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La diseñadora bilbaína Ana Roquero junto a algunas de sus piezas más icónicas en la sede de Cookplay en Sondika. Jordi Alemany
Cookplay, la firma que cambió las reglas de la vajilla cumple una década

Cookplay, la firma que cambió las reglas de la vajilla cumple una década

Su diseño ergonómico, su pureza de líneas y su inspiración natural han creado escuela en el sector del menaje de la mano de los chefs más reconocidos del planeta

Viernes, 22 de marzo 2024, 16:26

Podríamos contar aquí una serie de anécdotas curiosas, de golpes de suerte o felices casualidades que llevaron a la diseñadora bilbaína Ana Roquero a convertirse en cabeza de la firma de vajilla contemporánea más famosa del mercado. Pero lo cierto es que su éxito es fruto de un concienzudo examen de las circunstancias, de un talento para el diseño muy bien entrenado y de su perseverancia a la hora de forjar una marca que, manteniendo intactas sus señas de identidad, ha revolucionado el concepto de menaje. Diez años después de su fundación, ya no es aquella 'startup' que cosechaba más premios que facturación, sino que se ha consolidado como la gran favorita de los chefs y hasta le han salido un sinfín de imitaciones. «Me lo tomo como un halago», se consuela.

Cookplay es en realidad fruto de una reconversión tan audaz como sus piezas. Tras años dedicada a la consultoría de diseño industrial –mobiliario, material de oficina, electrodomésticos o hasta aparatos de gimnasio– Roquero se vio obligada a explorar un campo totalmente nuevo cuando la crisis de 2008 barrió gran parte de su clientela. Junto a su socio Thibault Paoulou se sentó a analizar las posibilidades y repararon en que la revolución gastronómica liderada por Ferran Adrià estaba cambiando la manera de cocinar, pero necesitaba soportes igual de innovadores.

«Entrar en el mundo de la gastronomía fue algo muy meditado, yo amo el diseño y quería seguir en el sector, pero necesitaba hacerlo a una escala más humana que la de la gran industria», dice una profesional que sigue dibujando sus piezas a lápiz en láminas de DIN A-3. Por atrevido que pueda parecer, lo que distingue a un objeto de diseño de una escultura es su capacidad de dar respuesta a necesidades específicas: «¿Cómo se come en casa? ¿Cómo se come en un evento?», eran las preguntas que Roquero se hacía durante la gestación de su primera colección. «La idea original era hacer recipientes desechables para eventos, pero al principio no tuvieron éxito y por eso nos centramos en la porcelana». Cuando en plena fase de crecimiento llegó la pandemia y explotó el mercado del delivery, ellos estaban preparados.

Piezas inclasificables

¿Platos?, ¿cuencos?, ¿boles?, cuesta etiquetar aquella primera línea icónica, bautizada como Jomon, que contribuyó a crear un lenguaje nuevo. En cualquier caso, se trata de piezas ergonómicas, de formas orgánicas, levemente inspiradas en la pureza de objetos ancestrales como el kaiku, pero adaptadas a unos hábitos contemporáneos en los que el acto diario de comer ya rara vez implica mesa y mantel.

Su objetivo entonces era «colarse en las casas, para quienes comen un solo plato sentados frente al ordenador o tirados en el sofá». Sin embargo, fueron los chefs quienes mejor entendieron su propuesta. Francis Paniego, Fernando Canales, Dani Lomana y Dani García son los únicos que tienen piezas de aquella primera tirada de 1.000 unidades fabricadas de forma artesanal en Barcelona. Incunables de una marca que hoy fabrica a gran escala en un taller familiar de China, cuna de la porcelana.

Después llegaron los grandes de la cocina internacional –los hermanos Roca, Eneko Atxa, Martín Berasategui, Dabiz Muñoz, José Andrés, Quique Dacosta, Alain Ducasse... así hasta 500 chefs de todo el mundo– , disparando la popularidad de Cookplay. Los premios de diseño se le acumulaban, «pero mis socios capitalistas me decían deja ya de ganar premios y ponte a facturar», recuerda Roquero, cuya firma ingresó el año pasado cerca de 2 millones de euros.

Esa alianza con los chefs se ha dejado sentir en las colecciones posteriores, cada vez más adaptadas a las necesidades de la alta cocina, pero manteniendo siempre unas señas de identidad muy claras. «Al diseñar dejo salir mi lado más intuitivo y salvaje, busco objetos sensuales, expresivos, el hilo conductor son los sentimientos que se generan en torno a un plato», explica. Reconocibles por la predominancia del blanco, la pureza de líneas o la ausencia de esmaltados –a su juicio innecesarios– y también por su fotogenia, un detalle vital en la era de Instagram.

En 2022 salió al mercado su primera línea de cubiertos y el año que viene verá la luz su primera cristalería. Para celebrar este décimo aniversario, Roquero ha revisitado su primera colección añadiendole texturas decorativas. Un pequeño auto homenaje antes de seguir imaginando formas de cambiar las reglas en algo –hasta que ella llegó– tan convencional como la vajilla.

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