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En las secciones de sociedad de la prensa, ésas en las que se habla de saraos varios y convites elegantes, nunca sale nadie feo, pobre ni triste. Si a ustedes les parece aburrido el desfile de caras guapas por los guateques actuales, imagínense cómo eran esas noticias hace cien años. Básicamente una soporífera lista de ilustrísimos señores (y correspondientes «señoras de») repetida en bucle ya que siempre eran las mismas personas las que asistían a bodas, homenajes y otras reuniones sociales. Los miembros de la jet-set vasca compartían espacios, amistades y en muchos casos lazos familiares, de manera que todos ellos estaban puntualmente enterados de los cotilleos de su círculo habitual sin necesidad de que ningún escándalo o grosería llegara a la esfera pública. Eso se quedaba para comentarlo entre el té y las pastitas.
Por eso resulta tan interesante leer 'Yanqui hirsutus', la novela autobiográfica que en 1949 publicó Manuel de la Sota en el exilio. La pueden ustedes encontrar digitalizada en el repositorio Euskariana y si le echan un vistazo seguro que ya no podrán soltarla. Manuel de la Sota Aburto (1897-1979) volcó en ella sus recuerdos del tiempo que pasó refugiado en Biarritz durante la Guerra Civil, su decisión de trasladarse a EEUU para trabajar en la Delegación del Gobierno Vasco y sus opiniones o «pequeñas conversaciones sin importancia sobre los habitantes del Nuevo Mundo anglosajón». También tuvo tiempo para incluir en el libro sabrosas teorías sobre la cocina europea y la americana —hablaremos de ello otro día, lo prometo— y hasta de deslizar alguna que otra amable indiscreción sobre sus tiempos de señorito bilbaíno. No hacía falta que explicara que el protagonista de la novela era él mismo, porque personaje y autor compartían vivencias, edad y hasta el ser hijos de millonario. En su caso, de sir Ramón de la Sota, y en el de su personaje, de un marqués tan rico como anglófilo (igual que sir Ramón, también marqués de Llano).
Para explicar los prejuicios de la alta burguesía vizcaína contra los estadounidenses recurrió a una anécdota que nunca se plasmó en las páginas de sociedad. Los yanquis habían protagonizado un episodio que la gente «bien» de Getxo rememoraba con escalofríos: se habían saltado la etiqueta de un banquete. «Otro incidente contribuyó a aumentar el desprestigio de los americanos», escribió De la Sota. «Se celebró una regata-crucero de los Estados Unidos a Santander, la cual siguió a Las Arenas, y entre los agasajos en honor de los balandristas se celebró un gran banquete en el Club Marítimo, presidido por el Rey de España.
El último plato consistía en unos excelentes pollos preparados por el chef de la sociedad. Algunos de los americanos jóvenes comieron las patas con los dedos. Esto escandalizó no sólo a los asistentes al banquete, sino también a los que, sin haber asistido, oyeron comentar el incidente. El solo hecho de comer el pollo con los dedos ya constituía un delito para aquellos espíritus atrofiados por los convencionalismos sociales, pero el haber cometido el ultraje en presencia del Rey adquiría proporciones de regicidio». Años después la simple mención de EEUU hacía que muchas damas de alta alcurnia aún se hicieran cruces con aquel salvajismo protocolario.
La anécdota tiene toda la pinta de ser verídica. Efectivamente hubo una famosísima regata Nueva York-Santander que se alargó hasta atracar en el puerto de Bilbao: la 'Spanish Ocean Race' se disputó entre el 30 de junio y el 24 de julio de 1928 y fue un acontecimiento deportivo de alcance mundial, ya que no se celebraba una regata transatlántica desde 1905. Gracias a ella llegaron al Abra veleros tan icónicos como la goleta Atlantic, que en 1905 había ganado la Copa del Káiser y ostentó el récord de cruce más rápido del océano Atlántico (12 días y 4 horas) durante 75 años.
En la NY-Santander participaron nueve barcos de dos clases distintas y fue seguida con gran expectación en todo el mundo a pesar de que la ausencia de viento desluciera la competición. La Copa del Rey para yates grandes la ganó el Elena, que invirtió más de 17 días en la singladura y era propiedad del magnate químico William B. Bell. Su esposa, Helen Griscom Bell, publicó ese mismo un año un libro acerca de su participación en la regata ('Winning the King´s Cup: the Story of the Spanish Ocean Race') en el que además de hablar de rutas, oleajes y otras aventuras detalló lo que a nosotros nos interesa, la regata-crucero entre Santander y Bilbao que se disputó el 31 de agosto de 1928.
En ella participaron casi todos los balandros llegados de EEUU, otros capitaneados por miembros de la Familia Real y un par de veleros vascos como los de Horacio Echavarrieta o Juan Tomás Gandarias. Ganó el Elena de nuevo en su clase, hubo aglomeración para ver la llegada a Punta Galea, fanfarrias y recibimientos oficiales. También se organizaron bailes de gala y variadas cuchipandas aristocráticas, entre ellas una cena en el Club Marítimo del Abra en honor de los regatistas americanos en la que (esto sí se contó en prensa) el menú consistió en consommé Crecy, filetes de lenguado a la Cardenal... y pollo a la Macedonia. ¡Ay, el pollo!
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