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Jesús Lens
Jueves, 27 de marzo 2025, 19:06
Aunque esta modalidad de queso se viene elaborando desde hace milenios, el nombre de 'feta' le fue dado en el siglo XVII y viene del italiano 'fetta', que se traduciría como rebanada, por su especial disposición en la elaboración.
Es, posiblemente, el producto gastronómico griego más conocido, junto al yogur y sus aceitunas de Kalamata. Hablamos de un queso elaborado mayormente con leche de oveja, aunque el feta admite hasta un 30% de leche de cabra en su elaboración. Pero nada más. Y la que está completamente vetada es la leche de vaca. Además, las ovejas y las cabras deben pastar en entornos naturales, triscando montes y alimentándose de las hierbas del entorno y libres pesticidas o fertilizantes. Pura naturaleza en vena. Todo ello le confiere unas características organolépticas y nutricionales muy especiales a un queso que es la mejor representación de que menos es más.
Al no llevar leche de vaca, el queso feta tiene menos grasa que otros y resulta más digestivo. Por esa misma razón, tiene bajos niveles de colesterol y es buen aliado del corazón, que su concentración salina también es baja. Además, gracias al mucho calcio que aporta, es un alimento imprescindible para el fortalecimiento del sistema óseo y de los dientes. En ese sentido, las vitaminas que suma al organismo, sobre todo las A, D y E también favorecen la salud de nuestra osamenta.
Además de todo ello y de acuerdo con estudios recién publicados, el queso feta, como el cheddar, son unos excelentes cómplices del cerebro, ayudándole en momentos de intensa actividad neuronal, como cuando toca dar el do de pecho con los estudios, exámenes, etc. Y es que ayudan a la memoria y a las diferentes funciones cognitivas. Pero siempre que hablemos de quesos artesanales, lo menos procesados posibles. Esos tan cómodos y socorridos, como los de untar, no se valen.
Una de las cosas de las que más y mejor podemos presumir es de ser turófilos: aficionados, fanáticos o, directamente, adictos al queso. La 'culpa' es de los dos aminoácidos esenciales que dicho manjar aportan a nuestro sistema nervioso: triptófano y tirosina. El primero es un precursor de la serotonina, el neurotransmisor encargado de regular el estado de ánimo. La tirosina, por su parte, se encarga de estimular la producción de dopamina y, por tanto, de esa sensación de gusto y placer que nos produce comer queso. No consta que esta adicción sea de las peores.
La ensalada de queso feta se ha convertido en clásica. O las ensaladas, que esta joya permite mil y una posibilidades. La más famosa es la griega con tomate, pepino, cebolla roja y las igualmente célebres aceitunas de Kalamata. En empanadas va de lujo –las sabrosas bourekas– y se puede freír directamente en aceite de oliva, una vez rebozado. Combina con verduras como el calabacín frito o dentro de un pastel de espinacas y no olvidemos esa street food mediterránea: los gyros y su pan de pita.
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