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Liao Yingling lleva casi tres semanas sin salir de casa. A pesar de que vive a 600 kilómetros de la provincia de Hubei, epicentro de la epidemia provocada por el coronavirus Covid-19, su barrio en la ciudad de Ganzhou está en cuarentena porque allí ... han detectado un par de contagios. Así que la vida de esta joven ha dado un vuelco. «Me tendría que haber reincorporado al trabajo el pasado lunes, pero no sé cuándo podré viajar a Shenzhen», comenta a este diario Liao, empleada en el departamento de ventas de una empresa tecnológica con base en el 'Silicon Valley' de China.
Ella es una de los 400 millones de migrantes rurales que engrasan la fábrica del mundo y que regresaron a sus localidades de origen a finales de enero para disfrutar de las vacaciones del Año Nuevo Lunar en familia. «Yo volví en coche el día 19 del mes pasado. Entonces todavía no había casi noticias sobre lo que sucedía, y nadie llevaba mascarilla», recuerda Liao. Al día siguiente, las autoridades dieron la voz de alarma y China decretó draconianas medidas para contener al coronavirus. «El 21 de enero ya no quedaba ninguna mascarilla en la ciudad, y desde entonces no he salido de casa», añade la joven.
Parece que el aislamiento de las zonas más afectadas por el coronavirus está surtiendo efecto, aunque un cambio de criterio médico haya aumentado exponencialmente las estadísticas del número de infectados. Aun así, millones de vidas han quedado en suspenso. «Ahora mismo, mi ciudad -con una población de dos millones de habitantes- está completamente vacía. No hay transporte público, ni coches. Han retirado incluso las bicicletas públicas para evitar que la gente pueda huir», cuenta Liao. «Solo una persona de cada familia tiene autorización para salir de casa y caminar hasta el supermercado una vez cada dos días. Voluntarios y Policía han establecido controles con barricadas en las calles y nadie puede salir o entrar. Da mucho miedo».
A pesar de la situación que vive en Ganzhou, la segunda urbe más importante de la provincia sureña de Jiangxi, Liao prefiere no viajar a Shenzhen y, de momento, está trabajando desde casa. «Allí todo el mundo es de alguna otra parte. Me da miedo encontrarme con alguien de Hubei y contagiarme en Shenzhen. Aquí me siento más segura», afirma. Lo mismo piensa Lin Xin 600 kilómetros al este, en un poblado de los alrededores de la ciudad de Ningde, en la provincia costera de Fujian. Esta treintañera, madre de un bebé de 11 meses, viajó desde Shanghai dos días después que Liao, y se encuentra en una situación de reclusión similar.
«Regresé a casa el 21 de enero con mi niña, mi marido, y mis padres. Ya se sabía lo que estaba pasando, así que la mayor parte de los pasajeros del tren que cogimos se protegía con mascarilla. Pero mis padres se resistían a ponérsela porque, como muchas otras personas mayores irresponsables, pensaban que no era nada serio. Nosotros, sin embargo, temíamos por el bebé y decidimos coger un taxi para ir hasta casa desde la estación y evitar así a la gente», relata Lin, que ahora ya no puede salir de su pueblo.
«El problema es que se registró un caso hace unos días. Un tipo que había regresado desde Wuhan y que no sabía que estaba infectado. Incluso estuvo jugando al póker en timbas ilegales. Cuando presentó síntomas, el Gobierno empezó a buscar a todos los que habían tenido contacto con él y, como se descubrió que había infectado a un par de personas más, finalmente decidió cerrar el pueblo entero. Y no sabemos hasta cuándo», afirma.
Ella también trabaja desde casa, pero está preocupada por el impacto económico que la crisis sanitaria va a tener en la economía familiar. «La empresa de mi marido ya le ha dicho que tendrá que coger una excedencia al menos durante un mes, y tememos que le despidan por la caída de pedidos. Hay muchos rumores», comenta Lin. No obstante, el regreso a Shanghai para reincorporarse a su puesto también le inquieta.
«A mi hija no le gusta la mascarilla y se la quita todo el rato. No sabemos cómo protegerla, así que estamos pensando en dejarla en el pueblo con los abuelos», avanza la mujer, empleada en la aseguradora Ping'an. En Shanghai, la capital económica del gigante asiático y un imán para trabajadores de todo el país, los recién llegados deben registrarse, informar de su estado de salud, y permanecer en sus casas una semana. Mentir o saltarse esta reclusión domiciliaria se puede pagar con penas de cárcel.
En ciudades a lo largo y ancho de la segunda potencia mundial, barrios o complejos residenciales están bajo una cuarentena 'de facto' porque allí viven infectados. «En el nuestro han puesto una especie de toque de queda a mediodía. Hasta entonces podemos salir, pero después no. No entiendo muy bien a qué responde esta medida, pero son inflexibles y hacen la vida muy difícil. Así que tengo el congelador a rebosar para resistir», dice Huang Jiashi, una escritora y 'community manager' de Nanjing, capital de la provincia de Jiangsu. «Creo que este encierro me está afectando psicológicamente. Al principio pensaba que me vendría bien para escribir, pero siento ansiedad y no puedo teclear. Ni dormir por las noches. Me quedo leyendo preocupada las redes sociales. Espero que esto pase pronto, pero parece que las medidas son cada vez más drásticas y no sé por qué», añade.
