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La mayoría de la gente cree que come de una manera sana. Pregunte a los más cercanos, a los que sospeche que puede plantearles esto sin riesgo de que le oculten la verdad, y verá lo que le cuentan. Nadie duda de su intención, vamos, ni ellos mismos. Cuando se sientan a la mesa se meten un plato de verduras, un pescadito al horno, un poquito de fruta y se levantan supercontentos. ¡Que sano soy! Pero a muchos les pasa luego como a los ingleses, que también en esto todos somos europeos...
Un estudio realizado en Londres revela que una de cada cuatro personas arruina los beneficios de tan sana alimentación con la cantidad incontrolada de refrigerios que se mete entre horas, sobre todo mientras trabaja. ¡Aay! Las máquinas de comida que hay en las empresas... ¡las carga el diablo!
«Estamos acostumbrados a hablar de productos sanos, cuando lo correcto es pensar en clave de una alimentación saludable», reflexiona la nutricionista Leila Pérez Venturino, del hospital Vithas Vitoria. De nada vale comerte una ensalada de tomate y lechuga al mediodía si por la mañana y a media tarde te pones fino a cacahuetes con chocolate o bollos, galletas, sandwiches asquerosos –que los hay–, gominolas o cualquiera de todos esos productos que vienen en plásticos de colorines. «Un día a la semana puedes permitirte un capricho. Una cosa no anula la otra. Pero la balanza final –advierte la experta– tiene que estar inclinada siempre a favor de la dieta sana».
El trabajo inglés, publicado esta semana en la revista 'European Journal of Nutrition', consistió en evaluar con detalle el refrigerio de 854 personas. Esas cositas que podemos meternos a media mañana o a media tarde con mucha frecuencia para mantener controlada la ansiedad. El estudio habla de muchas cosas, pero contiene dos reflexiones muy interesantes.
La primera: la mitad de los participantes ni siquiera consideraba que todo ese picoteo gallináceo también formaba parte de su dieta. Su alimentación, para ellos, era saludable, porque cuando se sentaban en la mesa de su casa comían sano. ¡Ah, pero, y la del trabajo? «Cuando hacemos comidas intermedias, como un aperitivo o una merienda, lo ideal es utilizarlas para mejorar nuestra frecuencia de consumo. Esto significa que podemos introducir en estos momentos los alimentos que generalmente faltan en nuestra dieta para equilibrarla desde el punto de vista nutricional», explica la experta. «Por ejemplo, podemos aprovechar para tomar más leche y frutas, porque lo habitual suele ser que la comida contenga más proteínas, hidratos; y consumamos cereales en el desayuno».
La otra reflexión interesante hace referencia a lo que podríamos definir como 'productos trampa', que no son pocos. Son aquellos que tienen fama de ser sanísimos, porque en realidad lo son, tienen grandísimas propiedades nutricionales. Lo oímos, nos lo creemos y luego, como nos pensamos que son el elixir de la eterna juventud nos atiborramos con ellos. ¡Pues no! La cantidad cuenta. Para que se entienda: los frutos secos son fantásticos, pero un puñadito al día, no más. Meterse la bolsa entera de nueces y almendras roza el delito.
Un plato de lentejas (hay que comer legumbre como mínimo dos o tres días a la semana) es fantástico. Pero si uno se mete medio kilo de ellas con otro medio cerdo, pues la hemos jorobado. De sano, nada.
Quizás el único plato que pueda salvarse de esta ecuación es la ensalada, que como es básicamente agua puede comerse uno lo que quiera. Claro, que la excepción también en este caso cumple la norma. Porque si a esa ensalada le echamos un bote de bonito, media piña, la cuña entera del queso y el medio paquete de frutos secos que nos quedaba la hemos liado. Lo dicho, evite el picoteo como forma de calmar la ansiedad o vuélvalo sano. Feliz día.
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