Hoy en día los cocineros, pasteleros, hosteleros y los miembros de casi cualquier otro gremio con intereses comunes presumen de unidad, camaradería, bonhomía a raudales. Probablemente no sean tan amigos como parecen pero de cara al público presentan un frente sin fisuras, listo para defender ... sus propósitos colectivos. No siempre fue así. Durante la segunda mitad del siglo XIX la revolución industrial y el libre comercio acabaron con gran parte de la paz gremial y también con el sistema que había regido las agrupaciones profesionales desde la Edad Media.
Publicidad
Para abrir un negocio ya no era imprescindible haber completado un larguísimo aprendizaje ni recibir la aprobación (menos aún pasar un examen) de maestros y colegas. La ley del mercado encarnada en clientes más o menos entusiastas se encargaba por sí sola de decidir si quien ofrecía un servicio era bueno, malo, caro o barato. ¿Se acuerdan ustedes de cuando hace años los anuncios de la marca Don Simón hacían referencia directa a sus competidores? Eran llamativos por desacostumbrados, pero seguían al pie de la letra la legislación sobre competencia desleal: la publicidad comparativa o contrapublicidad está restringida a bienes o servicios equiparables sobre los que únicamente se pueden ofrecer datos objetivos, veraces y verificables. Eso es ahora, claro. Hace 150 años, con la publicidad casi recién inventada, las cosas eran muy diferentes y la animosidad entre rivales comerciales era tan descarada como salvaje.
Ocurrió en todas las ciudades, pero particularmente Bilbao fue testigo de una cruenta guerra, casi fratricida –sus protagonistas eran primos–, que curiosamente tuvo la feliz consecuencia de elevar a la enésima potencia el nivel de la pastelería local. Les hablo del conflicto que literalmente a tortas mantuvieron entre 1879 y 1882 José Echabe Olasagasti y Francisco Irigoyen Beloqui, dueños de las confiterías Las Delicias y El Buen Gusto. Muchos años después, en 1924, Miguel de Unamuno aún recordaba aquella dulce batalla en una carta publicada por el diario El Liberal de Bilbao. Fue una guerra sin sangre, hecha a base de piques en prensa y esculturas de azúcar (a cada cual más barroca y colosal) que los bilbaínos comparaban durante el paseo de los domingos por la mañana. La idea era elaborar algo más grande, más complicado y pasmoso que el contrario y plantarlo en el escaparate de la confitería para que todo el mundo lo viera.
No crean ustedes que estamos hablando de bollos de mantequilla de tamaño descomunal o de tartas más o menos adornadas, no. La pelea fue mucho más exquisita que eso e incluyó verdaderas obras de arte hechas con inmensa paciencia y maestría. Recordaba Unamuno en El Liberal que El Buen Gusto «como andaba en competencia con otra confitería, presentó una vez en su escaparate una representación en relieve y hecha en mazapán, o acaso en almidón azucarado, de cierto cuadro figurativo de los últimos momentos de María Estuardo. Estaban las figuritas pintadas, el manto de la Estuardo en tul de verdad y los soldados que la llevaban presa sostenían, como lanzas, unos palillos».
También José de Orueta hizo mención en sus 'Memorias de un bilbaíno' (1929) a la rivalidad entre El Buen Gusto y Las Delicias, que en su época más cruda se tradujo a que «cada domingo presentaba cada uno un nuevo pastel con dibujos, caricaturas o alusiones irónicas para el otro confitero». Atrás quedaban los caramelos de malvavisco, las pastitas y los dulces en almíbar. La nueva cocina dulce era ambiciosa, espectacular y un tanto cursi: a la Exposición Universal de París de 1889 nuestro amigo Irigoyen, el del Buen Gusto, mandó una réplica del nuevo teatro Arriaga de más de un metro de largo hecha en pasta de azúcar y confites.
Publicidad
El follón gordo lo desató diez años antes una ristra de comunicados cruzados entre Echabe e Irigoyen y publicados en El Noticiero Bilbaíno en los que primero se dio a entender que el uno no pagaba bien a sus oficiales, que el otro empleaba peores ingredientes... y luego se pasó directamente a reclamar un duelo. «Reto a que El Buen Gusto presente mejor obra que la que puede presentar mi casa», decía el dueño de Las Delicias el 10 de diciembre de 1879. Irigoyen respondía dos días después: «Tengo el honor de manifestarle que admito muy gustoso el desafío [...] fórmese un jurado de profesionales y Ud. con su único oficial que yo le conozco y yo con otro, trabajando con el mismo género todo lo concerniente al ramo de confitería, pastelería y respostería, quedará efectuado el reto». Se apostaron diez mil reales.
El público estaba embelesado, pero al final el lance quedó en agua de borrajas. Echabe se achantó, reivindicó «la paz entre primos» y, que yo sepa, el duelo directo nunca llegó a celebrarse. Se conformaron con seguir picándose desde sus respectivos escaparates, asentando de paso la edad de oro de la confitería bilbaína.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.