![Pago de los Capellanes, la viña familiar que se convirtió en una de las bodegas más prestigiosas de Ribera del Duero](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202201/05/media/cortadas/capellanes7-kSFB-U160455436039zpG-1248x770@El%20Correo.jpg)
![Pago de los Capellanes, la viña familiar que se convirtió en una de las bodegas más prestigiosas de Ribera del Duero](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202201/05/media/cortadas/capellanes7-kSFB-U160455436039zpG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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guillermo elejabeitia
Miércoles, 12 de enero 2022, 00:26
El majuelo original es poco más que media hectárea de cepas casi centenarias y una humilde caseta de aperos. Durante décadas su fruto servía unicamente para elaborar el recio vino que consumía la familia de Doroteo Rodero. En manos de su hijo Paco, sin embargo, ... se convirtió en el germen de una de las bodegas más prestigiosas de Ribera del Duero. Pago de los Capellanes cumple 25 años en los que además de acrecentar la herencia del patriarca en Pedrosa de Duero (Burgos), ha extendido sus dominios hacia Valdeorras (Orense) en busca del blanco más deseado del momento. Lo celebra poniéndole a su último vino –un reserva del 2015 llamado a regar grandes ocasiones– el nombre de aquel Doroteo sin el que nada habría sido posible.
La historia de Paco Rodero y familia habla de los altibajos de la vida en el campo, de emigrar sin perder el arraigo y de un agudo olfato para los negocios. Nació prácticamente «debajo de una cepa» y conoció desde muy niño las duras labores del campo. Todavía hoy, mientras visita la viña, se entretiene mordisqueando los tallos de la vid, evocando las 'golosinas' de su infancia.
Pero en los años 60 el pueblo no valoraba la uva que producía, así que Paco marchó a Barcelona en busca de oportunidades. Trabajó de botones en el hotel Palace o vendió trajes en una tienda de ropa, hasta que conoció a Conchita Villa, la enérgica hija de un sastre de Huesca, y comenzaron a enfilar juntos el camino del éxito. Probaron suerte en el negocio textil. Conchita todavía se recuerda en aquel pequeño taller de costura, vistiendo su prominente embarazo con un peto de premonitorio color vino.
Su futuro estaba precisamente en las modestas viñas que Paco heredó de su padre y que durante siglos habían pertenecido a los capellanes de Pedrosa. Cuando a comienzos de los 80 se fundó la denominación de origen Ribera del Duero, los Rodero-Villa se propusieron recuperar aquel legado, al que fueron añadiendo otras fincas adquiridas a vecinos del pueblo.
Recuperaron cepas viejas y plantaron muchas nuevas, pero no sabían muy bien qué hacer con ellas. Hasta que en 1996, olfateando el 'boom' vinícola que se avecinaba en la región, se decidieron a fundar una bodega propia. «Los primeros años fueron muy duros, no nos conocía nadie», cuenta la pareja. Les asistía el conocimiento del campo que atesoraba Paco y una inquietud que les llevó en 1998 a hacer el primer vino de finca de Ribera del Duero.
«Mi primo, el Morete, siempre decía que la mejor uva que teníamos era la de El Picón, así que decidimos vinificarla aparte». El resultado fue uno de los grandes caldos de este país –135 euros la botella–, que no tardó en ser aclamado por la crítica. Después llegarían El Nogal, en 2003, a partir de otra finca privilegiada, y ahora Doroteo, procedente del pago original.
Ya con su hija Estefanía en el negocio, la familia ha extendido sus dominios hacia el límite sur de la denominación, para hacerse con viñedos de altura en la zona de Fuentenebro. «Es una manera de adelantarnos a las consecuencias del cambio climático», explica la sucesora. Ese Laderas de Fuentenebro que aún aguarda en los fudres de la bodega de Pedrosa es una muestra de la interesante evolución que puede seguir Ribera.
Pero la energía de los Rodero Villa ha terminado por desbordar los límites de su tierra. Llevaban mucho tiempo queriendo hacer un blanco y recorrieron el norte del país en busca de una uva que reflejara esa profundidad y elegancia que quieren para Pago de los Capellanes.
La encontraron en Valdeorras, cuna de la delicadísima godello, donde elaboran las diferentes versiones del apreciado Luar do Sil y un espléndido blanco de guarda bautizado como Vides de Córgomo. Allí han aplicado en los últimos siete años la misma filosofía de la casa madre, haciéndose con viñas viejas en pagos dispersos o plantando nuevas en enclaves de condiciones privilegiadas. «Da mucho más trabajo –reconocen– pero no sabemos hacer vino de otra manera».
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