
García de Salazar y la dieta feudal
Historias de tripasais ·
El célebre banderizo vizcaíno escribió en el siglo XV ciertos consejos dietéticos que nos descubren cómo era la alimentación de la épocaHistorias de tripasais ·
El célebre banderizo vizcaíno escribió en el siglo XV ciertos consejos dietéticos que nos descubren cómo era la alimentación de la épocaAna Vega Pérez de Arlucea
Martes, 23 de octubre 2018, 09:44
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Pollos, perdices, patos y codornices, carneros, huevos, leche, nueces, higos, berzas y vino. He aquí algunos de los alimentos con los que se cuidaban los señores feudales del País Vasco, allá cuando oñacinos y gamboínos se pasaban el día rebanándose el pescuezo unos a otros. El gran cronista de aquellas guerras de banderizos fue Lope García de Salazar (1399-1476), señor de Muñatones (Muskiz), de la portugaluja torre de Salazar, merino mayor de Castro Urdiales, terrateniente e hidalgo vizcaíno con tres mil lanzas a su servicio. Los Salazar estaban en el bando oñacino y Lope fue especialmente beligerante en el conflicto contra los partidarios de los Gamboa, familias vecinas y rivales por el dominio de las tierras vizcaínas. Bravucón y mujeriego a la vez que refinadamente culto, García de Salazar se metió en todos los berenjenales posibles de su época: se enfrentó al rey Juan II de Castilla, a Enrique IV, al corregidor Juan Hurtado de Mendoza, a su mujer Juana de Butrón, a su hijo Juan de Salazar…
De sus líos familiares y de alcoba nacieron numerosos hijos ilegítimos y una guerra abierta con su heredero, Juan, que acabaría con el padre sitiado y encerrado, primero en la casa-torre de Muñatones y después en la de Salazar. Allí acabaría su vida de película con un digno final de ídem: envenenado a través de la comida a manos de su ambicioso hijo. Durante sus seis años de reclusión García de Salazar escribió las 'Bienandanzas e fortunas', una obra en 25 volúmenes que cubría toda la historia, desde el diluvio universal hasta las guerras de bandos y el triste destino de Lope. Nuestro amigo tuvo tiempo de acordarse de la pitanza, quizás por añoranza ya que según él en su encierro le negaban casi todo lo necesario y le trataban «áspera y cruelmente como si fuera un moro».
En el libro V de sus Bienandanzas (de las cuales la copia más antigua es el Códice de Mieres, de 1492) aparecen varios párrafos dedicados a la reflexión gastronómica. Metido en el papel de Aristóteles, Salazar pasa por su filtro vizcaíno los consejos que el filósofo griego daba a Alejandro Magno y habla por ejemplo de las cuatro estaciones del año y de lo que el cambio de temporada implicaba a nivel dietético. Por ejemplo en lo que él llamaba 'primover' decía que crecía la sangre y se hacía provecho de todas las viandas tempranas como «pollos e perdizes e codornizes e gallinas, los huebos blandos e leche de cabras e lechugas».
En verano era mejor olvidar los alimentos calientes y optar por comer frugalmente «carne de bezerros con vinagre e pollos, de la fruta, mançanas dulçes e çiruelas», mientras que la otoñada era tiempo de melancolía, frío y seco y por tanto, siguiendo la teoría galénica de los humores, había que comer caliente y húmedo a base de corderos, uvas y vinos añejos. En invierno había que «mudar las viandas todas por que, así como vieniere la friura, vayades mudando las viandas que solíades comer». Recomendaba platos calientes y grasos para reconfortar el cuerpo: «palomas e ansares e asaduras de puercos e de carneros e las espeçias calientes, vino vermejo e verças calientes e figos pasos e nuezes e letuarios calientes (confituras espesas a base de frutas y azúcar o miel)».
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Más adelante sigue hablando García de Salazar del condumio y sus propiedades, o, como decía él, «de las naturas de las carnes e de los pescados e frutas e de sus condiçiones e fuerças e tachas e virtudes». Para nuestro aguerrido banderizo eran malas las aves acuáticas («fazen malos umores»), las carnes saladas, las grasas, especialmente la de cerdo, y las ovejas el colmo del horror. Como buen señor feudal con privilegio para cazar, comía perdices, tórtolas, palomas, cordonices, ciervos, corzos y alguna liebre que otra. En cuanto a los pescados aconsejaba sobre los de mar «escojer de los menores e que non sean muy gruesos», apreciando el salmón con vinagre y pimienta y el sábalo, igual que los calamares, pulpos o langostas que había que comer «al tienpo de quaresma».
En el catálogo de esta dieta vasca tardo-medieval entraban también las yemas de huevo, las manzanas, las peras, higos, uvas y frutos secos, así como las berzas, el perejil, el apio, el hinojo y la ortiga. Siguiendo las creencias médicas de aquel entonces, Lope proclamaba que el resto de frutas y verduras eran dañinas, igual que todo lo que fuese propio de las mesas pobres e indigno de nobles, como las legumbres, ajos, cebollas o «las carnes e pescados començados a podreçer o podridos».
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En su cárcel de Muñatones no creo que el buen Lope tuviera mucho acceso a lectuarios, vinos especiados ni carneros asados. Por eso seguramente concluyó su apunte con un sensato razonamiento: que al final lo importante es la despensa y el gusto de cada uno. «Se deve presumir en estas viandas que la costunbre e el elemento de la tierra e la criança de las personas vençen a todas cosas».
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