Lagnaa es un pequeño restaurante en el bullicioso barrio Little India de Singapur. Lógicamente su especialidad es la cocina india, sobre todo los curries. Pese al aspecto y tamaño, Michelin lo califica como Bib Gourmand. Nada extraño porque la calidad de esos curries y de ... otras elaboraciones como los chutney (qué bueno el de jengibre) o las 'dhal' (lentejas) amarillas es muy notable. Pero en Little India hay otros buenos representantes de esa cocina hindú. Lo que llama la atención en Lagnaa es la gran tabla de madera que hay en la entrada del local y que señala niveles de picante en una escala del uno al diez. Del mínimo «No pica, para todos» hasta el «Te declaramos el rey» del máximo o el «Alégrame el día» del nueve en la escala. El propietario, el señor Kaesavan, me anima a hacer el 'chilly challenge' para probar el nivel que admite cada uno. Me asegura que hacen todos los curries con ingredientes naturales, nada de extracto de capsaicina como utilizan otros. Para pasar la prueba no se admiten bebidas con leche o yogur, que rebajan el picante. Sólo cerveza o agua. Los nombres de los que lo superan los niveles más altos se cuelgan luego en unas pinzas junto al panel. En el décimo no hay ninguna. En el noveno sólo dos, a las que se han pegado las fotos de los valientes. En el octavo, algunas más, pero muy pocas, también con sus correspondientes retratos. A partir del séptimo el número de pinzas va creciendo exponencialmente.

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Me gusta el picante y lo aguanto bien. He sobrevivido dignamente a platos bien 'picosos' en México o en China con sus recetas al estilo de Sichuán. Incluso a una salsa salvaje de Mozambique que me regalaron unos amigos y que es de las pocas que apenas he podido terminar. Pero la falta de referencias y ese panel me impresionan un poco. Pido un nivel 5, que lleva por lema «Estás loco». El propietario me mira con cara de «este occidental no lo aguanta». «¿Está seguro?». Lo estoy. El tikka masala pica, claro que pica, pero desde luego he comido platos mucho más potentes, sobre todo de cocina tailandesa. Probablemente hubiera llegado sin problema hasta el 7, el nivel «Que los ángeles temen», o incluso, apurando, al 8 («Reza»). Pero reconozco que fui cobarde. Por eso mi nombre no ha quedado para el recuerdo en una pinza.

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