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«¡Cómo se les echa de menos...!», musita un bodeguero al observar las calles semivacías de cualquier pueblo de Rioja Alavesa. Habla de los visitantes, de los turistas que en las dos últimas décadas se habían convertido en una presencia fija y celebrada en la ... comarca. Pero la tozuda realidad de una pandemia sin corazón ha tumbado la esperanza revivida durante el verano, cuando se abrieron las puertas tras el confinamiento de la primavera.
Ahora, los poco más de 12.000 vecinos de la zona vitivinícola vasca por excelencia viven, parafraseando a Juan Marsé, encerrados con sus tesoros en un momento en el que el paisaje alcanza cotas fascinantes de belleza, con los viñedos teñidos de un ocre rojizo y las bodegas, a plena actividad tras el final de la vendimia. Porque el enoturismo se ha convertido en un motor añadido de la actividad económica, una experiencia que aspira a explicar el trabajo del agricultor, la magia que convierte las uvas en zumo y una cultura ancestral. Aquello que antaño quedaba en el seno de la familia hoy se divulga como un conocimiento que merece ser contado.
Rioja Alavesa recibió en 2019 algo más de 204.000 visitantes, una cifra que supera las de los años precedentes y establecía tendencia hasta el nefasto 2020. El turismo del vino atrae cada año en España unos tres millones de viajeros, siendo la de más gancho el Marco de Jerez, con unos 570.000, por 390.000 de Ribera de Duero y 313.000 de Rioja Alta. De los llegados a Álava, una cuarta parte son extranjeros, y octubre, el mes de la vendimia, el de mayor afluencia. El aficionado a la enología pasa un par de días en su destino y en Rioja Alavesa gasta una media de 380 euros por persona.
Las bodegas se han sumado con entusiasmo y profesionalidad a la lista de destinos de Rioja Alavesa, donde ya había mucho que ver y sólo hacía falta que el viajero quisiera descubrirlo: desde los abundantes restos megalíticos hasta las iglesias monumentales de Laguardia, Elciego o Labastida, los palacios, las calles, los calados, las lagunas o los paseos por la sierra.
«Cuando empezamos con nuestro proyecto para atraer visitantes pensaron que estábamos zumbados», recuerda Juanma Lavín, uno de los promotores del centro temático del vino Villa Lucía. Su grupo, interesado en atraer congresos a Rioja Alavesa, chocó de bruces con el hecho de que las bodegas apenas abrían sus puertas entonces, así que decidieron reconvertir la finca de recreo de Félix María Samaniego en Laguardia en un espacio de difusión de la enología y su cultura: catas a pie de viñedo, degustación de productos, restaurante, centro de interpretación de la viticultura y museo. «Aquello funcionó bien, en 2000 organizamos más de un centenar de eventos y hemos recibido muchos premios», asegura Lavín, cuya sociedad está detrás de las visitas teatralizadas al calado del fabulista bajo su palacio o de un hotel.
Hoy, el enoturismo se pronuncia con mayúsculas y son pocas las bodegas que no han visto ahí una vía de negocio y para la publicitación de sus vinos. Partiendo de su deslumbrante arquitectura, las grandes casas atraen al visitante a conocer sus instalaciones y probar sus caldos: los paseos en segway o a caballo de Eguren Ugarte y sus dos kilómetros de galerías, los recorridos y catas bajo la estructura ondulada de Ysios (diseñada por Santiago Calatrava) o los alucinantes murales pintados por Guido van Helten sobre los depósitos de Solar de Samaniego.
Pero el símbolo más conocido hoy de Rioja Alavesa es sin duda Marqués de Riscal, por el edificio proyectado por Frank Gehry, sí, pero también por la bodega construida en 1860, que en su interior alberga la Botellería de vinos antiguos, justamente conocida como La Catedral. Estos son los colosos de una comarca cuyas puertas se abrieron definitivamente con la fundación en 2005 de la Ruta del Vino de Rioja Alavesa, una entidad que agrupa a unas 140 empresas e instituciones, entre las que hay unas 60 bodegas, bares, restaurantes y centros de actividades.
Al frente de esta asociación se encuentra María de Simón, de la bodega Valserrano, que fecha en 2014 el arranque definitivo del enoturismo. «Sentimos la necesidad de ofrecer algo más profesional, de abrirlo al público», explica. Allí, en Villabuena de Álava, exhiben un calado de dos siglos de antigüedad y un wine bar que ayuda a entender la historia de la casa y el oficio, donde se ofrecen catas especializadas.
¿Y quién les visita? En temporada alta, el 80% de los que llegan son extranjeros, gentes que adoran la cultura del vino y se embarcan en recorridos por las comarcas productoras para conocer unas cuantas bodegas. «A los estadounidenses les gustan los vinos viejos; los británicos se decantan por los de terruño. Son clientes con más conocimiento, les interesan la historia y la familia», añade Simón.
Algo similar opina Mariasun Saenz de Samaniego, de Ostatu. «Llama la atención su interés por sumergirse en la cultura local, en aprender la procedencia de cada vino. Esto nos ayuda a adaptarnos a lo que nos piden, porque su nivel de exigencia es elevado. Saben mucho, ya me gustaría que los de aquí supiéramos tanto», reconoce la bodeguera de Samaniego, cuya empresa propone diferentes fórmulas: catas combinadas con pintxos o paseos por viñedos singulares.
Lejos quedan los tiempos en los que las visitas a Rioja Alavesa se limitaban a desembarcar en la comarca para comerse unas chuletillas y comprar unas cajas de botellas. O, como recuerda otro bodeguero, «cuando venían cuadrillas enormes a cocerse en despedidas de soltero». No, hoy todo ha cambiado, con la llegada de los extranjeros y de visitantes curiosos, sobre todo de Cataluña y Madrid, que divulgan la marca por el mundo. «Tendríamos que ver la forma de desestacionalizar el turismo (centrado en Semana Santa y desde mayo a octubre) para aprovechar los encantos de la zona durante las cuatro estaciones», concluye Saenz de Samaniego.
Es, en el fondo, una apuesta por 'vender' Rioja Alavesa en su totalidad, no sólo por su valor enológico, sino por su patrimonio, tanto cultural como paisajístico, según explica Laura Pérez, alcaldesa de Labastida, quien pone como ejemplo el casco antiguo y las casas blasonadas que flanquean su Calle Mayor.
Su pueblo, señala, es un destino solicitado de segunda vivienda que en la temporada alta llega a duplicar la población. «Lo notas porque primero oyes más euskera, de las familias que llegan de Bizkaia o Gipuzkoa, y luego, idiomas extranjeros. Este verano ha sido imposible alquilar un piso en Labastida».
Una tierra de grandes vinos no se entiende sin una gran gastronomía, y Rioja Alavesa la tiene. Recetas clásicas y producto de primera categoría conforman una oferta que nunca se alejará de las patatas con chorizo, las chuletillas o la menestra, pero que ha sabido evolucionar acorde a los tiempos. Su más insigne representante es el restaurante gastronómico de Marqués de Riscal (una estrella Michelin) que dirige desde su inauguración en 2004 Francis Paniego del Echaurren de Ezcaray (2 estrellas), pero los avances son apreciables en muchos establecimientos. «Rioja Alavesa es un territorio mágico que transmite muchas cosas; los productos de primera calidad permiten desarrollar una cocina de altura», explica. Paniego aprecia la inquietud de los cocineros por evolucionar sin alejarse de la tradición, como ha sucedido con el vino. Los chefs, afirma «buscan la excelencia, la sofisticación, pero sin perder el contacto con la naturaleza, con el mejor producto, con la tierra».
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