De todas las materias primas que se manejan en una cocina, las procedentes de la caza son seguramente las más complicadas. Con ellas se lucen los grandes cocineros, los más técnicos. Sólo los mejores son capaces de obtener de la carne de esos animales abatidos ... en el campo platos brillantes. No son tiempos fáciles para la cocina cinegética, especialmente para la de pluma, perseguidos con saña los restaurantes, sometidos a continuas inspecciones y a frecuentes sanciones. Tanto que muchos cocineros especializados han renunciado a trabajar con tórtolas, cercetas, zorzales o becadas. Animales casi desaparecidos de las cartas de temporada bajo la acusación de que están en peligro de desaparición. Sin embargo, no se prohíbe su caza, lo que parece un tanto contradictorio. Como contradictorio es que nos podamos comer una grouse procedente de Escocia y ninguno de los pajaritos de nuestros campos. Escasean por tanto esos platos que tanto nos gustan a los aficionados: liebres guisadas con su propia sangre en potentes civets; codornices envueltas en hojas de parra y asadas; conejos de monte simplemente a la brasa con el aderezo de unas hierbas o de un potente alioli; escabeches de perdiz, vieja fórmula de conservación que ha llegado a las más nobles mesas; becadas, el más exquisito y valorado de los bocados cinegéticos; ciervas asadas, de carne más delicada que la de los machos, con el contrapunto de salsas acidulces…
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La dificultad de acceder a esa cocina cinegética hace que la valoremos más cuando la encontramos en un restaurante. Eso me ha ocurrido en una visita a Ancestral, en Illescas (Toledo), una casa que abrió sus puertas a comienzos de 2022 y a los pocos meses ya lucía una merecida estrella. Su cocinero, el joven Víctor Infantes, se centra en la tradición manchega. Una tradición en la que la caza siempre ha tenido un peso importante. Por eso no ha dudado en incorporar a su menú degustación un buen número de elaboraciones que la tienen como protagonista. Desde un entrante de consomé de tasajo de ciervo hasta la cierva a la brasa con mojo de los Montes de Toledo que remata la parte salada. Y por medio, perdiz roja escabechada, pato azulón salvaje con guiso de trigo, verdinas con torcaz, una ortodoxa becada o la secuencia de la liebre, que incluye los sesos (en una presentación un tanto 'gore'), el lomo a la brasa y un pastel de hojaldre con sus higaditos.
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