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Composición basada en varios carteles antiguos de Tulipán. Ana Vega.
De alimento de posguerra a merienda ochentera
Historias de tripasais

De alimento de posguerra a merienda ochentera

La famosa margarina del helicóptero nació en Leioa en los años 40 y pronto fue un éxito en toda España gracias a su publicidad

Sábado, 5 de abril 2025, 07:48

Quién no soñó con que un helicóptero aterrizara en el patio de su colegio? A mí mi ama nunca me puso mantequilla, margarina ni otras zarandajas en el bocadillo que no fueran buen chorizo o chocolate, pero yo hubiese dado lo que fuera porque el señor de Tulipán viniera un día a mi cole. A finales de los 80 era infinitamente más probable que la jornada escolar se interrumpiera por un aviso de bomba que por el rodaje de un anuncio publicitario (¡encima volador!), pero nosotros vivíamos con esa ilusión. Entre la chavalería debía de correr el rumor de que cualquier colegio podía ser agraciado con la fastuosa venida del helicóptero de Tulipán, y recuerdo perfectamente haber valorado si en caso de que eso ocurriera en el mío, la nave tomaría tierra en el patio o preferiría el campo de fútbol.

Los niños de entonces éramos muy inocentones. Nos creíamos a pies juntillas que aquel mítico anuncio televisivo se había grabado en directo, a lo espontáneo, y que aquellos niños que hablaban sobre las excelencias de la margarina Tulipán estaban dando su sincera opinión sobre el producto. Obviamente estaba todo guionizado, desde aquel mítico «ni fu ni fa» con el que un niño valoraba el bocata sin unte margarinoso hasta el «más rico imposible» con el que luego calificaba a la merienda adecuadamente margarinada. Aquel spot de 1983 tuvo tanto éxito que no sólo fue adaptado a un sketch de Martes y Trece, sino que se emitió durante años tanto en su versión inicial como en otras que repitieron la misma fórmula —reportero bigotudo, helicóptero, multitud de críos— pero en la calle, en un polideportivo o incorporando a madres deseosas de salir con el pelo cardado en televisión. «El buen sabor de siempre», decía una voz en off, «ahora con el máximo de leche y vitaminas A, D y E».

Tulipán ya no lleva ni rastro de leche, pero sigue presumiendo de tener vitaminas y continúa fabricándose en el mismo municipio vizcaíno en el que nació, en Leioa. La margarina había sido inventada en torno a 1867 gracias a la investigación sobre ácidos grasos y al impulso de Napoleón III, quien debido a la escasez de mantequilla en Francia había lanzado a la comunidad científica el reto (con premio incluido) de conseguir un sucedáneo industrial, asequible y nutritivo para el ejército y las clases bajas. El químico Hippolyte Mège-Mouriès se llevó el gato al agua con un producto originalmente llamado «oleomargarine» y que mezclaba sebo de vacuno clarificado con bicarbonato de sodio, caseína de leche y colorante amarillo. Han leído ustedes bien, sí: la margarina comenzó fabricándose con grasas animales (entre otras, aceite de ballena).

La incorporación de aceites vegetales como colza, linaza, algodón, soja, cacahuete o girasol llegó bastante después, y no les digo nada de la apreciación de la margarina como alimento siquiera aceptable. Al principio se consideró un horrible remedo de la mantequilla, apto únicamente para consumidores pobrísimos, cocinas de ínfima categoría o ranchos militares. El desarrollo de la industria y la baratura de su proceso de elaboración propiciaron tanto la picaresca que en 1914, por ejemplo, el ayuntamiento de Bilbao prohibió la venta de mantequilla adulterada con margarina y el de Pamplona obligó a que las confiterías anunciaran al público si usaban una u otra grasa en sus pasteles.

La mala fama de la margarina perduró hasta la Guerra Civil, cuando en muchos lugares de España se tuvieron que acostumbrar a ella a la fuerza por ser una de las pocas grasas comestibles que se podían conseguir a través del racionamiento. Fue después de la contienda, en 1945, cuando se fundó en Bilbao la empresa AGRA S.A. Ácidos Grasos y Derivados, dedicada a la producción y venta de grasas, aceites y sus derivados, como jabones, velas... y margarina. En 1949 AGRA tenía una fábrica en la «calle General Franco número 10 de Lamiaco-Lejona» y estaba preparada para emprender la elaboración a gran escala de una margarina como no se había visto hasta entonces, de gran calidad y enriquecida con vitamina D. Ese mismo año solicitó registrar dos marcas para distinguir margarina de mesa: Tulipán y Pingüino. Apostaron por la primera, seguramente porque el nombre de una flor servía de vínculo con los aceites vegetales, con Holanda (país pionero en la fabricación de margarinas desde 1871) y porque ademas daba pie a un eslogan tan fantástico como «unte el pan con Tulipán».

Tulipán era el sueño de cualquier madre de posguerra. Aquella pastilla de margarina prometía 775 calorías por cada 100 gramos ingeridos y también grandes cantidades de vitamina D, clave a la hora de evitar el raquitismo infantil. «Tulipán, alimento graso, puro y de riquísimo paladar se come untado en el pan, las tostadas, etc. en el desayuno, la merienda, entre platos y en toda ocasión», decían sus anuncios en 1955. La apuesta de AGRA por la publicidad fue fundamental desde sus inicios.

En 1956 Tulipán se convirtió en patrocinador de la Vuelta Ciclista a España y en uno de sus máximos reclamos, ya que participaba en la caravana publicitaria que acompañaba al pelotón por todo el país con un Gargantúa ciclista y gigantesco.

Durante los años siguientes nacieron el aceite Tulipán, la mahonesa Tulipán, el mítico Tulicrem de cuatro sabores y diversos recetarios que explicaban cómo utilizar Tulipán para cocinar desde bizcochos hasta merluza a la vasca. En 1983 idearon lo del helicóptero y ahí siguen.

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