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El sistema jurídico de la Unión Europea descansa sobre la primacía del Derecho europeo y el carácter vinculante de algunas de sus provisiones. Estos dos principios cierran el mecanismo por el que los ordenamientos nacionales y el común quedan imbricados. Si esta articulación no funcionara, ... la Unión sería un espacio de cooperación intergubernamental pero no el proyecto de integración democrática supranacional que es.
Ante la decisión del Tribunal Constitucional polaco, que parte por la mitad el eje central de este mecano, ni la Unión ni los países miembros tienen mucho margen de negociación y de cesión. A las instituciones de la Unión no les queda otra opción que desplegar toda su artillería jurídica, política y económica en su defensa.
Polonia llevaba tiempo coqueteando con los límites de las normas de juego. La falta de independencia del poder judicial, ya denunciada tiempo atrás, se constituye ahora en la causa del desaguisado final. Detrás del problema técnico-jurídico tenemos uno mayor que es político y por cierto no solo polaco, ahí está Hungría. Es un desafío al corazón del sistema europeo, a su propuesta, a su significado, a su esperanza. No es casual que Vox haya reaccionado entusiasmado anhelando que España pudiera hacer algo parecido. Se trata del sueño más caliente del populismo reaccionario: volver al feliz tiempo de los Estados reconocibles, viriles y autoritarios.
Para complicar más el asunto, los tratados no nos aclaran cómo proceder. Pero ni la Unión puede quedarse quieta ante la rebelión de las togas polacas, ni puede premiar por vía de negociación la deslealtad. El envite, si Polonia no cambia su constitución, es endiabladamente difícil.
Como ha sucedido en La Palma, demasiadas fuerzas estaban enquistadas en el caso polaco y de alguna forma debían liberarse y hacer explosión. El río de lava que mana de la sede del Constitucional polaco lo quema todo en un primer momento, pero luego habrá que aprender a vivir otra vez sobre el territorio nuevo. Nos encontramos ante una ocasión que podría resultar, por su gravedad, creativa y en algún sentido constituyente.
Ni ha sido la primera ni será la última ocasión de estas características. Europa ha demostrado en el proceso del Brexit que los tópicos que la dibujan como una casa de grillos desorganizada ante la supuesta capacidad del Estado tradicional para sostener un aposición clara y firme no siempre reflejan la realidad. Frente al Reino Unido el reparto de papeles fue inverso.
Según las estadísticas, los polacos confían más en las instituciones europeas que en las nacionales, muestran mayor simpatía por el proyecto europeo y lo sienten más propio que la media de los europeos. Si esto es así la solución debe incorporar a los polacos y estos deben exigirse a sí mismos la responsabilidad ciudadana de los grandes momentos históricos.
El liderazgo de la operación por parte europea es tarea para un gigante al timón. Merkel aún no se ha sido y yo ya la echo de menos.
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