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Empieza la temporada televisiva y las parrillas se llenan de contenidos relacionados con la gastronomía, o mejor dicho, con la cocina. No hay muchos programas orientados al mundo del vino –todo lo más un reportaje de viajes que incluye una visita a una bodega– y ... mucho menos uno que hable del servicio en sala. Eso sí, imágenes de camareros se usan como recurso constantemente en los informativos para hablar de casi cualquier tema. La tele como reflejo de lo que somos o al menos de lo que proyectamos: cocineros estrellas, bodegas para el turismo, camareros curritos.
He escuchado decir unas cuantas veces que si se organizara un concurso televisivo –a la manera de MasterChef– para elegir a la próxima estrella de la sala, quizá tendríamos muchos más chavales soñando con ser camareros. Puede que haya algún productor de una gran cadena dándole vueltas a un formato que explore lo que ocurre en el comedor, les aseguro que el servicio ofrece a diario recursos dramáticos impagables para un 'reality show'.
Está claro que convertir a los camareros en estrellas catódicas despertaría muchas vocaciones, pero tengo serias dudas de que el formato competitivo –y por momentos tóxico– que a veces se impone en televisión para ganar audiencia encajen bien con la esencia del oficio. Los instantes que consiguen hacerse virales en este tipo de concursos suelen consistir en acaloradas broncas, competitividad exacerbada y juicios sumarísimos. En definitiva, una elevación del grado de estrés hasta máximos difícilmente manejables, que no se corresponde con virtudes como la discreción, la templanza o la empatía que deberían asistir a un buen camarero.
El oficio consiste precisamente en cuidar, acoger, relajar la tensión para que el cliente se sienta bien. Entre bambalinas siempre hay momentos críticos, pero en ese escenario principal que es el comedor de un restaurante, se impone la colaboración mutua, el trato agradable, la paciencia y la mesura. ¿Qué tipo pruebas podrían decidir quien gana o pierde? Y una vez proclamado el vencedor, tampoco tengo claro que éste fuera el mejor profesional posible: servir es, en definitiva, lo contrario que competir.
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