Es el deporte de moda en las redes sociales: criticar al crítico. No me parece mal. Todo el mundo, sea cual sea su actividad, debe aceptar que se cuestione su trabajo. Siempre y cuando se haga con argumentos razonados. El problema surge cuando lo que ... se hace es insultar y descalificar. No vale todo. Para empezar habría que tener claro quién es crítico y quién no. No lo es la persona que se dedica a otra actividad profesional y opina libremente (está en su derecho) sobre sus experiencias. Algunos de ellos saben mucho, visitan numerosos restaurantes a lo largo del año y sus comentarios surgen de una amplia experiencia. Son opinadores fiables, pero no son críticos gastronómicos.
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Mucho menos lo son los aprovechados que utilizan esas redes para sacar beneficio personal en forma de invitaciones y otras prebendas. Algunos, que empezaron a comer razonablemente bien hace poquito tiempo, incluso se atreven a calificar a los restaurantes y mandarles pegatinas con sus puntuaciones. Lo que sorprende es que esos restaurantes las coloquen en lugar destacado. Tiene gracia que quienes han llegado a este mundo descalificando a los críticos profesionales adopten sus costumbres. Las malas, nunca las buenas. En el fondo, su aspiración es reemplazarlos.
Por no hablar de toda esa fauna de blogueros y usuarios de Instagram que se dirigen a los restaurantes ofreciéndoles un comentario positivo en su cuenta a cambio de una comida. Cada vez son más, lo que me hace pensar que muchos cocineros les hacen el juego. Pocos lo denuncian abiertamente. La gastronomía ocupa cada vez más espacio en los medios. Y ha habido que improvisar especialistas. La mayor parte muy mal pagados, lo que lleva a situaciones preocupantes. A esas 'críticas' siempre amables, casi publirreportajes, que son las que gustan a los restaurantes, no a los lectores. Un buen crítico debe ser un profesional absolutamente libre. Y por ello necesita que el medio pague. Por eso sólo es creíble, en líneas generales, la crítica de los grandes medios. Porque el peligro es que todo se convierta en una pura mercadería.
Algunos 'críticos', para sobrevivir, acaban haciendo de agentes de comunicación de cocineros o de bodegas mientras siguen trabajando como periodistas. Por supuesto nunca critican a nadie. Aboguemos por la crítica profesional independiente, dura cuando tenga que serlo, pero siempre constructiva y educadora.
Y no olvidemos que su influencia depende casi siempre, como todo en el periodismo, de la influencia del medio donde se publique. Pero dentro de ello, el prestigio de cada uno, su independencia, es fundamental. Porque el lector no es tonto. Y si el crítico, por el motivo que sea, cuenta lo que no es pierde credibilidad. Nada hay más importante.
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