrisa de resignación cuando la radio vuelve a escupir por enésima vez la canción del dichoso burrito, que no termina nunca de llegar a Belén.
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