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A Medina de Ríoseco, en Valladolid, hay que ir en algún momento por unas cuantas razones. La primera: apuntarse a un crucero por el Canal de Castilla. Eso si no es que no se anima uno a hacer unos cuantos kilómetros a pie bajo la ... protección de los árboles, que también es una buena opción. Para andarines, por si acaso, la etapa Ríoseco-Castromocho tiene 24,9 kilómetros y va pasando por viejos edificios harineros, esclusas, puentes y algunos otros pueblitos (no muy lejos de la ribera), aunque siempre se puede optar por hacer diez para allá y diez de vuelta cambiando de orilla.
Si se prefiere ir sentado, ahí está el 'Antonio de Ulloa' dispuesto a realizar trayectos fluviales de martes a domingo (información y reservas en el teléfono 983 701 923). Parte el barquito desde la dársena más amplia de todas las que se construyeron en el canal –52 metros de ancho y más de 330 de largo–. En algunas de las excursiones hasta pasa una esclusa como hacían aquellas embarcaciones para las que fue construido este ingenio en el siglo XVIII; la idea era llevar y traer la carga navegando, surcando las aguas, en vez de hacerlo por tierra como había sido lo habitual hasta entonces.
Navegar atrae, sí, pero si antes o después se recorre la ciudad en busca de buenos alimentos dulces, hay que repensarse lo de salir a pasear a buen ritmo. Porque resulta que en Medina de Ríoseco hay un montón de paradas para golosos. Pastelerías grandes y pequeñas, con historias más o menos largas, esperan al visitante y en cada una hay algo típico, una seña de identidad. Hasta Pastelería Marina suelen llegar los capitalinos los fines de semana para hacerse con unas cuantas 'marinas', su buque insignia. No siempre está abierta la puerta, diga lo que diga el horario oficial, pero la gente espera lo que haga falta por este hojaldre rectangular relleno de crema y recubierto de azúcar glass, un exterior crujiente para un interior suavecito. Se elaboran desde 1858, que se dice pronto, y siempre de manera artesanal. No se venden en otro sitio, ojo.
Otro local con producto característico es Cubero, donde los abisinios pueblan la barra de la cafetería desde bien temprano por la mañana y después pueden comprarse por cajas en la pastelería. El café viene acompañado siempre de un ejemplar de esta bombita rellena de crema y espolvoreada de azúcar que toma su nombre de su color dorado, cuenta la historia. La Confitería Cubero presume también de eso, claro: en Ríoseco abrió en 1944, pero los abuelos de entonces ya llevaban mucho trabajando en el cercano pueblo de Villafrechós; fueron ellos los que fabricaron unas almendras garrapiñadas que ganaron premios en concursos y exposiciones internacionales como la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
En La Flor de Castilla tampoco se quejan de falta de raíces. Desde 1932 llevan las sucesivas generaciones sacando de los hornos los bocados dulces más típicos, como las pastas de almendra y las rosquillas ciegas. Si se está celebrando alguna festividad, seguro que están haciendo la pasta correspondiente. Por ejemplo, en la Semana de Pasión, son las rosquillas de palo con figuras diversas. ¿Torta de chicharrón? ¿Magdalenas? ¿Rosquillitas fritas? También. Y en la tienda hay otros productos locales, como el queso, para llevar en plan 'souvenir'.
Y la última, que aunque hay más posibilidades en Medina de Ríoseco es mejor cerrar la boquita: Castilviejo. Aquí el pastelero no solo inventa formas y combinaciones para los pasteles y las pastas, tal y como aprendió de sus padres (que abrieron el primer negocio en 1968), sino que innova en todo lo que puede y dependiendo de la temporada. Elabora, en verano, helados artesanos a los que cada año se suele sumar algún sabor nuevo; va por los 200, y 25 son de variantes de chocolate, otros de producto de cercanía como el pistacho y el aceite de oliva virgen extra o de vino de una bodega de Toro. En invierno toca hacer turrones artesanos a los que sí, también suma recetas de vez en cuando.
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