Hay un barcito en la esquina de mi calle que últimamente se pone de bote en bote. Abrió hace unos pocos meses y le costó despegar, pero tras unas cuantas semanas de ver al camarero abrillantando la barra con gesto taciturno, el garito ha conseguido ... hacerse con una nutrida clientela, que acude casi cada tarde a tomarse unas cañas y comentar la jornada.
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La mayoría son parejas relativamente jóvenes –un concepto cada vez más elástico que hoy abarca hasta bien entrada la cuarentena– cuya conversación gira indefectiblemente en torno al asunto que les ha cambiado la vida. Acaban de ser padres. Aunque se esfuerzan por seguir vistiendo como cuando tenían veintitantos, un puñado de carritos de bebé aparcados en batería a la puerta del establecimiento y el enjambre de chiquillos correteando entre los corrillos les delata.
Apuran la penúltima caña al filo de las ocho de la tarde mientras comentan los problemas para encontrar guardería o cuál creen que es el mejor medicamento para la fiebre. La calle es peatonal y eso les proporciona una tranquilidad momentánea, hasta que un crío se cae al suelo, otro pide hacer pis o dos se pelean por la pelota. El camarero parece contento, de un tiempo a esta parte tiene el bar lleno.
Matizo, dentro del establecimiento no creo que sea capaz de contar más de cuatro almas, el grueso de la clientela se desperdiga por la calle, llenando las dos mesitas de la terraza, pero también sentados en los portales cercanos o apostados en el escaparate de la librería de enfrente. De pronto toda la esquina se ha convertido en una extensión del bar. No es que a mi me moleste especialmente, le da ambientillo a la zona, pero he notado que los vecinos empiezan a murmurar.
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Hace unos días un comerciante textil del Casco Viejo, harto de verse reconvertido súbitamente en recoge vasos y barrendero, llenó su escaparate de cartelitos en tono aguafiestas del tipo 'Esto no es una terraza' o 'Esto no es una papelera'. Lo contaba el compañero Luis Gómez en estas páginas y debió de estar entre lo más leído ese día en el periódico. Por la tarde, las cuadrillas de padres lo comentaban con una ronda de cañas en la esquina de mi calle.
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