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Tirón de orejas para los educadores. Para padres y personal docente, que aquí hay para todos. Los niños tienen que comer más frutas y verduras, pero no lo hacen porque no se les enseña. Ni en casa la familia esta dispuesta a dedicar su tiempo ... libre a pelear con los chavales, que bastante carga el trabajo diario; ni en la escuela el profesorado tiene tiempo o ganas para encargarse en el rato del comedor de lo que, según dicen, deberían ocuparse aita y ama. Y así nos va. Unos por otros, la casa sin barrer. Noto los cuchillos de todos ustedes artravesándome la espalda. Sepan que les comprendo, pero 'Houston, tenemos un problema' con la obesidad y el sobrepeso infantil. Una reciente investigación firmada en Alemania habla un poco de todo esto.
El reconocido Instituto Max Planck de Berlín para el desarrollo humano, que investiga sobre disciplinas del conocimiento tan dispares como la medicina y las matemáticas, ha publicado nada menos que en la revista 'Jama' una investigación que concluye que los niños comerían muchísimas más frutas y verduras si los adultos fuéramos capaces de retenerlos en la mesa diez minutos más. En total, unos treinta. En el desayuno (quizá aquí con algún minuto menos bastaría), la comida y la cena. ¿Cómo es posible que los chavales aborrezcan los primeros alimentos que aprenden a degustar?
La investigación del Max Planck revela que diez minutos más en la mesa permiten a críos y adolescentes comer unos cien gramos más de frutas y verduras. Vendría a ser como ingerir «una manzana pequeña o un pimiento». Puede parecer poco, pero no lo es. Porque esa manzana pequeña o pimiento representan una de las cinco raciones de frutas y verduras que todas las personas deberíamos tomar a diario. No está mal. Menos aún si se tiene en cuenta que no es solo lo que se come, sino la costumbre que con ello se inicia. El hábito, que en nutrición es fundamental.
El trabajo alemán, que es muy curioso y muy interesante, contiene otro dato de esos que incentivan a poner en práctica esto de los diez minutos más de silla. Las comidas familiares más largas no hicieron que los niños comieran más pan, más fiambres o más dulce. Sólo contribuyeron a que tomasen más frutas y verduras de lo habitual. Yeso, según cuentan, se consiguió gracias a algo que especialistas como la médico nutricionista Carmen Pérez Rodrigo han defendido en más de una ocasión en este rincón de la salud alimentaria. Lo lograron con piezas de frutas y verduras preparadas, de bocado, que resultan más fáciles de comer y permiten consumirlas sin necesidad de pringarse las manos y, lo que es peor, la ropa. Es decir, las hicieron más tentadoras para los chavales y para sus padres (porque son los que lavan la ropa, claro).
Estamos de acuerdo con que las jornadas de trabajo resultan, con los años, cada vez más duras. Vale: aceptado pulpo como animal de compañía (Sé que si no se tiene cierta edad este matiz de publicidad ochentera se pierde...) Pero el tiempo de educación de nuestros hijos, especialmente en materia alimentaria, no debería ser racaneado. Porque la salud que no se cultiva corre el riesgo de convertirse en enfermedad.
La familia, como dice Pérez Rodrigo, tiene que hacer un esfuerzo por inculcar a los hijos cultura alimentaria. Consiste en elaborar en casa la lista de la compra, ir con ellos al supermercado, preparar la comida juntos y disfrutarla en familia. Así se educa en nutrición en casa, bastante más que con grandes discursos. Los centros escolares, por su parte, deberían empeñarse en lograr que el comedor escolar no sea una juerga, un bullicio incontrolable.
El oficio (y placer) de ser padre o madre conlleva la sensación irremediable de predicar en el desierto. Pero dicen que luego crecen y que de lo dicho algo queda. Entretanto, feliz fin de semana.
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