
Comidas de brujas, postres de herejes
Historias de tripasais ·
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Historias de tripasais ·
¿Historias de miedo? ¿Recetas tenebrosas? Halloween se queda chiquito en comparación con algunas de nuestras tradiciones culinariasPara pasar terror este 31 de octubre no hace falta adoptar el Halloween anglosajón. Otra cosa es que sean ustedes amantes de las calabazas, de ... pedir chucherías casa por casa o de los disfraces, ahí sí que no me queda otra que darles la razón, pero si lo que quieren son historias de miedo no hay más que rescatar las truculentas leyendas del Día de Ánimas. Los Santos y los Fieles Difuntos ofrecen canguelo de sobra, créanme. Tampoco es necesario ir hasta las navarras cuevas de Zugarramurdi para escuchar historias de brujas, porque en Euskadi tenemos de ésas para dar y tomar.
Mientras que algunas son tan legendarias como inverosímiles (véase la famosa Lucía de Aretxaga, que supuestamente fue quemada en Zalla pero sobre la cual no existen pruebas ni documentos), otras fueron escalofriantemente reales. Ahí tienen a Francisca de Lascano, Francisca de Bolibar, María Ortiz de Berriz, Casilda de Valderrama y Pascuala de Arcentales, vecinas de Balmaseda procesadas en 1555 por brujería. O a la alavesa María González, que en 1611 y en plena histeria colectiva tras la condena a la hoguera de once mujeres de Zugarramurdi, se fue desde Maeztu hasta Logroño para confesar ante los inquisidores que podía hablar con el diablo.
Entre los papeles del Archivo de la Diputación Foral de Bizkaia podemos encontrar historias como la de María de Bollar Mutio, presa en 1618 en la cárcel del señorío por delitos de brujería, o la de María de Arteaga y su hija, sometidas en 1705 a dos meses de tortura por sus vecinos de Bilbao porque pensaban que eran hechiceras. María Antonia de Carrica, de Bermeo (1787); Francisca de Anduiza, de Ibarrangelu (1810); María de Arechabaleta y Micaela de Basterra, de Santurtzi (1824); Ángela de Alguía, de Begoña (1839); María Cruz de Achalandabaso y Sebastián de Lartitegui, de Erandio (1850)...
Todos ellos fueron denunciados por, en teoría, practicar artes oscuras. Ahora sabemos que esas acusaciones se debieron a envidias, supersticiones o prejuicios, pero en aquel tiempo la gente creía a pies juntillas en el poder de los males de ojo. O en que existía un ungüento mágico que permitía a las brujas ir volando al akelarre, donde adoraban al macho cabrío y celebraban inmundos banquetes a base de cadáveres, bebés recién nacidos y otros ingredientes repugnantes.
Para arrojar luz sobre esos temas se celebró hace 50 años el primer Congreso Nacional de Brujología, un foro académico que tuvo lugar en San Sebastián y Elizondo entre el 21 y el 23 de septiembre de 1972. Además de para sesudas ponencias, exposiciones y visitas guiadas, en aquel congreso también hubo tiempo para la gastronomía. El gastrónomo guipuzcoano José María Busca Isusi dio una charla titulada 'La comida de las brujas' y se encargó de seleccionar el menú de la cena inaugural, servida en el Club Náutico donostiarra y repleta de guiños a las recetas brujeriles.
Los invitados recibieron incluso un pequeño folleto en el que Busca Isusi explicaba la minuta, compuesta por platos que pudieron haber conocido las célebres brujas del Baztán y productos con atributos mágicos o medicinales. Después de eliminar todos los elementos sacrílegos, aquel festín de akelarre de 1972 acabó consistiendo en chorizo navarro, ancas de rana rebozadas, sorgin babatxuriak (revuelto de brotes de ajo), sopa de itsaskabra o diablo de mar y, cómo no, cabrito asado a las hierbas mágicas. Y de postre, queso de cabra con frutos de Zugarramurdi.
Busca Isusi podría haber colado en la carta un misterioso dulce llamado 'paloma de oro'. De él sólo sabemos que era un pastel de hojaldre y que no estaba relacionado con las brujas, sino con otro caso perseguido por la Inquisición: el de los herejes de Durango. Fue el bilbaíno Luis Antonio de Vega quien en su 'Viaje por la cocina española' (1969) relacionó aquel brote herético del siglo XV, cercano a los postulados protestantes y por el que se dictaron hasta un centenar de condenas a muerte, con la repostería. De Vega había visto con sus propios ojos una carta firmada en Bilbao en 1725 en la que doña Plácida de Larrea contaba que una amiga duranguesa, Graciosa de Letamendi, le había pasado la receta original de aquellas palomas de oro que hacían los herejes del Amboto. Lamentablemente a don Luis Antonio se le olvidó compartir la fórmula, así que por ahora no podemos más que imaginar su rebelde sabor...
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