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Quién no ha escuchado alguna vez aquello de que allí donde hay muchos camiones parados junto a algún restaurante de carretera seguro que se come muy bien. Todavía hay personas convencidas de ello. Y sin embargo no deja de ser un tópico, uno de los ... tantos que existen en torno a la gastronomía. La realidad es que los camioneros se detienen a descansar en aquellos lugares que cuentan con mejor aparcamiento e instalaciones adecuadas para su descanso, preferiblemente si disponen además de un restaurante donde puedan desayunar o comer. Y no tanto por la calidad de su cocina como porque ofrezcan menús del día baratos y abundantes. Comer bien en la carretera nunca ha sido tarea fácil. Pero resulta aún más complicado en estos tiempos que corren.
Las modernas autovías y autopistas construidas en los últimos años acortan de forma considerable la duración de los viajes y hacen innecesarias, casi siempre, aquellas paradas para comer en ruta que en otras épocas eran casi obligadas para el automovilista. Si ustedes son lectores con una cierta edad recordarán cómo no hace tanto tiempo había puntos estratégicos en cada ruta, especialmente en las carreteras nacionales a su paso por distintas localidades. Pienso, por ejemplo, en Burgos, en la ruta entre Madrid y el País Vasco. O en Tordesillas y Benavente camino de Galicia y de Asturias. O en Bailén, una vez superado el terrible Despeñaperros, en viaje hacia Andalucía. O Tarancón yendo hacia el Levante, o Medinaceli en la nacional 2. En estos y en otros numerosos lugares cimentaron su fama muchos restaurantes.
Y no sólo es el acortamiento de los viajes. Esas autovías se alejan habitualmente de las antiguas carreteras, que era donde se encontraban buena parte de los establecimientos en los que de verdad valía la pena detenerse. Ahora el desvío supone tiempo y a muchos conductores les da pereza dejar la vía rápida para hacer un alto en la ruta. Añádanle los necesarios controles de alcoholemia que disuaden a quienes no entienden una buena comida sin unas copitas de vino. El resultado de todo esto es la desaparición paulatina de una gran mayoría, por suerte no de todas, de aquellas entrañables casas en las que se comía muy bien y justificaban la parada, reemplazadas ahora por modernas cafeterías sin alma, situadas junto a las gasolineras, cuya oferta gastronómica deja mucho que desear. Está claro que viajamos más rápido, pero disfrutamos menos.
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