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Ana Vega Pérez de Arlucea
Lunes, 21 de enero 2019, 11:55
En Bilbao, dice la noticia, «se ha constituido un club de los gordos que, como primera providencia, emplean las básculas para interpretar las condiciones según ... las cuales se puede pertenecer a esta organización. Ninguno de los miembros del club ha de pesar menos de 100 kilos, ni debe haber tenido otra enfermedad que la del sarampión». Así comienza, declamada con la característica voz nasal del locutor del NO-DO una pieza de marzo de 1953. Por la pantalla desfilan señores orondos y sonrientes, tocados algunos con txapela y otros con sombrero, soberbios todos en su corpulencia en blanco y negro. Gordos. Orgullosos o, al menos, no avergonzados de serlo. Hace sesenta y tantos años, en aquel Bilbao gris cubierto por el humo de las fábricas y el miedo al qué dirán, hubo valientes dispuestos a demostrar que lo que pensaran los demás les importaba un pepino.
Conscientes de que parte de su labor consistía en mejorar la imagen de los obesos, utilizaron a la prensa como instrumento de propaganda. Las primeras noticias aparecieron a finales de enero de 1953 en periódicos como 'El Correo', 'La Gaceta del Norte', 'La Vanguardia' o 'ABC', que publicaron las condiciones de admisión: pesar 100 kilos, no seguir ningún régimen médico y no sufrir ninguna dolencia. La ocurrencia, como otras tantas txirenadas, tuvo un éxito clamoroso y se presentaron candidaturas de toda España. Un señor de Azkoitia decía no bajar de los 170 kilos, mientras que otro caballero zaragozano expresaba su deseo de pertenecer al club y esgrimía 150 razones de peso y un justificante de no haber visitado jamás al médico.
Con gran afluencia de público y prensa se constituyó oficialmente el Club de los Gordos de Bilbao el 12 de febrero de 1953, con una comida de hermandad compuesta por «un kilogramo de entremeses para cada uno a base de pescado, mariscos, mantequilla, fiambres de todas clases, carne picada etc. y después sopa de tortuga, angulas, solomillo, un pollo por comensal, fruta variada, tarta, tostadas de crema y de pan, arroz con leche, café y copa». Todo mojado con vinos de Rioja y champán.
Este fabuloso almuerzo tuvo lugar en la sede oficiosa de la institución, el restaurante Nicolás de la bilbaína calle Ledesma. Fue abierto en 1943 por Nicolás Goirigolzarri Unibaso, oriundo de Laukiz –y sí, han acertado, familiar del banquero José Ignacio Goirigolzarri– como bar-restaurant especializado en platos regionales. Curtido en los fogones del hotel Torróntegui, el Club Náutico y el Marítimo del Abra, Nicolás llenó sus mesas de calidad y su barra de personalidad.
Entre las muchas bilbainadas que protagonizó a lo largo de su vida estuvo ésta del Club de los Gordos, del que fue promotor y presidente electo gracias a sus 145 kilos pesados en pública balanza. Vicepresidente primero fue Luis Martín Estévez (135 kilos), vicepresidente segundo Antonio Saloña (chef del Hotel de Portugalete, con 126 kilos) y representante del club en Madrid el mallorquín Antonio Truyols que, pesado en directo por reporteros de 'El Correo' y 'La Gaceta', marcó 165 kilazos pero no pudo aspirar más que a ser socio honorario por estar únicamente de visita en Bilbao. Le podemos ver en el vídeo del NO-DO, rodado el día de la elección de la junta directiva, junto al mostrador del Nicolás a punto de tomarse un pote y un plato lleno de pintxos.
Las reglas del club, pregonadas por toda la prensa y el NO-DO, prohibían el consumo de agua mineral o bicarbonato, someterse a dietas o practicar ejercicios gimnásticos. Como obligaciones tan sólo contaban las de reunirse una vez al mes acompañados de buena y abundante comida y, por supuesto, hacer propios los objetivos de la asociación: generosidad, bondad y buen humor. Gracias al Club de los Gordos y a su tradicional partido de fútbol entre gordos y flacos, disputado siempre en fechas navideñas, Nicolás Goirigolzarri y su restaurante homónimo llegaron a ser tremendamente populares.
El Nicolás sigue abierto en Ledesma, aunque reformado, y la misma trayectoria sufrió su dueño, quien volvió a hacerse famoso en 1956 por haber ingresado en un sanatorio madrileño para reducir los más de 150 kilos que había alcanzado. Nos queda la duda de si, una vez terminado el régimen, fue destronado de su puesto de presidente del Club de los Gordos, que siguió existiendo hasta mediados de los 60 e incluso llegó a revivir brevemente en 1993.
El gran (en todos los sentidos) Nicolás creía que por la gastronomía se llegaba a la felicidad y que pocos eran los flacos que esparcían alegría por el mundo. Gordos o delgados no sé, pero no se fíen nunca de alguien a quien no le guste comer. No es trigo limpio.
Igual creen ustedes que el ideal estético de la delgadez es algo muy moderno, pero en los años 50 la presión por tener un cuerpo estilizado ya se dejaba notar. Atrás habían quedado los numerosos clubs de gordos que en ciudades como París, Londres o Nueva York triunfaron a finales del siglo XIX y, de repente, una vez pasadas las estrecheces de la posguerra se comenzaba a hablar de dietas, regímenes y otros tratamientos. Hartos de la dictadura de la tortilla francesa, unos cuantos bilbaínos se reunieron en una asociación que predicara la bonhomía tradicionalmente asociada a la panza llena. Su lema sería 'Generosidad, humor y bondad' y aceptarían como socios a los que fueran gordos de bandera de al menos 100 kilos.
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