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Camilo Silva Froján
Viernes, 30 de agosto 2019, 17:43
La fatiga, uno de los síntomas más referidos en las consultas médicas, es también uno de los más difíciles de valorar debido a su subjetividad y multicausalidad. De hecho, términos como debilidad o dolor muscular, cansancio, fatiga, dolor articular generalizado o somnolencia tienden a utilizarse indistintamente, lo que genera trabas en el diagnóstico diferencial. Además, según cada caso, la fatiga puede tener distinta intensidad, duración, factores precipitantes, predominio horario, etc., haciendo su descripción complicada –si no imposible– incluso para el que la padece.
La fatiga es la falta de energía, el cansancio. Aparece de forma normal como respuesta al esfuerzo físico o intelectual, y en la mayoría de las ocasiones no suele asociarse con problemas graves de salud, pero puede llegar a condicionar significativamente la vida de una persona. No es un problema menor. En un estudio publicado en 2007 se encontró que entre trabajadores de los Estados Unidos la prevalencia de fatiga en un periodo de dos semanas fue de un 38%, asociándose a una disminución de la productividad laboral. En 2015 un estudio realizado en Reino Unido concluyó que la fatiga era el motivo de consulta fundamental en el 21% de las consultas de Medicina General.
Uno de los factores que influyen en la fatiga, y sobre los que se pueden actuar, son los hábitos de vida. El consumo de tóxicos, la dieta, la actividad física, el sueño y los aspectos psíquicos son, de forma general, los más relevantes. Una cuestión interesante es la repercusión recíproca que tienen los hábitos de vida entre sí. Por ejemplo, si mi dieta es inadecuada puedo desarrollar obesidad y ésta incrementa el riesgo de trastornos del sueño.
Lo mismo ocurre en sentido inverso: si tengo una mala calidad de sueño, puedo experimentar un incremento de la ingesta y mayor riesgo de obesidad. Esta complejidad de interacciones entre los hábitos de vida puede explicar la notable mejoría o el llamativo empeoramiento de la fatiga en algunos pacientes cuando solo modifican uno de ellos.
Los principales aspectos dietéticos a tener en cuenta para mejorar la fatiga son la deshidratación equivalente a un 2% del peso corporal, que puede disminuir significativamente el rendimiento físico. El clima o la edad constituyen situaciones de riesgo en las que hay que asegurar un adecuado aporte hídrico. Le siguen la desnutrición asociada al seguimiento de dietas desequilibradas en macronutrientes se asocia con fatiga de tres formas: baja ingesta proteica, calórica o de carbohidratos y los estados carenciales (deficiencia de vitaminas y minerales): una dieta desequilibrada, unida a veces a otros factores no dietéticos, puede asociarse con estados carenciales. Por ejemplo, las dietas veganas pueden relacionarse con déficit de hierro o vitamina B12. Las pérdidas de hierro en el sistema digestivo o la peor absorción de vitamina B12 (enfermedad celiaca, toma de protectores gástricos) favorecen la aparición de anemia y problemas neurológicos que se asocian con fatiga.
Además, el exceso de masa corporal que conllevan el sobrepeso y la obesidad también se asocia con mayor cansancio, el cual puede ser más acusado en el caso de una discrepancia muy marcada entre la cantidad de masa muscular y la de masa grasa (obesidad sarcopénica, en pacientes con mucha grasa y poco músculo). Hay que tener en cuenta demás las intolerancias alimentarias. El síndrome de intestino irritable o una enfermedad celiaca no diagnosticada pueden asociarse con fatiga por distintos motivos. El dolor abdominal, por ejemplo, puede interferir en la calidad de sueño, aumentando el número de microdespertares; los episodios de diarrea se pueden relacionar con alteraciones electrolíticas y cansancio.
El seguimiento de una dieta baja en FODMAPs (con bajo contenido de hidratos de carbono de cadena corta) o un correcto diagnóstico y tratamiento de enfermedad celiaca pueden mejorar la fatiga. Cierran la relación las dietas inadecuadas, en los casos en los que el seguimiento de una dieta que, aunque sea equilibrada, no sea la adecuada a la enfermedad o estado fisiológico de una persona. Por ejemplo, un paciente con la tensión arterial baja que sigue una dieta baja en sal; la presión arterial puede bajar todavía más y favorecer el cansancio y el mareo entre otros síntomas.
En este sentido, es evidente que los tratamientos dietéticos deben ser personalizados y correctamente prescritos. Y finalmente, la hipoglucemia posprandial. Los pacientes diabéticos y también muchos no diabéticos pueden tener episodios de hipoglucemia tras las comidas. La hipoglucemia puede cursar con fatiga durante y después del episodio. Estos episodios se pueden evitar con un ajuste del tratamiento farmacológico antidiabético y/o modificaciones en la dieta.
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