En el año 2009 un joven cocinero, formado fundamentalmente junto a Hilario Arbelaitz, regresa al restaurante familiar en un pequeño pueblo zamorano de Tierra de Campos. Se llama Luis Alberto Lera y vuelve a Castroverde de Campos para renovar una casa que ya tenía merecida ... fama por su tratamiento de la caza. El Mesón del Labrador era a la vez bar del pueblo y restaurante. Frecuenté mucho esa casa desde comienzos de los noventa. Y fui testigo de la llegada de Luis Alberto, que aportó un soplo de aire fresco para el Mesón. Fue entonces cuando cambiaron el nombre por el de Lera, y también cuando abrieron un hotelito al que en 2015 se trasladó definitivamente el restaurante. Sin renunciar a la cocina tradicional de guisos y de asados de sus padres, Luis Alberto añadió una visión más fresca y moderna de la caza, enriqueciendo el recetario y experimentando con acierto nuevos tratamientos. En Lera se disfruta. Y mucho. Contribuyen a ello la acogida hospitalaria de los propietarios y la presencia de ese gran director de sala que es Ramón Blas, más de tres décadas al frente del comedor, próximo a los clientes cuando la ocasión lo requiere o manteniendo las distancias si es necesario.
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Una nueva visita la pasada semana y otra vez un festín cinegético. Cada año, y ya son quince, Luis Alberto da una nueva vuelta de tuerca. Platos más ligeros sin renunciar por ello a los intensos sabores de campo, ni a salsas y fondos impecables. Las albóndigas de perdiz en caldo de caza; la trilogía de la paloma (menudo tartar); el elegante pichón en escabeche emulsionado que sintetiza la historia de Lera; la perdiz en pepitoria; el relleno de cocido con jugo de jabalí que da valor a la cocina más sencilla; las lentejas con hígado de pato escabechado, máxima expresión de un guiso de legumbres; la codorniz de campo guisada; la liebre del día, sin someter su carne a curación; el pato azulón con melaza de naranja que enlaza con la alta cocina clásica, y el remate del pichón, santo y seña de Lera.
Pichones bravíos de Tierra de Campos, criados en los palomares de la zona. Su carne, pura mantequilla; su sabor, intenso; la salsa que lo acompaña, de elegancia extrema. Hace más de treinta años que lo probé por primera vez allí y nunca me cansaré de repetir. El viaje invernal a Castroverde de Campos es imprescindible.
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