Donde no van a poder moverse de sus casas en una buena temporada es en la provincia de Hubei. Y allí, en la ciudad de Dangyang, están el 'youtuber' navarro Javier Telletxea y su mujer Wang Le. «Han ido cerrando los puntos de control y ya no podemos ir al centro. Están pidiendo unos certificados nuevos para ir de un barrio a otro, imagino que porque quieren que la gente comience a trabajar. Pero, aunque no podemos ir al supermercado, la compra se puede hacer llamando al establecimiento. El problema es que las líneas se han saturado, así que han creado grupos de WeChat para cada calle y allí podemos dejar la lista de la compra con productos genéricos, que nos envían en un par de días», cuenta Telletxea, que publica un diario de la cuarentena en vídeo en el canal 'Jabiertzo' y da clases de español en una universidad de Shaoxing, en la provincia oriental de Zhejiang.
Él está tranquilo y considera que las autoridades están tomando las medidas adecuadas para prevenir la propagación de la epidemia. «A mí en lo laboral no me afecta, porque se suponía que me reincorporaba el día 17. Y a Lele tampoco porque ella da clases 'online' y trabaja desde casa. Esa es una alternativa que está considerando mi universidad», explica Telletxea, que mata su necesidad de ejercicio físico subiendo y bajando las escaleras de casa corriendo y haciendo gimnasia.
«Nos apetece salir de casa, claro, pero anímicamente estamos bien», apostilla antes de señalar que, a pesar de las drásticas medidas implementadas, algunas tiendas, preocupadas por el impacto económico de esta coyuntura, operan de forma ilegal. «Les das unos toques en la persiana y te abren para darte lo que necesites», dice Telletxea, que se muestra optimista de cara al futuro. «En Dangyang todavía no hay ningún muerto y los nuevos contagios cada vez son menos, así que esperamos que vayan levantando la cuarentena poco a poco, de la misma forma que se impuso. Primero podremos salir de casa, luego podremos movernos por todo el pueblo, y finalmente regresar a Shaoxing», vaticina. «El problema es lidiar con la incertidumbre y no poder hacer ningún tipo de planes», apostilla Huang.
1.380 es el número provisional de fallecidos en China a consecuencia del coronavirus. El número de infectados supera ya los 63.850, según datos del viernes.
.Seis sanitarios muertos La enfermedad asedia también a los sanitarios chinos. Seis trabajadores del sector han muerto y 1.716 han resultado infectados en China hasta el momento durante su lucha contra el coronavirus 2019-nCov.
Cruceros afectados. Los 1.455 pasajeros del MS Westerdam desembarcaron el viernes en Camboya tras dos semanas en cuarentena. En Yokohama (Japón) está atrapado el Diamond Princess con 3.700 personas a bordo y 218 infectados.
«Prefiero no darte la opinión sobre lo que pienso del Gobierno porque temo que me bloqueen la cuenta de WeChat -el WhatsApp chino-. En China no nos permiten decir lo que pensamos libremente». Así de clara deja Liao Yingling la desconfianza que le producen las autoridades chinas. Lo explica más en profundidad por teléfono. «Los dirigentes de Wuhan -epicentro de la epidemia del coronavirus- han actuado fatal. Con su tardanza a la hora de responder y su intento de ocultar la verdad han puesto en riesgo la vida de miles de personas», dispara la joven.
Lin Xin es de la misma opinión. «Un día no pasaba nada y, al siguiente, decidieron poner a 55 millones de personas en cuarentena. ¿Y luego quieren que mantengamos la calma y no entremos en pánico? Yo no me creo que la información del Gobierno sea veraz», critica. No obstante, tanto Liao como Lin coinciden en apoyar las drásticas medidas impuestas por el gobierno central, al que tienen en mucha más estima. «Espero que los políticos de la provincia de Hubei acaben en la cárcel. Creo que los de Pekín sí que están haciendo todo lo posible por reconducir la situación y que, gracias a eso, la epidemia remitirá en un mes, más o menos», opina Liao.
Ambas mujeres también exigen que se castigue con dureza a quienes han hecho negocio con mascarillas falsas, aprovechando la escasez existente. «La falta de ética de algunos es alarmante. Yo compré un lote en la plataforma Pinduoduo y lo tuve que tirar porque olía fatal y temí que fuesen mascarillas limpiadas y reutilizadas», cuenta Liao, que tampoco ahorra críticas hacia los ciudadanos de Hubei. «Muchos escaparon antes de que se decretara la cuarentena y han extendido el coronavirus por todo el país. Otros no quieren ponerse en cuarentena. Este egoísmo nos va a costar caro a todos», sentencia Lin.
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