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Verano, chiringuito y paella. Tres palabras que van indisolublemente unidas. Los españoles somos grandes aficionados a los arroces. Algo lógico en un país de tradición arrocera que tiene a la paella como una de sus grandes banderas gastronómicas. Sin embargo, la calidad media no responde. ... Diría incluso que hay un nivel preocupante. Existen, claro, excelentes arrocerías, pero coincidirán en que no es fácil encontrar un buen arroz, ni siquiera en las regiones levantinas, donde los mejores suelen ser los que se elaboran en las casas y no en los restaurantes. En su libro 'Lo que hemos comido', Josep Pla mostraba su admiración por los arroces valencianos pero emitía una frase contundente: «Los restaurantes de Valencia son en general tan discutibles que han contribuido de manera visible al mantenimiento de la vida hogareña». El entusiasmo de los veraneantes nacionales y también de los extranjeros por el arroz se sobrepone a todas las calidades. Basta con acercarse estos días a muchos chiringuitos (o a las zonas de las grandes ciudades frecuentadas por los turistas) para descubrir arroces industriales, hechos en hornos cenitales que sólo dan calor por arriba, arroces pasados que parecen engrudo, arroces crudos, arroces con preocupante color amarillo artificial, arroces con mariscos de puro descarte… Todo vale. Y casi nadie protesta.
Muy lejos, salvo contadas excepciones, de esos arroces hechos sobre fuego de leña en paellas que luego se depositan en el centro de la mesa, con una capa muy fina de buen grano y su correspondiente socarrat, y cuyo secreto está principalmente en el caldo y en el sofrito. Aunque no hay una sola región española donde no se elaboren, los mejores siguen siendo los levantinos. Allí, en la Comunidad Valenciana, mis favoritos son los de Casa Jaime, en Peñíscola, especialmente su arroz Calabuch de espardeñas y ortiguillas de mar en homenaje a Luis García Berlanga; los de Casa Salvador, donde además de grandes arroces se puede disfrutar de su terraza sobre el Estany de Cullera; los de Casa Elías, en Chinorlet (Alicante), con los mejores arroces de conejo y caracoles; los de El Faralló, en Denia, donde además pueden comer unas excepcionales gambas rojas, o los de Casa Cantó, en Benissa, cuyos estupendos arroces se sirven en paellas individuales (ya saben, arroces para uno) y se comen con cuchara de madera. Procuren buscar sitios como estos. Y, si pueden, olvídense de los otros.
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