Creo que hoy me voy a meter en camisa de once varas. Lo digo por la historia que les cuento en el papel sobre el bueno de Ishaq Akhond Muhamad, un paquistaní de la etnia baltí que nació en el valle del Karakórum y ... que se ganaba su modestísimo sueldo (su primo, que es maestro, y al que pagó los estudios tras trasladarse a Bizkaia, cobra 100 € al mes y, allí, es capitán general) cocinando yak congelado y sopas calientes para los himalayistas europeos y asiáticos que buscaban cima en el circo de los ochomiles.
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Al principio, más joven e inexperto, cargaba un saco de 50 kilos a la espalda (sujeto a la frente con una cuerda) calzado con zapatos de goma y con el único aporte de un chaquetón y una manta para hacer frente a las noches a la intemperie.
Ishaq es cocinero. Se jugó la vida por Alex Txikon en el invierno del 2011-2012, cuando de los seis expedicionarios que partieron hacia la cumbre del Gasherbrum I sólo tres volvieron con vida.
En agradecimiento por aquello (durmieron diez días juntos, mejilla contra mejilla, para darse algo de calor a 30º bajo hasta que les rescató un helicóptero) Txikon se trajo a Ishaq a Igorre.
Habla euskera, se sacó el carnet de conducir, aprobó la ESO, hizo teatro y sus tres hijos estudian en Igorre donde vive con su familia. Asistió a media docena de clases de cocina y se hizo cargo del batzoki. Desde hace unos meses lleva el Garibolo, algo así como el epicentro de la comida vegetariana (con todas las comillas que me exijan los puristas) de Bilbao.
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Pues bueno. Hoy el Gastrolabio no va de comida. Va de personas. De buenas personas. El otro día fui a comer, probé sus platos con cierto aire asiático y allí, de sopetón, Ishaq me presentó a un paisano de su aldea: Murtaza Sadpara, otro porteador de altura paquistaní, que estuvo a punto de morir en el K2, abandonado a más de 8.000 metros de altura por la expedición que le contrató.
En aquellas horas de agonía pasaron a su lado casi un centenar de clientes y sherpas camino de la cima que desviaron la mirada, sin ofrecerle socorro. Murtaza llegó a Bilbao con seis dedos negros, congelados, necrosados y con la amenaza cierta de una infección o de una gangrena que podía acaba con la vida de este tiarrón de mirada perdida. Fue operado en la Clínica Quirón.
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Murtaza vive ahora en casa de Ishaq y se pasa las horas pegado al móvil, hablando con su familia, sin ganas de vivir. Le conocí y me enseñó sus falanges amputadas, con la mirada perdida. Luego, las escondió cruzando los brazos.
Ishaq se trae a Murtaza todos los días a Bilbao, le acompaña al parque, le enseña los árboles, los prados, las fuentes, el tránsito acelerado de la gente y las suaves colinas verdes que rodean Bilbao. Cuenta su historia en clubes de montaña y salas de cultura y acepta donativos para que Murtaza, que jamás volverá a ser sherpa, pueda montar un modesto negocio cuando se cure.
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Alguien definió un día la cocina actual como un conjunto de egos y fotografías brillantes. Sí, ya sé que no es lo mismo. Pero tipos como el cocinero Isaqh me congracian con el gremio. Aún queda buena gente por el mundo.
PD : He vuelto a leer y a ver El Sur (de Adelaida García Morales y Víctor Erice, pareja por entonces). Y la frase de Estrella (Sonsoles Aranguren) el día de la Primera Comunión «lo ha hecho por mí, lo ha hecho por mí», resuena todavía en mi mente. Como 'En er mundo', ese pasodoble infinito que bailan Estrella y Agustín Arenas (Omero Antonutti). La banda sonora de la vida.
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